Elección presidencial, dos proyectos y un escenario tras la confrontación

José de Jesús Ortiz

Claudia Sheinbaum ganará la elección presidencial del próximo domingo dos de junio. Lo hará posiblemente con un resultado de más de dos dígitos de acuerdo a lo que marcan las principales encuestas que en promedio arrojan una ventaja de al menos 20 puntos de diferencia sobre el segundo lugar, Xóchitl Gálvez.

De darse este resultado que proyectan sin excepción todas las encuestas con metodologías serias, será la confirmación de que en esa lucha por la agenda y la definición de la realidad —eje principal de la comunicación política— la campaña de Sheinbaum fue más eficaz al colocar como centro del discurso la política social y la continuidad de los principales proyectos e iniciativas del gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, frente al discurso opositor que durante la mayor parte del sexenio se dedicó a tratar de anular las iniciativas del gobierno, sin construir un programa o proyecto alternativo más que el regreso a lo que había antes de 2018.

La batalla electoral de este domingo es en realidad la continuación de una larga disputa que enfrenta dos proyectos políticos, agendas y discursos, que puede remontarse a inicios de la década de 1980 cuando la élite gobernante dio un giro en las políticas sociales y económicas aplicadas durante la mayor parte del siglo en el México posrevolucionario para abrazar el credo neoliberal. De manera dialéctica, ello implicó el surgimiento de múltiples oposiciones que desde el ámbito electoral y la lucha social rechazaron las políticas de ajuste y libre mercado. La irrupción del cardenismo en 1988, la insurgencia zapatista en Chiapas en 1994 y el proyecto político encarnado en López Obrador (por citar algunos), son de algún modo expresión de esa lucha.

Una contienda en la que, más allá de la retórica excesiva que plantea que la del dos de junio es una elección entre “autoritarismo o democracia” —en redes sociales y en aplicaciones de mensajería se repite ad nauseam y sin mayor sustento que, de ganar, Morena abolirá la propiedad privada y se instaurará un régimen comunista—, en el fondo subyace la confrontación entre esos dos proyectos de país: uno que  apuesta por la continuidad de las políticas impuestas por el gobierno de López Obrador (con un claro acento en lo social) y otro que, aunque no ose decirlo,  busca la restauración del régimen derrotado en 2018 y retomar el ciclo de políticas económicas y reformas estructurales neoliberales de lo que fue el llamado Pacto por México impulsado por el PRI-PAN-PRD, partidos que ahora sostienen la candidatura de Xóchitl Gálvez.

Nada nuevo, se trata de un escenario claramente delineado desde 1981 por Rolando Cordera y Carlos Tello en su libro México, la disputa por la nación, en el cual avizoraron la lucha que se daría en los años y décadas siguientes entre estos dos proyectos (neoliberal y nacionalista, los definieron). Una disputa que desde luego no termina este domingo.

En una sociedad hipermediatizada como la actual, la electoral es en esencia una lucha mediática donde la comunicación política es un instrumento central. En México lo ha sido quizá desde la elección federal de 1997 en que el PRI perdió la Ciudad de México y la Cámara de Diputados, en un contexto de equidad en las contiendas electorales, de pluralidad política y competencia real, elementos ausentes en elecciones anteriores.

La comunicación política es percepción, construcción y confrontación de mensajes y estrategias comunicativas. Es una lucha que se libra en distintos espacios mediáticos por imponer la agenda y los temas que interesan desde un encuadre o framing noticioso que sea útil para un objetivo político determinado. Las campañas electorales son el escenario por excelencia de esa lucha, aunque no el único como se vivió durante todo el sexenio en el que la plegaria matinal de López Obrador fue quizá el instrumento más poderoso de comunicación política para manejar la agenda e imponer los temas del relato, no obstante los errores en el diseño del formato de la conferencia (demasiado extensas, con una dispersión de temas) o los cuestionamientos que desde la oposición se hacían por los excesos retóricos del presidente.

En la elección de este domingo atestiguaremos los resultados de esa batalla librada en los últimos meses (y años) por imponer una definición de la realidad que coincida con los intereses de cada una de las formaciones políticas que disputan el poder. Los datos disponibles en las encuestas —finalmente en el campo de la investigación social son la herramienta más útil para conocer los climas de opinión pública— parecieran indicar con mucha claridad el resultado de esa confrontación.

El famoso Teorema de Thomas establece que “lo que se define como real es real en sus consecuencias”. Para una empresa política lo importante será que esa definición de la realidad coincida con la que predomina en la sociedad. En el contexto de una campaña electoral, lo que a través de las herramientas del marketing y la comunicación política se logra construir como real tiene impactos fundamentales para la batalla político-electoral, como ha sucedido en las campañas anteriores por la Presidencia de México.

Al menos como hipótesis sujeta a comprobación empírica con los resultados electorales y estudios posteriores, es posible afirmar que la definición de la realidad propuesta por la campaña de Sheinbaum —de ampliar la política social y construir el segundo piso de la transformación en consonancia con el discurso de López Obrador— es la que se impuso en amplios segmentos de la sociedad, que ven en el obradorismo una reivindicación.

Pese a sus errores y rubros que dejará pendiente particularmente en materia de seguridad y salud, es posible que el respaldo social con que cuenta el proyecto obradorista (“clientelismo”, pregonan sus críticos) y que promete ampliar Claudia Sheinbaum, se explique  no solamente por el manejo de la agenda y una narrativa a favor de los más pobres, sino también por el impacto de la política social en general que, de acuerdo al último informe de Coneval, permitió sacar de la pobreza a más de cinco millones de mexicanos; en particular, en la política laboral es quizá donde se lograron mayores avances durante el sexenio al aumentar el salario mínimo en más del 110% o al desmontar la subcontratación del empleo producto de las reformas neoliberales que “flexibilizaron” y desregularon la política laboral en perjuicio de los trabajadores. Impensable en los gobiernos anteriores que desparecieron muchas de las prestaciones laborales de los trabajadores y privatizaron el régimen de pensiones, todo ello reflejo de un capitalismo voraz.

La campaña electoral del 2024 y la lucha por el relato en buena medida estuvo centrada justamente en el tema de la política social, las dos candidatas y el representante de Movimiento Ciudadano hicieron suyo el discurso de mantener y ampliar los programas sociales ya existentes. El primer spot de la precampaña de Xóchitl Gálvez fue justamente para ratificar que como legisladora votó a favor de los programas sociales cuando se elevaron a rango constitucional y fue ese el tono que mantuvo durante la campaña, más allá del mantra vacío de sustancia de “vida, verdad y libertad” ideado por sus asesores. En la otra trinchera, Claudia Sheinbaum a través del discurso y los mensajes de campaña asumió que era la única candidatura que podía, por convicción, mantener y ampliar los programas y la política social impuesta en este gobierno.   Otros temas igualmente relevantes como el de la inseguridad (el tema de agenda principal en el país) quedaron en un segundo plano en el discurso de la campaña y de los debates incluso.

El resultado que proyectan las encuestas y de lograr Morena y sus aliados una amplia mayoría legislativa, confirmaría la consolidación de una hegemonía que inició en 2018 con el triunfo avasallante de Andrés Manuel López Obrador, acrecentada a lo largo del sexenio con el control de 23 gubernaturas y multiplicada por los errores de la oposición aglutinada en las siglas del PRIAN (el PRD quedó reducido a un membrete). Una oposición del ¡no! como consigna a todos los proyectos e iniciativas planteadas por el obradorismo, sin mayor imaginación política que sabotear al gobierno en funciones y declarándose incluso en “huelga legislativa” para ni siquiera debatir las iniciativas surgidas de la llamada 4T. Una oposición carente de liderazgos y sobre de todo de un proyecto alternativo capaz de entusiasmar a los electores. Los resultados de esa apuesta opositora están a la vista.

Finalmente, la disputa por la nación entre dos proyectos enfrentados no termina este domingo. En el horizonte está el cuestionamiento a los resultados y la impugnación para buscar la nulidad de la elección. Un discurso acrecentado en las últimas semanas y amplificado por analistas afines al bloque opositor en múltiples mediáticos. Es el escenario que viene tras la confrontación.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Fue reportero fundador de los diarios El Ciudadano Potosino y La Jornada San Luis, así como la revista Transición. Participó como becario de la Fundación Prensa y Democracia para realizar un programa académico en la Universidad Iberoamericana. Es autor del libro La batalla por Cerro de San Pedro, sobre la lucha social contra la Minera San Xavier. Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Mesoamericana y la Universidad Interamericana para el Desarrollo.

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