Encontrar a los desaparecidos

Octavio César Mendoza

“Pedro” salió de la fiesta familiar en el auto de su papá. No han aparecido él ni el automóvil. No hay día en que la familia no se pregunte dónde está. Inicia la búsqueda a través de un colectivo, sin dar hasta la fecha de este escrito con su paradero. No doy el nombre real de la persona, por respeto a su familia.

Conozco de cerca el caso. Así como miles de mexicanos conocen el caso, o han sido objeto de secuestro, extorsión, despojo, entre otras muchas de las formas de ejercicio de violencia contra personas y sus bienes. México está enfermo y, como todo enfermo, vomita, se duele y grita. El dolor de cada uno, como sociedad, es un dolor compartido en este cuerpo social que integramos todos.

En la guerra política, sin embargo, hay tomas de posición que generan sus diversas narrativas: por un lado, las que defienden su derecho a saber qué pasó con su familiar o su amigo; por el otro, las que defienden la posición de ser parte de las víctimas de complot por parte de sus enemigos políticos. Esta última es la más endeble, además de inútil. La realidad es brutal y golpea como una ola desmesurada al pie de playa de cualquier gobierno.

Al ser visibilizada, esa realidad necesita de una nueva narrativa: la de la resolución del conflicto. Aquí ya no hay margen de defensa de posiciones políticas, ni de buenas voluntades: estamos en el espectro de la acción necesaria.

Las economías secundarias derivadas del crecimiento de los grupos delictivos han rebasado a todos, no sólo a las instituciones. Mantener un aparato de criminalidad requiere de la suma de muchos recursos, la mayor parte violentos e ilegales, en tanto que la capacidad de enfrentarlos requiere aun de más recursos: la inteligencia, la visión de estudio sociológico, la acción coordinada entre sociedad y gobierno para limitar al máximo esa expresión de degradación humana.

Dar el salto hacia una nueva forma de enfrentar esos fenómenos es algo que comienza a ocurrir, más allá de las narrativas. Tan mugrosa e inútil es la oposición gritando que México es un cementerio, como lo es un estado mexicano que minimice los hechos.

Lo bueno es que hay reacción. México comienza a despertar, y el diálogo entre víctimas y estado impulsa cambios del todo necesarios: desde la articulación de nuevas legislaciones, la incorporación de la ciencia forense y criminalística como método de detección de narcolabortarios, narcocampamentos narcofinanciamiento y narcoprotección institucional de los enemigos de la dignidad humana.

Pero también pasa por una nueva comprensión de la sanación integral de la sociedad. Y para sanar se requiere de un enfoque holístico: estamos enfermos del alma, del cuerpo y de la mente. La prevalencia de la violencia, la apología de la cultura de la criminalidad, y el fomento de las libertades mal entendidas y peor aprovechadas por corruptos y corruptores, encierra la esencia de un Estado en cuya omisión ha comenzado a experimentar su degradación como garante del estado de derecho. Esa vía sólo puede conducir hacia la destrucción, si no se da marcha a una estrategia de trabajo hacia la desestructuración de los grupos que operan las actividades ilícitas.

México tiene la oportunidad de reconocer sus males, de actuar para combatirlos y de diseñar una nueva sociedad, siempre y cuando se unan en el trabajo las dos partes más fuertes: sociedad y Estado.

Resulta doloroso ver que el combate de las narrativas se dé dentro de la arena política, y no dentro de los márgenes de la acción de la ley, la desincorporación del nudo creado entre autoridades y criminales, y la creación de una cultura de paz que  sane las heridas. Se necesita del trabajo conjunto y sí, incluso de quienes han infringido la ley. Por más absurdo que parezca, los caminos se cierran en uno solo: el cierre del ciclo que incluye desarme, detención o eliminación de objetivos generadores de violencia, desarticulación y deslinde de autoridades involucradas con el crimen, amnistía para víctimas de reclutamiento forzado, reingeniería científica de fiscalías, y un profundo estudio social y antropológico del México herido.

Ya no se trata de echar culpas, sino de poner soluciones en la mesa. En San Luis Potosí somos pioneros en materia de investigación científica de desaparición de personas, y hay un Gobierno estatal que otorga las herramientas a las y los buscadores de personas. Nadie puede dudar de la sensibilidad de las autoridades estatales ante el tema. Y eso no sólo demuestra empatía con la víctimas y sus familiares, sino lejanía de quienes cometen atrocidades como la desaparición de personas. Un empujón más, y el acompañamiento de civiles e instituciones seguirá descubriendo heridas que deben ser sanadas, inhibidas y castigadas.

Quienes estamos del lado de las víctimas, lo estamos porque también conocemos de cerca o hemos vivido en carne propia los daños que provocan los grupos de interés criminal. No somos otra cosa que el reflejo de quienes sufren ese inmerecido castigo de un sector que vive a expensas del temor de la mayoría.

Por eso hay que pensar fuera de las posturas políticas, enfocarse en las estrategias de corte científico, tecnológico y jurídico, para cortar esa parte enferma del corpus social mexicano.

En el sistema operan generadores de violencia, han sido parte de actos de lesa humanidad, ostenta cargos públicos, y aún así se dicen víctimas. El cinismo es brutal. A esos personajes sobre los cuales pese la sospecha de ser o de haber sido parte de un entramado criminal, hay que despojarles del poder, y este es el momento. En sus palabras de solidaridad o respeto, en sus acciones de acompañamiento y empatía, se les conoceréis.

Ojalá la oposición deje de rapiñar el dolor humano y el régimen lo haga visible, lo acepte y lo acompañe con acciones. Ojalá nos podamos unir por aquellos que esperan no sólo justicia, sino saber dónde quedó su hijo, su hermano, su hija, su hermana, su padre o su madre, su tía o su tío, su abuela o abuelo, su amigo o vecino.

Cabe una reflexión final, casi un consejo: ¿Dónde hay empleos en México que paguen 5 o 10 mil pesos a la semana, sin saber hacer nada? Cuidemos de no hacer caso a esas “ofertas” fabulosas que ya sabemos (ahora) lo que representan: reclutamiento forzado, trata de personas, extracción y venta de órganos, etcétera.

Y aunque se enojen, no dejen a menores con un teléfono celular a la mano sin supervisión o vigilancia. De algo tan sencillo como esto puede depender que sigan en casa. El cambio, en efecto, comienza en nuestros hábitos y formas de relacionarnos con el mundo.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.

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