Óscar G. Chávez
En siete días tomará protesta una nueva legislatura, la sexagésima cuarta según el consecutivo que le corresponde. Es muy posible que ésta venga a confirmar aquella conseja que augura que “la peor legislatura es la que viene”. La saliente, a propósito, lo fue con relación a la anterior; la abyección fue su sello distintivo.
Queda, no obstante que la fracción del Verde sea mayoría y a pesar de lo que se pueda pensar o decir, la posibilidad de que la bancada guinda se convierta en la oposición que podría representar un contrapeso al servil oficialismo que hasta este momento impera dentro del Congreso del estado. Recordemos que el próximo coordinador, al menos de aquella bancada es un personaje que no goza de ninguna popularidad entre las altas esferas del morenismo, de manera particular frente a la próxima presidente de la República, de quien no sólo se distanció sino que se convirtió en enemigo durante la administración de Miguel Mancera en la jefatura de gobierno, cuando destacó como su más excelso golpeador.
El cómo fue impuesto aquí por Gallardo ya es conocido, sobra dedicarle tiempo, pero si logra impulsar las ocurrencias del gobernador a través del Congreso, la posibilidad de que en pago lo haga saltar a una curul federal no es nada remota.
De ahí que puede resultar atractivo (por el sólo hecho de agradar a la presidente) no sólo para los nuevos legisladores, sino también para toda la estructura morenista en el estado el convertirse en opositores tanto de Serrano como del oficialismo verde. La posibilidad no es remota pero existen dos motivos que hacen suponer que puede ser complicado, sino es que imposible, actuar de esa forma.
Primero, es muy notoria la falta de capacidad de decisión y determinación en la dirigente estatal; pareciera que sólo se decide a actuar cuando hay vía abierta desde el centro y no de manera directa aunque se le presente una buena oportunidad. Esto, se explica de porque al parecer sólo actuará si tiene el respaldo de su hermana y, por consiguiente, de la presidente de la República, y es explicable: está aquí por ellas y hasta este momento su capacidad operativa, frente al monstruo que es el aparato verde, no da para más.
Segundo, en San Luis Potosí (estado y capital) no existe una estructura real y operativa del partido presidencial, no sólo por la antipatía natural del potosino promedio engolosinado a ultranza con los modelos de derecha, sino también por la ausencia de un proyecto de partido, toda vez que los anteriores dirigentes dejaron que la inercia hiciera lo suyo y no más, y los que pudieron ser perfiles destacados, sólo buscaron fortalecer sus intereses personales para proyectarse y dejaron del lado los de la escasa militancia de base y los del partido.
Al día de hoy, si se observa con detenimiento, es evidente que Morena con todo y el fenómeno López Obrador, todavía no puede considerarse como una oposición sólida frente al gobierno estatal. Mención aparte merecen las veleidades personales, las fracturas dentro del propio partido, así como los contubernios tóxicos y alianzas nefastas. Pasan por alto la regla de hablar y escuchar a todos, pero no pactar con todos, ya que en gran parte son emisarios de lo que han jurado combatir.
Pareciera que la dirigencia de Morena en San Luis Potosí no quieren darse cuenta, o busca ignorarlo de manera deliberada por miopía política o cerrazón, que de nada sirve ser oposición y montar una estrategia si no se cuenta con un estructura de sólida base y perfecto engranaje. Al igual que como –en el caso del gobernador– es evidente que de nada le sirve tener una estructura sin una estrategia para gobernar como no sea mediante la ocurrencia, que si bien le ha funcionado, hasta ahora no se había enfrentado a la hermana de una secretaria de Gobernación.
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