Óscar G. Chávez
Toda promiscuidad política cobra factura. Decir ser de un partido, apoyar e impulsar a la presidenta de otro y coquetear con diversos, quizá no cuente como adulterio pero ya raya en lo orgiástico. La expulsión de Enrique Galindo, del Partido Revolucionario Institucional, dará mucho de qué hablar en estos días.
A nadie tomó por sorpresa, desde luego, ya estaba anunciado y desde luego era esperado, el primer interesado en que ocurriera era el alcalde; hablar de intereses detrás de la expulsión es aludir a los del propio Galindo y de nadie más. Para los artífices era deseable y necesario; para aquel, un objetivo victimizarse y alcanzar las palmas del martirio.
No es lo mismo renunciar a ser expulsado. Mientras lo primero será intrascendente lo segundo otorga cierto aire de heroísmo y permitirá que circulen los más diversos rumores y especulaciones en torno al hecho, necesario, según algunos y excesivo para otros. Lo cierto es que lejos de perjudicarlo acabaron beneficiando al alcalde “priista de verdad, de hueso colorado”.
Seguir adelante con sus convicciones es la dinámica del alcalde. Distanciarse del PRI, apropiarse de la dirigencia del PAN y coquetear descaradamente con el emeceismo y el morenismo. Eso también es una postura puntual (aunque seguro otra será la que defina el lunes) y se vale.
Para qué escandalizarse cuando, como se recordará, su antecesor en el cargo, Xavier Nava, inició como diputado federal por el Partido de la Revolución Democrática, continuó como alcalde de la alianza Acción Nacional-Revolucionario Institucional, pretendió relegirse como candidato del Movimiento de Regeneración Nacional y cuando pudo coqueteó descaradamente con Movimiento Ciudadano.
La mayoría de los políticos (habrá excepciones) antes que principios e ideología tienen intereses y, siempre, antes que beneficiar a la ciudadanía buscarán beneficiarse y beneficiar a los suyos. Sí, desde luego, hay quienes rompen con este modelo y someten su actuar al del bien común, pero son una minoría condenada a la extinción, como los propios partidos políticos.
Al expulsar de sus filas al alcalde amable, amigable, ecologista, ciclista, del aprendizaje, poliSía y barrendero, el PRI más allá de sancionar a un militante “ojo alegre y rabo verde” no hizo otra cosa que ratificar su intolerancia a la detracción interna. Finalmente las declaraciones por las que se le señaló no fueron de un militante convencido sino de alguien que buscaba ofertarse como un priista distinto (como si hubiera de muchos). Porque, militante de años o reciente, la candidatura no la debía a su partido, sino a la obstinación de Octavio Pedroza por imponerlo como su compañero de fórmula en el binomio gubernatura alcaldía.
De la misma manera no fueron los votos del priismo los que le dieron el triunfo, sino los de la militancia panista, a cuyo candidato y benefactor fue el primero en dar la espalda, reconociendo el triunfo de Ricardo Gallardo (nos había faltado este desliz) mientras el pusilánime hacía refugio en la soledad. Luego entonces, era lógico que Galindo buscara apoyo en el partido que lo impulsó y no en el partido al que decía pertenecer. Así funciona el adn de los priistas: camaleónico y oportunista, vengativos y rencorosos.
Si pensaban hacer de la expulsión un ejercicio sancionador, acabaron otorgando un premio y si pretendían fortalecerse al mostrarse firmes frente a la traición, acabaron debilitándose al lograr poner en su contra a una buena parte de la militancia. En el arrogante y agónico PRI de la intoleranciano quisieron esperar, decidieron expulsarlo sin ver que con ello creaban un mártir al que se sumarían un buen número de indignados: todos, viudas de Galindo. Esperemos a los próximos días, aparecerá el nuevo seductor.
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