Ciudad de México (15 de febrero de 2016).- Durante mucho tiempo se ha mantenido que los niños tienen una mente privilegiada para la adquisición de un idioma. Por alguna razón que se escapaba a los investigadores, su cerebro parecía gozar de una habilidad sobrenatural para las lenguas que, con el paso del tiempo, se esfumaba. Nuestra experiencia parecía avalarlo: muy raramente un niño no es capaz de aprender un idioma si sus condiciones mentales y culturales son las adecuadas. Por el contrario, da igual que nos peleemos durante años y años con el inglés, parece simple y llanamente imposible que podamos aprenderlo, no digamos ya hablarlo correctamente.
Cada vez más investigaciones señalan que no es exactamente así. La última de ellas acaba de ser publicada en PLOS ONE, y aunque reconoce que la edad parece ser un factor importante, no tiene por qué ser por ninguna configuración cerebral privilegiada. La mejor muestra de ello es que, como Monike Schmid, una de los autoras del estudio y profesora de Lingüística en la Universidad de Essex señala en ‘The Conversation’, no han sido capaces de encontrar un momento crítico en el que nuestra capacidad de aprender otra lengua comience a disminuir. Más bien se trata de un proceso de decadencia imparable y continuo.
Dicho de otra forma, si uno se está planteando estudiar un nuevo idioma, puede estar tranquilo, porque no hay ningún momento en el que nuestra habilidad comience a decrecer sensiblemente. Eso sí, cuanto más tiempo pase, peor. Como señaló una investigación realizada en 1999 por James Flege, referida a los inmigrantes de Estados Unidos, cuanto mayores eran, más dificultad tenían a la hora de adquirir un nuevo idioma. Sin embargo, no se trata de una cuestión genética, sino de contexto, más allá de que a los adultos siempre les cuesta más aprender algo nuevo.
“Los niños pueden emplear más tiempo y esfuerzo en aprender que los adultos que tienen otras demandas que compiten con ello”, explica Schmid. Si no aprendes, puedes echarle la culpa a tu trabajo, a tu familia, a tus amigos o a tus aficiones. Pero no sólo a eso: “La motivación de los niños para encajar es mucho mayor, y los hábitos de pronunciación y gramática de su primera lengua están mucho menos interiorizados y por lo tanto son más fáciles de superar”. Con el quid de la cuestión hemos topado: nuestras dificultades para aprender un nuevo idioma no sólo dependen de nosotros y de nuestras costumbres, sino también de las peculiaridades de las lenguas.
Demasiado bien acostumbrados.
Es una de las razones más evidentes por la que nos cuesta entender tanto un idioma, especialmente si, como ocurre entre el inglés y el español, no comparten raíz idiomática: a medida que utilizamos un idioma, este pasa a ser tan familiar que nos cuesta interiorizar normas completamente diferentes, y por eso es mucho más complicada la segunda lengua. “Incluso los muy buenos estudiantes de un idioma difieren de los jóvenes a la hora de utilizar la gramática correcta y consistentemente”, señala la autora. Estos aprenden bien el vocabulario, pero siempre se atascan con las normas gramaticales más básicas.
Como explicaba el profesor de neurociencia y aprendizaje de la Universidad de Cambridge Matt Davis, cuando aprendemos nuestro primer idioma, incorporamos las reglas gramaticales a su uso diario de manera natural, aunque tan sólo más tarde seamos capaces de explicar por qué son así y no de otra forma. Ahí es, precisamente, cuando aparecen las dificultades: cuando el conocimiento gramatical es explícito, interfiere con lo que ya conocemos y utilizamos instintivamente.
Ocurre con distinciones como las que existe en el significado de diversos tiempos verbales: como señala Schmid, no es lo mismo utilizar el ‘present perfect’ (“I have lived”) que el ‘simple past’ en inglés (“I lived”), puesto que el primero significa que el proceso aún no ha terminado. De ahí que muchos de sus alumnos los confundan continuamente. A los españoles, por ejemplo, nos suele costar no tanto esta distinción entre tiempos verabales, que es muy semejante a la del pretérito perfecto compuesto y la del simple, sino la que se produce entre el ‘past perfect continuous’ y el ‘past perfect’. La razón es que ambos utilizan diferentes versiones del pluscuamperfecto (una de ellas con “había estado”) pero no representan dos tiempos verbales diferentes en castellano.
“Parece que hay algunos ‘bolsillos’ gramaticales que hacen fracasar incluso a los estudiantes más avanzados, mientras que los niños los manejan pronto y con facilidad”, es la conclusión a la que llegan los investigadores. Para llegar a dicha conclusión han empleado una nueva herramienta de análisis, el modelaje aditivo general, que no fue capaz de encontrar en su análisis de 66 estudiantes de alemán ningún período crítico en el que su cerebro empezase a responder mucho peor a los errores gramaticales. No obstante, tal y como sugiere Jürgen M. Meisel, de la Universidad de Hamburgo, en una reciente investigación, es posible que de haber un salto cualitativo, este se produzca a los cinco años de edad. Lo que está claro por ahora es que, aunque nunca es tarde, cada segundo que pasa nos dificulta un poco más la adquisición de un nuevo idioma… pero no nos inutiliza por completo.
Fuente: El Confidencial.