Historias paralelas: De milagros y promesas

Octavio César Mendoza

Cuando Jesús de Nazaret obró el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, lo hizo sintiendo en su corazón esa angustia que provoca el hambre cuando se es tan pobre que se necesita todo, empezando por la comida. Lo mismo cuando sanaba a personas que padecían tanto enfermedades físicas como mentales: Él deseaba curar a los que no tenían médico, liberar a quienes eran esclavos de sus demonios, y hacer sobrevivir a los hambrientos, sobre todo de fe. 

Su voluntad de mostrar con milagros el poder de la fe en Dios era eso y sólo eso, y esta brotaba de su deseo de aliviar el dolor humano y espiritual de sus hermanos. El único milagro gozoso que realizó fue cuando convirtió el agua en vino; aunque tal vez en dicho momento sintió la sutil sombra de la tristeza venidera para quienes disfrutaban de la ebriedad, y eso también lo entristeció a Él. Y así como nos regaló el “Padre Nuestro”, Jesús nos obsequió el concepto de la tornaboda.

El buen samaritano hacía todo esto para llevar un solo mensaje a sus seguidores: “Amad los unos a los otros, y a Dios como a vosotros mismos”. Por tamaña rebeldía en un mundo donde siempre han mandado la crueldad y la injusticia, la avaricia y el odio, la indiferencia y la burla, el dinero y el poder, aquellos que sintieron amenazados sus privilegios decidieron darle un castigo ejemplar, y expulsarlo de la política local para siempre. Pero Él resucitó al tercer día y les dijo “I’ll be back”.

Así han pasado dos mil y pico de años, de los cuales he tenido la fortuna de convivir con mi persona los últimos 46; suficientes como para ser testigo de otros milagros igualmente asombrosos como los que Jesús realizaba en aquella época de decadencia humana, tales como la multiplicación de los panes y los peces, o la sanación de los enfermos de dolencias físicas y mentales, y todo con el poder de la fe del hombre en sí mismo y su conocimiento de la Ciencia. Aprendimos bien.

Lo que no aprendimos fue aquello de amar los unos a los otros, ni a dejar de votar por los delincuentes ni, mucho menos, a tener fe en nosotros mismos y en nuestra capacidad de salir adelante como sociedad organizada. En cada proceso electoral que he atestiguado, he visto cómo los personajes que aspiran a un cargo público obran el milagro de la multiplicación de todo tipo de dádivas materiales con un solo objetivo: comprar voluntades que se traduzcan en votos. 

Alguien cuyo nombre acaso ya he olvidado, dijo que la memoria es la inteligencia de los tontos. Por ello pienso que la peor de las compras de voluntades, la más indignante, es la que se hace con promesas. El pueblo bueno (en parte) y (no tan) sabio, ignora el “modus operandi” de los aspirantes a mandatario cuando estos llegan a sus comunidades y este olvida, extrañamente, lo que fue la tierra prometida tres o seis años atrás; o incluso tres o seis gobiernos atrás. 

En la recolección de “voluntades” que llevan a cabo de manera febril los distintos actores de cada proceso electoral, he visto con asombro cómo varios de esos candidatos hablan de promesas que, de cumplirse, pasarían a ser milagros que incluso Jesucristo aplaudiría desde sus asientos celestiales. Resulta asombroso cómo llegan mostrando alegres planes de gobierno a la medida de sus sueños onanistas, como si de producir enchiladas (cuya Ciencia no demerito, pero me es ajena) se tratase.

La promesa sólo duele cuando se rompe; pero mientras sueña ser cumplida, arde con su viva luz de esperanza en el corazón de quien espera. Así, generaciones de potosinos han esperado que llueva café en el campo y, ¿cuántos se han quedado dormidos en la fe del regreso de su político encumbrado? Los suficientes como para que siga habiendo personas en pobreza extrema y cayendo a destajo bajo la zigzagueante hoz de las gráficas mortales de la indiferencia gubernamental.

Sin embargo, los candidatos alzan la voz y ordenan que se acabe el hambre por decreto. También saludan de mano a quienes tienen las manos vacías, y besan los angelicales rostros de niños que no saben lo que les espera. Tanto es el conocimiento divino acerca de cómo cesar los sufrimientos del pueblo, que los candidatos llegan a cada pueblo con su catálogo de promesas y milagros, y diez balones balines para ensayar la popular patada de traseros post electorales.

Agotados por el sudoroso deber de la promesa incumplida, los candidatos regresan a sus cielos a contabilizar las voluntades compradas, y a pensar en cuántas mentiras más será necesario firmar en público y negar en privado. Para conciliar el sueño de grandeza que los mueve a construir un San Luis Potosí mejor para todas y para todos, cuentan proyecciones de popularidad disfrazadas de ovejas y, cuando al fin duermen, sueñan con su propio baile de lanceros en Palacio de Gobierno.  

Si San Luis Potosí estuviese a la altura de sus majestades, La Huasteca, el Altiplano, La Zona Media y la Región Centro serían Noruega, Dinamarca, Holanda y Suiza, despuesito de que cualquiera de ellos llegue al poder. ¡Basta con un manotazo en la mesa para que se abran las compuertas del dinero ilimitado! Si los candidatos lo dicen, no habrá espacio en el mapa del perrito para poner tantos hospitales, universidades, carreteras, presas, y monumentos cívicos dedicados a su ego.

“¡Hombre de poca fe!”, diría mi padre. Y yo respondería: “Trabajé en la elaboración de dos planes de gobierno, vi cómo uno de ellos se cumplió por quien lo proclamó, vi cómo la mitad del otro se ejecutó por quien lo expropió, y ojalá tuviese la suerte de ver que otro sea cumplido, aunque sea en mínima parte. Te puedes sentir orgulloso de tu hijo, padre, además de por esa insignificante razón, por ser odiado por la comunidad poética de México, gracias a José Emilio Pacheco”.

Pero esa es otra historia paralela. Por lo pronto y como en este presente perpetuo es tarde, iré a dormir. Espero despertar en Gallardolandia o Pedrozalandia, cuyos planes de gobierno, encuestas y voces agoreras han anticipado la entrada de San Luis Potosí en la Comunidad Económica  de la Unión Europea. Y también ruego a Dios que los planes de gobierno de los otros aspirantes no sólo sean herramientas más honestas de transformación de la realidad, sino, precisamente, realistas.

Al menos que tengan la novedad de reconocer que los políticos y los partidos de siempre, siempre se han equivocado, y que escuchen a los ciudadanos antes de decir que ya se tiene la solución a todos los problemas habidos y por haber. Esa muestra de humildad hablaría mejor de ellas y de ellos, quienes seguramente piensan como se pensaba antes: que el Plan de Gobierno es resultado de una campaña, de una suma de propuestas ciudadanas, y no una revoltura de ocurrencias.

Invitaciones a Rituales de Ayahuasca, Bautizos, Bodas y Fiestas Infantiles, al 4442960635.

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