Octavio César Mendoza
La Cultura es una herramienta que nos permite observar nuestro entorno y, a través de la lectura de los símbolos que la constituyen, conocer su significado más profundo. La Cultura es el discurso de las cosas humanas, y todos poseemos Cultura en mayor o menor cantidad y calidad, y por ende otorgamos a la misma un valor equivalente al de su presunta utilidad, ya sea como sistema de creencias, fuente de conocimiento de sí mismo y la otredad, adquisición de abundancia material cuando se convierte en Educación, y riqueza espiritual, que es el culmen del fenómeno de la asimilación y comprensión cultural.
A este último nivel sólo llegan algunos sabios, poetas, filósofos y aquellos que, a través de la preparación académica de alto nivel, alcanzan un conocimiento científico de excelencia en determinado saber. Por ello resulta fundamental pensar en el mérito que tiene una persona para gobernar, más que en la simpatía que nos cause, o en el Partido Político que lo postule. Los Candidatos incultos suelen ser personajes carismáticos arropados por el populismo, y su única herramienta es la seducción demagógica de las falsas promesas. Y es aquí donde la sabiduría escapa de la ignorancia para venir a darnos la razón en este asunto: cada vez que se vota con las tripas, pagamos con el detrito resultante de la función de las mismas.
Por ello hay que perseguir el ideal de ser gobernados por personajes que posean los méritos necesarios que son reflejo de nuestra Cultura, Valores, Principios y Educación. Y sí, los escribo con mayúscula inicial porque así adquieren personalidad dichos conceptos. Se dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece; pero veamos: si tenemos un Gobierno hecho de personajes con méritos de alto valor, es porque somos un Pueblo realmente sabio. La sabiduría popular, representada en “dichos” y frases que conllevan un conocimiento compuesto por enseñanza y aprendizaje, tiene contenidos que pocas veces nos detenemos a observar a profundidad, como lo haría una persona Culta. Para eso está este diminuto abrevadero para colibríes errantes.
Analicemos pues el origen de la frase o alegoría del “Caballo Negro”. Sabemos, en principio, que la ausencia del color llamada “Negro” representa luto, elegancia o misterio en la Cultura Occidental; o que en Japón es símbolo de poder -por ello el grado mayor de la disciplina deportiva del Karate es reconocido por una cinta negra-; y que la absorción de todos los colores que es en la Física, es en la política un color admonitorio de cambios imprevistos, y cierres de contiendas electorales que rompen las quinielas, si se relaciona con el lugar común procedente del anglicismo “Dark Horses”.
Según antiguas tradiciones orales del mundo indígena norteamericano de la era de la Colonia Británica, un “Caballo Negro” es una persona leal a sí misma, segura de sus ideas y habilidades, pero que procura mantenerlas en valioso secreto para, al final, redoblar el esfuerzo, alcanzar a los demás adversarios y ganar la carrera. Por lo general ese “Caballo Negro” mantiene un bajo perfil, no se amedrenta ni hace alarde de sus capacidades hasta que llega el momento de demostrar, ante sí mismo primero y luego ante los demás, de lo que es capaz.
El “Caballo Negro” (que no el vino llamado “Dark Horses”, ni la figura del escudo de Ferrarri, ni el mambo de Pérez Prado que tiene la cola blanca) posee, además de los atributos antes citados, un bagaje cultural y educativo de alto nivel. Digamos que no brincó de guarura a experto en el sistema tributario y luego a candidato como por arte de magia, sino que se preparó para buscar el cargo con algo que se llama decoro. Estudió Historia, leyó Poesía, abarcó estudios en diferentes Ciencias y Saberes, y se forjó un carácter trabajando para su familia, sus empresas, su sociedad, y no busca ascender al poder por condescendencia de un patrón o un testaferro de este, ni con la bendición de los Poderes Fácticos.
El respetable “Caballo Negro” se mueve con la seguridad de que la fuerza de sus extremidades y la firmeza de su andar son ventajas competitivas en la carrera contra sus adversarios y opositores. Así, estos últimos, por el efecto del contraste, se convierten en cebras. Pero no os preocupéis, queridos tres lectores míos, que para distinguir entre una Cebra Monocromática y un “Caballo Negro” está esta humilde servilleta en la cual explico que las señales de luz polarizada que se desprenden de la cebra le permiten, a este simpático mamífero, confundir a sus electores y sus depredadores con singular alegría.
Pero no vayamos tan lejos (como en lo personal me parece de cansada lejanía el Continente llamado África) para analizar a los “Caballos Negros” de nuestro colorido terruño llamado San Luis Potosí. Tres Caballos Tres, dirían en la FENAPO (ahora hasta los antitaurinos extrañan las corridas de toros) están en la línea de salida del PRI: los tres portan el estandarte del tricolor en su facción no coalicionista, son serios, educados, y gozan del aprecio de las mayorías de las huestes tricolores, son amigos personalísimos de quien pretenden suceder, y sólo espera a ver si a los del PAN no los dejan como a los “Maderos de San Juan”. Para mayores pistas, son Gustavo el vendedor de las bondades de San Luis Potosí, Joel el educador de los tesoros de San Luis Potosí, y Luis el constructor de las grandes obras del sexenio en San Luis Potosí.
Sin embargo, el verdadero “Caballo Negro” es un Candidato sin Partido que ha tomado por suyos los colores del multicitado Estado Tunero, y que ya cuenta con un ejército electoral de 30 mil voluntarios, a los que pretende sumar otros 70 mil integrantes del sagrado ministerio que lo cobija. Ojo: ya un profesor fue Gobernador, ya dos Secretarios de Educación han alcanzado la Gubernatura recientemente, y ahora un Rector buscará lograr la proeza, sabedor de que la suma de esos cien mil voluntarios se puede correr al Centro, a la Derecha o a la Izquierda porque, a diferencia de las bases electorales del PRI, el PAN o Morena, se movilizan como colegas de forma disciplinada, y consideran a “El Doctor” como uno de los suyos.
Además, este ciudadano sin militancia en ningún Partido Político estableció el contacto necesario con las altas cúpulas del País, armó un Plan de Ciudadanización del Gobierno del Estado cuyas divisas son “El Bien Ser” y “El Bien Estar”, y ha establecido nuevas alianzas con muchos de los personajes de la Entidad. Contrario a los Candidatos y Partidos que están solicitando cascajo para el reciclaje, este liderazgo armó un equipo de “militantes free” de origen, y desinfectados de ideologías en menor medida. Si arma con buenas ideas su carromato romano de cien mil voluntarios cuando se encuentre en la línea de salida, otros desearán negociar previamente con él, ya sea para subirse a su “caballito rampante” o para invitarlo a sumar fuerzas.
En una competencia a seis carriles, el Llanero Solitario que monta este “Caballo Negro” puede obligar al Stablishment a descalificar al jinete del Caballo Verde para que no se contamine el proceso electoral; a domar a la Cebra Monocromática que salta de un lodazal a otro en busca de venganza plurinominal, y a desinflar al gaucho del Caballo Azul que todavía anda volando entre cielos de colores y nubes de algodón. De la amazona del Caballo del Bienestar, sabemos que su herencia familiar en el poder será lo que le mantenga amargada la campaña, habida cuenta del “qué dirán” de los potosinos; sobre todo esos miles de potosinos que su jefe (quien sólo cuenta con el “desinteresado” apoyo de sus cervatillos en este pueblo) ha enviado al desempleo o a la enfermedad en estos últimos dos años.
Cien mil operadores de base, multiplicados por cinco, suman una Gubernatura. Depende de que el Llanero Solitario le arrebate el discurso de hartazgo, precisamente, a los Partidos Políticos (incluido Morena) y polarice a los votantes cautivos de cada facción en pequeños montones de montoneros. Y eso puede suceder porque “Ciudadanizar a las Instituciones y al Gobierno” suena muy interesante en tiempos de crisis, reanima la narrativa épica si llega a dar cobijo a liderazgos sectoriales “apartidistas” o que han rechazado abiertamente su pertenencia a ideología militante alguna, y renueva el debate de para qué carajos sirve la Democracia si siempre son los mismos políticos los que nos gobiernan. ¡Pum! Así se rompe la maldición del mal que duró cien años.
Para rematar esta columna jónica, citemos la frase de que “Caballo que alcanza, gana” y quizás “Por una cabeza”; más si esa cabeza es pensante, y se deja guiar por otros jinetes de igual valor. Pero primero habrá que esperar a que el CEEPAC confirme que no se traspapelaron las firmas, y si no, da igual. Finalmente, Azul y Oro son los colores de San Luis Potosí, y quien gane los colores del corazón y la capacidad de entendimiento de la gente, ganará la elección, en un escenario en el cual los potosinos se muestren hartos de los Partidos Políticos; pero, sobre todo, de los políticos grises.