Abelardo Medellín Pérez
La expulsión apresurada de Enrique Galindo Ceballos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se siente como el resultado natural de tensiones mal encausadas; en este proceso nadie puso de su parte, nadie sopesó las implicaciones y, aparentemente, no se tomaron en cuenta las consecuencias.
En términos generales, la salida refleja un perder por perder. El PRI, aunque le cueste decirlo, perdió a su activo más valioso, al perfil competitivo, a la única ficha que le quedaba para retrasar su cada vez más próxima fecha de expiración.
No hay políticos potenciales haciendo fila afuera del PRI para afiliarse, al contrario, larga es la fila que se ha formado en las puertas de salida, y la expulsión de este activo podría dejar una fuga difícil de arreglar.
Galindo Ceballos tenía meses despreciando la plataforma partidista que le consiguió la reelección, pero ante la afrenta insensata queda claro que el orgullo inflexible no fue el mejor camino.
El PRI puede regodearse de haber defendido su poca honra y su endeble ideología, sin embargo, deberá transitar las próximas elecciones con una reducida capacidad de competir.
Rocha Medina, dirigente priista, prácticamente sacrificó la oportunidad dorada del 27′ a cambio de proteger la imaginaria unidad de un partido combulso; las repercusiones no llegarán de pronto, sino quiza hasta que tenga que sentarse a negociar una coalición, a la que no podrá aportar nada, y la persona del otro lado de la negociación sea un Galindo Ceballos con traje azul.
Por otro lado, está la denunciada, y plenamente evidente, soberbia del expulsado.
Para nadie fue sorpresivo que la militancia priista haya hecho una compilación de 191 fojas de las ocasiones en que Galindo Ceballos despotricó contra el PRI; la sorpresa es que no hayan sido más.
El alcalde capitalino, a la par de su campaña a la reelección y sus aspiraciones a la gubernatura, se encargó durante el último año y medio de labrar una puerta ancha para salir del partido en condición de persona non grata.
Con sus nímios nueve años de militancia, Galindo Ceballos (como muchos otros políticos modernos) no pudo comprender que la carrera política a través de los partidos requiere de un alto nivel de disciplina partidaria.
El PRI, que nació del intento por reducir la violencia como método de renovación del poder, tiene la experiencia de 78 años en los que se ha difundido la disciplina partidaria como máxima para sostener a la Institución.
Quizá sus resultados en la actualidad son profundamente criticables, pero si Galindo Ceballos participó del partido, se consideró militante y, por si fuera poco, logró reelegirse en uno de los cargos municipales más importantes del estado, lo hizo en observancia de lo que exigía su partido. Eso no lo puede negar.
Claro que el alcalde Enrique Galindo tiene derecho de criticar públicamente lo que estuviera mal con el partido, pero nunca escuchamos un argumento claro, un señalamientos franco; todo fueron pedradas molestas de una animadversión que no se justificaba por sí sola.
Así como tenía el derecho de criticar, tenía la obligación, con su congruencia, de dejar el partido en términos formales, y no solo emprender un abandono tibio de su militancia.
Esta deuda con la coherencia será un obstáculo para cuando el alcalde intente narrar su lado de la historia desde la posición de víctima política.
Además del papel de víctima, Galindo Ceballos ha perdido también el margen para negociar con sus potenciales nuevas casas partidistas.
Para negociar a la hora de buscar un cargo, las coaliciones tienen la ventaja de contar automáticamente con dos bienes para ofrecer: el apoyo incondicional de la base a la coalición y los cargos que ya tienen consolidados como posiciones que ceder o mantener.
El alcalde Galindo carece de las bases y no cuenta con suficientes posiciones por asegurar. Aunque el alcalde se considere un perfil político independiente y autónomo del partido con el cual llegó, negociar el cargo requiere de esa estructura que puede hacer acuerdos, pagar las deudas políticas, defender las posiciones.
El alcalde ya no tiene nada de eso, por más pequeña o poco competitiva que pareciera, el respaldo es el respaldo, y sin él, Galindo podría irse para atrás en la siguiente reunión para negociar el siguiente cargo.
Cuando no tienes ni bases, ni espacios para negociar, solo te queda una opción: comprar en efectivo tu siguientes cargo, y ante ello, cualquier partido, PAN, Morena o PVEM, estarían dispuesto a aceptar la contribución.
Lo preocupante es de dónde va a sacar Galindo Ceballos para dar ese siguientes paso, ¿Será que de ahí viene la lógica de los nuevos impuestos? ¿El alcalde fondea su seguro político contra orfandad partidista? ¿Los parquímetros, el alumbrado y los permisos para peleas de gallos pagarán su cuota de ingreso al partido que le espera?
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestrando en Estudios sobre la Democracia y Procesos Electorales en el posgrado de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Ha trabajado como reportero y columnista en los medios digitales La Orquesta y Arco Informativo; actualmente es reportero de Astrolabio Diario Digital. Ha sido acreedor de dos premios estatales de periodismo en las categorías de Artículo de Fondo y Periodismo Regional.