Jueves Santo en el Barrio de San Juan de Guadalupe

Texto y fotografías de Mariana de Pablos

Noche de traición, noche de dolor. Durante estas fechas santas, en el corazón de los fieles retumban con más fuerza que nunca notas de agobio y arrepentimiento por los sucesos que signaron la vida de Jesús en la tierra. Revivir estos acontecimientos se ha convertido ya en memoria y tradición mexicanas. Así lo demuestran los habitantes del Barrio de San Juan de Guadalupe quienes, durante la noche de ayer, Jueves Santo, llevaron a cabo el 63 aniversario de la representación de la Última Cena y los sucesos que marcaron esa fatídica noche.

Atentos y conmocionados, así se encontraba la multitud que el 28 de marzo se congregó al exterior de la Parroquia de San Juan de Guadalupe en punto de las 7:30 de la noche. Al voceado de la primera llamada, jóvenes, niñas, niños y adultos de todas las edades comenzaron a reunirse, expectantes, frente a un escenario dispuesto a lo largo de la fachada exterior del templo, el cual comenzaba de su lado izquierdo, con una elegante habitación, y concluía al extremo opuesto de la calle, con un comedor de 13 sillas.

La calle, que fue cerrada para impedir la circulación de vehículos y vigilada por elementos de seguridad pública y una ambulancia, se fue llenando poco a poco. El frío en confabulación con el viento, que no hacía más que descender con cada minuto que pasaba, no era obstáculo para la gran reunión que ahí se gestaba y que se hacía más amena gracias a los puestos de elotes, tamales, tacos rojos y quesadillas.

Elsa, quien durante tres años ha interpretado papeles diferentes para esta representación, está en primera fila junto a su hija. Este año no participa, pues sus actividades como madre se lo impiden, aunque no hay año que se lo pierda. Es posible percibir el cariño en su voz cuando señala que se trata de puestas en escena muy conmovedoras, la que hubo ayer y la que habrá este Viernes Santo, sobre el Viacrucis; y que incluso ha habido gente que se desmaya por la conmoción y requiere de primeros auxilios.

Se trata de una de las tradiciones más representativas de esta zona de la ciudad. Lo organiza el Taller Cultural de San Juan de Guadalupe y los actores —más de 50 en escena— son integrantes de la propia comunidad, quienes por su iniciativa deciden participar. Suelen prepararse con al menos tres meses de anticipación, y entre ellos mismos consiguen a sus patrocinadores, así como los recursos necesarios para ese año. En otras ocasiones incluso han salido a botear para reunir el dinero suficiente.

A las ocho en punto, notas de música clásica comenzaron a llenar la plaza improvisada, y los actores, a desfilar por el largo escenario. Los romanos fueron los primeros en salir. Uniformados de rojo, con sus cascos imperiales, lanzas afiladas y sandalias, marcharon cual ejército diligente y se acomodaron en formación al centro del escenario. Seguidos por los integrantes del Sanedrín, cuyas túnicas negras con detalles dorados hondeaban con gran imponencia al recorrer el escenario, de izquierda a derecha, hasta llegar a la sala en donde tomaron asiento.

Sin revelar su identidad, con el rostro cubierto por un improvisado pasamontañas, hizo su primera aparición Judas Iscariote. Ante abucheo de los ahí presentes, quienes hicieron latente su desagrado con comentarios como “¡cobarde!”, fue presenciada la escena en la que el discípulo de Jesús vende a su maestro a cambio de 30 monedas de plata.

Momentos después, ante la expectación del público, entre rumores quedos de sorpresa y alegría, se exclamaba “¡ahí viene Jesús!”. En efecto, seguido en fila india por sus discípulos subió al escenario Jesucristo. Envuelto en su túnica de color blanco satinado, desfiló de izquierda a derecha por todo el escenario hasta llegar al comedor en donde repartió el pan y el vino entre sus estudiantes para, acto seguido, llevar a cabo el lavatorio de pies.

Con una duración de un poco más dos horas, fueron representados los momentos que dieron vida a esa triste noche. Desde el momento de debilidad y miedo que tuvo Jesús frente a la realidad que lo esperaba, en el que se vio tentado a abandonar su destino por la voz que siseaba a su oído que la humanidad no merecía su sacrificio. Hasta la traición y el beso de Judas; y el inmerecido y violento trato recibido luego de su arresto.

Las emociones estaban a flor de piel entre los presentes. Las lágrimas no se hicieron esperar al retumbar del primer latigazo que tiró sobre sus rodillas a Jesús. Algunos padres trataban de consolar a sus hijos e hijas diciéndoles que no era real, que se trataba de una representación, pero no por eso se hacía menos evidente en sus voces la angustia que les provocaban burlas de los sacerdotes, el llanto de María, la imposición de la corona de espinas y los juegos que los romanos hacían para despojarle hasta el último rastro de su dignidad.

“Todo lo que dio por nosotros y así le pagamos”, se escuchó que decía una mujer entre las cabezas del público ante el silencio de Jesús, que, sangrando y sobre sus rodillas escuchaba las malvadas risas de los romanos y el Sanedrín. La noche concluyó con el arrepentimiento de Judas y su posterior suicidio. Fue una escena trágica llena de dramatismo que hizo despertar en algunos lastima y en otros más un sentido de la más recta justicia.

La música de cierre empezó a sonar, los actores a bajar del escenario. Los aplausos de la audiencia fueron suaves, apenas audibles. Flotaba en el ambiente, más bien, un aire de desolación, de reflexión. Acto seguido, una voz femenina que salió de los altoparlantes invitó a los asistentes a ingresar a la parroquia para acompañar, por unos momentos, a Jesús en esta noche tan difícil.

Aturdidos por los fuegos artificiales, cabizbajos dentro del templo y con un corazón inquieto, estrujado, arrepentido, así es como los habitantes de Barrio de San Juan de Guadalupe y colonias aledañas concluyeron su noche del Jueves Santo.

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