Octavio César Mendoza
Cuando se avecinan los tiempos electorales, los voceros de la ultraderecha practican sus rituales ancestrales para llamar a la guerra sucia: escriben gomosos manifiestos donde invocan una legalidad y una decencia postizas como pelucas de lanceros; erigen columnas periodísticas numerológicas donde anticipan sus masoneros escenarios políticos sobre una mesa de billar de cantina fifí; los más osados, los herederos de la guachichilia chichimeca, se cruzan una equis en el pecho para realizar el baile de la jiribilla irónica y lanzar coloridos sofismas como cohetes de fiesta patronal. En marabunta, saltan de las piedras místicas donde hibernaron durante dos años cuando las remueve los trascabos de la obra pública, jurando venganza.
En la puesta teatral de temporada, en la política-ficción, los que gobernaron durante décadas bajo las más oscuras de las perversiones, exigen transparencia; los que gozaron y gozan aún de posiciones privilegiadas en los campos de la “docencia” y la “investigación” y el “periodismo” donde la pasaron o la pasan mintiendo con la profunda seriedad académica de un filósofo metido a taxidermista, exigen que se les hable con la verdad; los que transformaron el ejercicio del poder en la “cosa nostra” de un puñado de políticos corruptos cuya obra mayor fue haber dejado las arcas vacías, desean que su pesadilla se acabe. Esta matrix no les gusta, la sienten pegajosa como un ajustado traje de latex verde, es incómoda porque asfixia sus ansias de regresar al Palacio.
Sucede que el pueblo siempre estuvo afuera de dicho Palacio, esperando kafkianamente que lo dejaran entrar; y ahora que el pueblo es el que gobierna, y lo hace con la premura de quien sabe que se perdieron añales para cambiar las cosas, los exiliados en el país de Nod lloran al este del Edén con melancólica ira; se retuercen, indignados, y se disponen a disparar en redondo para evitar que el cambio que ya está en marcha aplaste sus aspiraciones de poner al pueblo nuevamente bajos sus dominios. Por eso celebran el triunfo pírrico de un revés eventual en un juzgado heredado como feudo patriarcal, y arrojan a sus aspirantes de David contra su imaginario Goliat, pero evitando la fatiga de firmar con su propio nombre sus solicitudes de amparo contra lo que el pueblo piense o sienta que es su legítimo Derecho.
Pero bajo el amparo del Santo Señor de la Democracia, el pueblo trabaja para que las placas y las licencias sean gratuitas, para que los barrios tradicionales vuelvan a cobrar vida, para que no falte el agua en sus hogares, para que sus hijos vayan a la escuela con zapatos, mochila y uniformes nuevos, para que se abran otras universidades en, por ejemplo, la zona Media, para que se amplíen las carreteras de toda la entidad federativa, para crear clínicas rosas que atiendan a todas las mujeres del estado, para tener vialidades modernas, para atraer la inversión extranjera y que se generen más empleos, para tener transporte de calidad gratuito o a bajo costo, para que Villa de Pozos se convierta en municipio y deje de ser visto como virreinato del PRIAN, o para que 200 mil potosinos salgan de la pobreza. Más lo que falta por acumularse durante uno, dos, tres, sí: cuatro años más de Gobierno del pueblo para el pueblo.
Lo bueno de esta épica época prelectoral, es que los bandos han tomado sus respectivas banderas, como es semánticamente debido. El de los bandoleros, contra todo lo que huela a progreso, libertad, bienestar y desarrollo. Y el del pueblo en el Gobierno, contra todo lo que signifique rezago, pérdida de oportunidades y conservadurismo rancio y esclerótico. En el desenlace, volverá a triunfar el pueblo porque el pueblo, una vez en el poder, no se puede dar el lujo de perderlo.
De eso se trata mi siguiente obra literaria, y se llama “Grito en el cielo” –no sean malpensados, ni se imaginen cosas. Para eso están los escritores.
Por cierto: celebro la aparición del poemario “La última flecha” de mi amigo Didier Armas. Esta obra recibió el Premio Municipal de Literatura “Félix Dauajare” 2022, convocado por el H. Ayuntamiento de San Luis Potosí. En dicho poemario, Maquamalto, el simbólico personaje de la resistencia Guachichil a la invasión de los conquistadores europeos, toma la voz lírica del autor para arrojar su último grito de guerra y exhalar su último gemido de vida al recibir la flecha de la derrota, igual que un pájaro cardenal, y con ello fundar la mixtura de culturas que entretejen nuestra vestimenta social actual en este Gran Tunal del Potosí. Ese mestizaje que hoy forja nuestra identidad nos dice que, en el fondo de cada individuo potosino, se debaten dos ambiguos linajes: el indígena y el europeo; herencia igualmente admirable si nos atrevemos a pensar en nuestra semejanza con el otro, ese “extraño enemigo”; aunque la verdadera y final enemistad del ser humano es con su propio destino. Para aprender a entender e interpretar la realidad, hay que darse a la tarea de leer mucho. Entre más culta la persona, más tolerante, más humana, más compasiva, más paciente; y, en una de esas, incluso más sabia.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.