Por: Diana Lopez
San Luis Potosí.- Es curioso como esos largos tramos en camión provocan una serie de reflexiones y pensamientos que la vida diaria llena de ajetreos y preocupaciones relevantes reemplaza aquellas situaciones de vital importancia.
Y sí, sucedió en el camión, de regreso a casa. Las nubes grisáceas daban un aspecto nostálgico a la ciudad; no por el tono, no tengo nada en contra del gris, sino por el hecho de que no ha descendido ni una sola gota de lluvia.
Así miraba a la gente caminar mientras el camión cumplía con su trayecto. Algunas, con un paraguas que no se abriría bajo el brazo y otras simplemente sin él, acostumbradas a esas tardes en las que las nubes parecen juntarse sólo por diversión para dar a la población ilusiones de que llueva aunque sea sólo un poco.
El aire se volvía cada vez más frío, por lo que me levanté del asiento para cerrar la ventanilla.
La lluvia es la caída de agua en forma de gotas, debido a la condensación del vapor de agua de las nubes. A veces, cae en forma de nieve o granizo.
Toda esta agua es de vital importancia para la preservación de muchas cosas que nos rodean, hasta de nosotros mismos. Regar los sembradíos, aumentar el caudal de ríos y presas; aquella que se filtra por suelos, formando corrientes que lleguen a pozos o al mar.
Incluso gente que la recolecta en botes y cubetas para darle uso más adelante. Todo se debe de aprovechar; en estos tiempos, las sequías ya abundan más que la temporada de lluvias.
Un rayo se vislumbró en el horizonte. Me acomodé en el asiento y cerré por un momento los ojos. Recordé esas épocas de niñez y de mis primeros años de secundaria, donde las lluvias eran motivo para jugar y dejar que cayera el agua sobre ti. Salpicar los charcos y mojar a tus amigos y/o hermanos hacían feliz a cualquiera.
Hoy, todo eso, sólo pasa a ser parte de recuerdos, y de memorias abandonadas en un baúl que abrimos de vez en cuando.
Mi mente también regresó a mis épocas de escuela primaria; esas clases de historia que, impartidas correctamente, llevan al alumno a imaginar épocas donde pensar en una computadora ni siquiera era posible.
A nuestros antepasados, junto con todas sus creencias y deidades religiosas que incluían rituales en demasía extremos, como los ofrecidos a Tlaloc, el dios de la lluvia (una de su más famosas representaciones se encuentra fuera del museo de Antropología e Historia, en la ciudad de México), en la época prehispánica mexicana, donde se hacían autoflagelaciones y sacrificios masivos, especialmente con niños, con el fin de alegrar al dios para que mandara la lluvia al pueblo.
Hoy en día, es común entre la cultura popular hacer bromas con respecto a este tipo de rituales. Recordé el más popular.
Un estrepitoso trueno me hizo reaccionar. Mi bajada estaba cerca. Presioné el botón para avisar de mi descenso al chofer.
¿Será hora de bailarle a Tlaloc para que llueva un poco? Pensé.
Bajé del camión, justo cuando una lluvia torrencial comenzó a caer.
Rayos. No traigo paraguas.