Octavio César Mendoza
A diferencia de la mayor parte de las familias que conocí desde los estelares (por lejanos) tiempos de mi infancia, y a las cuales he tenido la fortuna de integrar mi persona a lo largo de mi ajetreada vida, mi familia de origen encontraba la unidad en la divergencia de posturas ideológicas, religiosas, filosóficas y de carácter estético.
Junto a las grandes crisis existenciales de cada uno de los miembros de esa numerosa plebe, la política era un tema fundamental en la mesa, y una causa de fuertes desencuentros; tan poderosos que llegaban a causar rupturas irremediables que sólo se redimían en un funeral o en una cena Navideña, si no es que se exacerbaban aún más en dichos eventos.
La política, como centro del todo, incluía la religión y el futbol, la economía y la Guerra Fría, los mundiales y las olimpiadas, las bodas y los divorcios. Si hay un campo de entrenamiento para formar el carácter de un ser humano, este es el de una familia nuclear de alta toxicidad radioactiva.
Así que, entre la hinchada del América, del Pumas, de las Chivas y los Tigres, se discutía acerca de la histórica tarea de construcción de las instituciones por parte del PRI, de la lucha democrática del PAN, del origen del Partido Comunista y su disolución en el Frente Cardenista, y etecé. A la hora de agradecer por los sagrados alimentos, Mahoma, Jesucristo, Buda y Confucio se hacían presentes.
Toda infancia es, sin duda alguna, épica y colosal. Ahí se libran las mayores batallas de la imaginación y del asombro. La infancia es el basamento de todo sistema de creencias.
La tolerancia, en mi caso particular, fue la mayor de las lecciones aprendidas durante ese largo proceso lleno de cine y libros, de viajes y celebraciones, de pérdidas y alegrías. El salto generacional entre las mujeres y los hombres de hierro, que fueron los abuelos y los padres de quienes nacimos entre los sesentas y los ochentas, guarda una asombrosa relación con la influencia cultural de su tiempo, donde la ruptura, la liberación, el contraste y la anarquía, se convirtieron en nuestra actual pluralidad democrática.
Hoy, San Luis Potosí vuelve a ser parte de ese escenario convulso de desencuentros entre distintas formas de entender el necesario ejercicio del poder. Nuestra gran familia potosina se encuentra dividida, confrontada, a la expectativa de un súbito patatús que lo cambie todo.
De todos los procesos electorales que ocurrieron en el país, el potosino sigue en entredicho: por un lado, los que defienden la tesis de la cosa juzgada y auguran nuevos tiempos; y del otro lado, los que juran y perjuran que nada está escrito, que, como dijera Raúl Velasco, “Aún hay más”. Nadie quiere dar su brazo a torcer porque el debate democrático es un “estira y afloja” permanente.
Cuando Carlos Salinas de Gortari ganó la presidencia, cuando mataron a Maquío y luego a Colosio, cuando San Luis Potosí tuvo seis gobernadores de los que no se hacía uno, cuando Fox acabó con 70 años del PRI en el poder, y cuando (“haiga sido como haiga sido”) Calderón rebasó a López por la izquierda, nadie pensaba que el Reggaetón llegaría para quedarse. ¿Dónde quedaron los fanáticos de los Beatles, de Pink Floyd o de Queen? Nos inundó, primero, la ola del Rock en Español, con Soda Stereo, Caifanes y los Hombres G; luego vino el Grunge y después, el desastre.
Así, las familias van cambiando para tratar de adaptarse y sobrevivir como la fuente vital de toda sociedad.
El cambio político es reflejo del cambio cultural, y el cambio cultural impacta profundamente en las familias. Ahí tenemos el desembarco de las nuevas definiciones de lo que es una familia y quiénes son sus integrantes, así como de sus características individuales.
Pero si lo vemos desde una ventana de tolerancia, no hay peligro en que tal cambio asome su luz por el horizonte. El peligro es para las especies que no se adaptan, para aquellos que pretenden mantener el statu quo, para los que pretenden ir en contra de esa única cualidad constante del universo: el cambio. Finalmente, todo tiene un principio y un fin, y eso incluye las más sólidas y firmes creencias personales.
En esa dinámica de cambios insospechados, los potosinos tenemos a los nuevos Hombres G luchando por la preferencia de los fanáticos en el nuevo escenario de confrontación de liderazgos políticos; ambos personajes, derivados de dos corrientes culturales casi mosaicas: la populista, en plena efervescencia reivindicativa del legítimo derecho de los “más de abajo” a tomar el poder, y la conservadora, en dudosa y cuasi “modosita” defensa de sus bastiones y su discurso modelado por la Ilustración Francesa, pero sin tanto filo de guillotinas por aquello de que estamos en la era de la “corrección política”, pero que también viene de la vox populi, sólo que acalambrada.
Pero los liderazgos, esos Hombres G, no están confrontados por ellos mismos, sino por sus huestes, sus fanaticadas, sus hinchas, fieles y creyentes. Cada una de esas corrientes es, en el fondo, la misma: una inmensa mayoría que teme la regresión de lo peor que ya hemos vivido como sociedad, así como el impacto meteórico de una nueva forma de cultura, adaptada a las nuevas tendencias políticas; algo que se debe estudiar más desde el entendimiento sociológico y antropológico, que desde el análisis politológico de los fenómenos electorales. Si se trata de echar culpas o reconocer capacidades más allá de lo presupuestado, todos somos expertos, pero no objetivos.
Por ello cito a la familia, a la unidad elemental de nuestro constructo individual y colectivo, para sustentar esta columna que retomo con singular entusiasmo tras un periodo de silencio (verbigracia) muy explicable: yo también estoy hecho bolas, y a mí también me preocupa la posible confrontación política derivada de ese “estira y afloja”.
Nunca me he creído un iluminado, pero sí un curioso, un afanoso buscador de tesoros cuyo más alto valor es la verdad. De ahí que en esta nueva etapa de análisis de lo que nos ocupa a todos (la res pública) me sienta más atraído por el estudio del comportamiento de las masas radicales ante el nuevo reto de reunificación social.
Esta labor, que deberán hacer los Hombres G, es la que va a definir lo que será la nueva era de la potosinidad. En ellos radica la posibilidad de que el conflicto familiar no se exacerbe; y aunque no existe una absoluta certeza de lo que sucederá en los siguientes días en torno a la definición que, en relación a la elección a Gobernador, tome el Instituto Nacional Electoral (INE), el llamado a la mesura resulta urgente, necesario y hasta histórico: no deseamos un San Luis Potosí nuevamente confrontado y polarizado, indistintamente de los argumentos y las razones que sustente cada uno de los actores de este nuevo escenario.
En ese sentido, quien tiene la posibilidad de hacer el llamado desde hoy (ya que al Hombre J no se le puede pedir valor para defenderse ni a sí mismo) es el Hombre G que será el siguiente Presidente Municipal de San Luis Potosí, quien se va a constituir como líder de la oposición a un gobierno estatal de diferente signo partidista, si es que el INE no repite el volado; lo cual se antoja prácticamente imposible, “haiga sido como haiga sido”.
Desde su propia legitimidad democrática, Enrique Galindo Ceballos debe tomar esa voz de llamado a la unidad y la tranquilidad, ya que se avizora que serán los “prianistas” quienes reciban un No como respuesta por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
De hacerlo, Enrique Galindo Ceballos tomará el liderazgo opositor incluso dentro del PAN, al cual deberá reconstruir junto a personajes como Elodia Gutiérrez, quien a su vez deberá llamar a otros tantos liderazgos panistas que no fueron tomados en cuenta por la actual dirigencia estatal.
Sumando esta labor a un ambicioso plan de obra pública que se enfoque en atender la conflictividad urbana, así como la creciente inseguridad en la Zona Metropolitana, Enrique Galindo será un contrapeso útil para el nuevo gobierno del Estado, no sólo por la diferencia de visión ideológica, sino por la necesidad de unir fuerzas para enfrentar los retos mayúsculos que se avecinan.
Dichos retos son, sin duda, el colapso urbano de la mencionada Zona Metropolitana, así como el desbordamiento de la criminalidad dentro y fuera de la misma. Y esto sólo se puede enfrentar si se unen fuerzas institucionales, si se da por cerrado el episodio de la lucha electoral y se reconoce, quizá por primera vez en la historia de San Luis Potosí, que la Gubernatura del Estado es un monstruo de mil cabezas que se asfixian unas a otras, que está casi paralizado desde hace dos sexenios, y que tratar de gobernar el Estado sin ayudar a gobernar la Capital es, virtualmente, condenar a los potosinos a extender el periodo gris del carrerato.
Hoy más que nunca, los potosinos requieren liderazgos con visión de estadista y no de candidato, que sepan que lo importante no es mantener cautiva una clientela electoral, sino que San Luis Potosí deje de ser el fondo del pozo de un pretil de Estados que siguen creciendo incluso contra el viento de la criminalidad y la marea de la delincuencia, lo que necesariamente nos convertirá en un vertedero de desechos de lo peor de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Tengo la certeza de que la inteligencia obrará en favor de la estabilidad política del Estado, y que para Enrique Galindo Ceballos no será imposible negociar con la dirigencia panista su cambio de motivaciones e intereses.
Por el bien de San Luis Potosí, de nuestra gran familia potosina, también tengo la esperanza de que el liderazgo del otro Hombre G, Ricardo Gallardo Cardona, lo llevará a actuar con mesura y prudencia, dada la alta responsabilidad que ha adquirido no sólo como gobernador electo, sino como eventual gobernador constitucional.
Buscar un cargo no sólo requiere de entusiasmo por alcanzar el triunfo, sino de sabiduría para trascender al triunfo con capacidad de gestionar el bien común. Para ambos personajes, para estos Hombres G, comienza una nueva ruta de integración de equipos basados en la capacidad, la experiencia y el compromiso, y no sólo en la lealtad.
Y a nosotros, los ciudadanos en general -especialmente los que seguimos elevando estandartes utópicos-, nos corresponde apoyar a quienes han vencido en las urnas y quienes gobernarán los palacios chicos y grande de nuestro San Luis Potosí. Eso sí: sin nada de fanatismos, sin porras partidistas, sin idolatrías que sólo obstaculizan el cambio social.
Aquí de lo que se trata es de exigir que quienes ocupen los cargos, den resultados, y que quienes llevaron a los vencedores a ocupar esos encargos no festejen, sino hasta el final de cada mandato, lo que se haya hecho bien; pero, principalmente, que nadie deje de señalar lo que, desde el principio de cada mandato, se haga mal.
Bien, si unen a San Luis Potosí. Mal, si lo polarizan y dividen.