Gallardismo y gandallismo

Óscar G. Chávez

Sorprendentes e hilarantes por oportunistas y absurdas resultan los dichos del secretario general de Gobierno, Guadalupe Torres, quien tuvo la puntada de comparar “eso que llaman gallardía” con el navismo como movimiento político y social. La boca cerrada guarda la saliva, dice un proverbio árabe; por acá diríamos calladito te ves más bonito (y más ahora con la exitosa hojalateada).

Para él, con el reciente fallecimiento de doña Concepción Calvillo Alonso viuda del doctor Salvador Nava “se extingue el movimiento navista al menos en la parte histórica […] pero hay otros movimientos modernos que se están generando como el gallardismo”, al que además consideró de “alto sentido social”. Ni idea tuvo de lo que dijo, comenzando por “la parte histórica.

Al margen de la diferencia abismal, no hay ni un solo punto de comparación, ya que el navismo fue, efectivamente, un movimiento social con ideología y propuestas concretas y no una agrupación desideologizada producto de las redes clientelares generadas a partir de la manipulación de la necesidad de un amplio sector poblacional. En otras palabras, el navismo al tiempo que perseguía un ideal, jamás lucró con la pobreza ni la marginalidad repartiendo dádivas condicionadas, antes bien, buscó involucrar a la ciudadanía en ejercicios de participación activa y directa, gracias a los cuales un amplio sector poblacional de diversas zonas de la capital, se vio beneficiado a partir de su propio esfuerzo.

Gran parte de este conocimiento y solución de la problemática urbana y social derivó de la conformación de una estructura gubernamental (pensemos en el primer ayuntamiento navista) plural, integrada en lo operativo por personalidades de amplia capacidad profesional, en tanto que su cabildo fue conformado de una manera plural con integrantes activos de diversos sectores, privilegiando en los dos ayuntamientos presididos por el doctor Salvador Nava, la transparencia en el rendimiento de cuentas, exigiendo además la honradez entre sus funcionarios. No se sabe, tampoco, que deliberadamente y haciendo uso del aparato municipal se enriquecieran escandalosamente, se apropiaran de terrenos u ordenaran obras superfluas que les posibilitaran alguna participación.  

De ahí que nadie que haya vivido o recuerde aquellos años, puede decir que en aquel ayuntamiento se dio cobijo directa o indirectamente a personajes incapaces, ornamentales, de dudosa conducta, a pillos o insolventes morales. No aludo, aunque lo supongan, al autor de las desafortunadas declaraciones que dan lugar a este texto, pienso más bien en Héctor Serrano Cortés, a quien el aparato gallardista buscó, durante el pasado proceso electoral, beneficiar con una curul en el Congreso local.    

Para muestra basta el libro de Alejandro Almazán, Jefas y jefes. Las crisis políticas que forjaron a la ciudad de México (México, Grijalbo, 2023, 444 pp.) en el que se describe a Serrano (personaje carente de escrúpulos y capaz de irse contra lo que sea, para alcanzar sus objetivos) como “Alumno avanzado del espionaje, fallido imitador de Pedro Infante y capaz de hablar con arcángeles…” (p. 243).

Al referirse al espionaje telefónico como la herramienta fundamental con la que chantajeó a quienes obstaculizaron sus propósitos, continúa: Vidal Llerenas, me contó que, durante tu administración [la de Miguel Mancera], entre los marcelistas y obradoristas se decían: “Si Serrano no te espía, no eres un político importante”. Incluso hay reportajes donde acusan a Serrano de operar una casa de espionaje, en el mero centro de la ciudad.” (p. 278). Por si los panistas (tan faltos de imaginación) se preguntaban quién estuvo tras la filtración de las llamadas del alcalde de Matehuala.

No sólo los actores políticos experimentaron con los actuares del inescrupuloso político, la propia Ciudad de México sufrió los embates de su brutal ignorancia: Por órdenes de Serrano se tiraron 14 construcciones [en realidad fueron nueve, se explica líneas adelante] de los siglos XVIII y XIX, consideradas por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad […] La UNESCO estuvo cerca de retirar la designación del Centro Histórico como Patrimonio de la Humanidad” (p. 246) Entre ellos, en contubernio con mafias de comerciantes, parte del palacio de los Camilos (esplendorosa construcción vinculada a las testamentarías del mariscalato de Castilla y de los condes de Medina-Torres).

De cómo el gallardismo en general llegó al poder, da cuenta –con ligeras imprecisiones– el libro de Paula Sofía Vázquez Sánchez y Juan Jesús Garza Onofre, La mafia verde (México, Ariel, 2023, 245 pp.); nada de su historial delictivo que no se haya dicho ya, sin embargo resumen: “…la gallardía hace más que controlar la vida política de un par de municipios. Se trata de una poderosa estructura de movilización de votos a partir del uso de recursos públicos y, aunque no se ha podido comprobar, se dice que controla de forma legal e ilegal la economía local (p. 216). Nada que ver con el navismo, mientras ése fue un verdadero y heroico movimiento ciudadano, el gallardismo ha sido, y será, puro agandalle.

Nota necesaria. Los amartelados del gallardismo podrán decir que nada de lo escrito es cierto, y puede ser que tengan razón, soy tan mentiroso como su aliado el presidente López Obrador cuando dijo en Soledad, cuna del gallardismo: El doctor Nava era un luchador social, un luchador auténtico por la democracia y tenía mucho prestigio, era un hombre con mucha autoridad moral, que es fundamental para esas luchas de transformación. No se puede llevar a cabo ningún cambio si no hay autoridad moral. La autoridad moral es la que da la autoridad política y eso es lo que permite que avancemos”.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio. 

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