Nueva York, Estados Unidos (04 de junio de 2016).- El hallazgo científico era asombroso: Los niños que comen golosinas tienden a pesar menos de los que no las comen. No tan asombrosa fue la manera en que se llegó a esa conclusión: El estudio científico había sido financiado por una asociación empresarial que representa a los fabricantes de los chocolates Butterfingers, Hershey y Skittles. Las conclusiones fueron publicitadas por la asociación aun cuando uno de los autores del documento no tenía mucha confianza en él.
“Esperemos que puedan hacer algo con esto, es un estudio débil y obviamente tiene mucho material desechable”, escribió una profesora de nutrición a otro de los autores de la prueba en 2011, anexando un resumen de la averiguación.
El comentario estaba en uno de varios correos electrónicos obtenidos por The Associated Press, solicitados a universidades públicas como parte de una investigación sobre cómo las empresas de alimentos influyen en las actitudes colectivas hacia la alimentación sana.
Una de las tácticas más potentes de la industria es el financiamiento de estudios sobre nutrición que conllevan legitimidad académica, pasan a ser parte del historial científico y suelen generar noticias.
Las compañías aseguran que se atañen a lineamientos estrictos para que los estudios mantengan su integridad científica y muchos académicos consideran la colaboración corporativa como necesaria para adelantar fines científicos. Los críticos, sin embargo, temen que los estudios se usarán con fines mercantilistas.
El estudio sobre los niños que comen golosinas se derivó de una base de datos oficial de sondeos en que se le pregunta a la gente qué comieron en las últimas 24 horas. Los datos “podrían no reflejar la ingestión rutinaria” y “no se puede trazar una relación directa causa-efecto”, advirtieron los autores.
Sin embargo, el comunicado de prensa emitido por la asociación de empresas de golosinas no mencionó nada de eso. Más bien asevera: “Nuevo estudio demuestra que niños y adolescentes que comen golosinas tienden a tener menos incidencia de sobrepeso u obesidad”.
Carol O’Neil, la profesora de la Louisiana State University que hizo el comentario de que “es un estudio débil”, dijo en entrevista telefónica que estaba haciendo referencia al resumen anexo, que buscaba la reacción de su colega y que no recordaba por qué hizo esa aseveración. Según ella, en ese entonces opinó que el estudio completado era “robusto”.
Desde 2009, los autores de ese estudio sobre las golosinas han escrito trabajos para otras empresas como Kellogg, o para asociaciones empresariales del sector de carnes o de jugos de frutas. Los co-autores de O’Neil eran Theresa Nicklas del Baylor College of Medicine y Victor Fulgoni, ex ejecutivo y consultor de Kellogg cuyo sitio web lo presenta como promotor de “afirmaciones convincentes y científicas de diversos productos”.
Por supuesto que los estudios financiados por grupos empresariales no son el único problema en las investigaciones, pero Marion Nestle, profesor de nutrición de la New York University, estimó que a diferencia de otras investigaciones, estos estudios “pueden ser usados para fines de mercadeo”.
Los correos electrónicos muestran cómo los intereses financieros pueden motivar a los científicos. En 2010, Nicklas dijo que decidió abstenerse de asistir a una conferencia de General Mills porque no quería “poner el peligro” una propuesta que ese grupo iba a plantearle a Kellogg. Para otro proyecto, Fulgoni le aconsejó a O’Neil no incluir ciertos datos.
“Sugiero que nos enfoquemos primero en esto y que no hagamos más estudios hasta que Kellogg nos prometa más financiamiento”, escribió.
En un aparte del estudio sobre las golosinas, se advierte que los patrocinadores no tuvieron rol alguno en la redacción del documento, pero correos electrónicos de la universidad muestran que la Asociación Nacional de Fabricantes de Dulces hizo algunas sugerencias.
Fuente: Sin Embargo.