Por José de Jesús Ortiz
Aún sin iniciar legalmente la etapa de las campañas presidenciales, el tono en el que éstas se desarrollarán será el de una virulencia quizá nunca vista, con cuchillo en mano, a cara de perro, con un discurso salvaje y el envenenamiento sistemático en las redes para anular a los contrarios sin importar las consecuencias de ello.
No deberían sorprender que así sea. Eso mismo se hizo en 2006 y en 2012, particularmente en las últimas semanas de la elección cuando las encuestas reflejaban la caída de Enrique Peña Nieto en la intención de voto.
En este momento, a menos de seis meses ya de la elección, las principales encuestas indican que el candidato del PRI se encuentra en un claro tercer lugar, con un nivel exiguo de crecimiento en la etapa de precampaña. De ahí la versión que se filtra a los medios sobre la posibilidad de que pudiera ser reemplazado, pero también esto explica el por qué el PRI no tiene otro camino que endurecer el discurso y ensuciar la campaña.
“El señor cuyo oráculo está en Delfos no dice ni oculta, sino indica por medio de signos”, decía Heráclito. En el contexto de una campaña electoral, las señales que expresaba ese oráculo de la antigüedad bien podrían encontrarse en los datos que reflejan las encuestas electorales. Realizadas con rigor técnico, representan un instrumento estratégico pues a partir de ellas se toman decisiones, se trazan las líneas del discurso, se decide el tono de la campaña y se generan efectos propagandísticos en la opinión pública.
Como hipótesis, las encuestas que en este momento debe revisar día a día la campaña del PRI y la Presidencia, es posible que sean incluso más desalentadoras que las que aparecen públicamente en los medios. Es por tanto una estrategia deliberada de campaña el golpeteo incesante de los voceros de ese partido particularmente en contra de Andrés Manuel López Obrador -que aparece al frente en la intención de voto-, pero también en contra de Ricardo Anaya a quien, desde la estrategia priista, urge desplazar al tercer lugar.
Los datos duros que arrojan las principales encuestas (véase el sitio de http://oraculus.mx que presenta un seguimiento de los resultados de las principales casas encuestadoras) expresan que la intención de voto pero también su tendencia a lo largo de los últimos meses no son favorables para el PRI ni para su virtual candidato. Por ello es que el tono de la elección presidencial que seguirá ese partido (pero también lo hará el PAN para intentar desplazar al puntero) será el de una campaña virulenta por necesidad. La analogía puede ilustrar lo que sucede: en un partido de fútbol, un equipo que se sabe en desventaja de inicio tratará de ensuciar el partido, de provocar y calentar al rival, de fracturar a la figura contraria para tomar toda la ventaja posible y llevar el partido a un terreno favorable. Si encarara el encuentro de otra manera estaría perdido, la derrota sería inevitable.
Lo anterior aplica también en el desarrollo de una campaña. Sabe el PRI que la intención y la tendencia de voto le son desfavorables y su objetivo central, más que de propuestas (que parecen poco creíbles ante su fracaso en materia de seguridad y desarrollo económico) será por tanto calentar la campaña. Y lo hará con discursos, con spots, con noticias difundidas en los medios, con investigaciones por consigna. Ese es el marco en que se desarrollará la batalla electoral en 2018.
Los ejes discursivos parecen claros desde ahora: con López Obrador se intentará revivir la consigna de que es un peligro para México, machacar por todos los medios la presunta relación con el chavismo, con la desestabilización de la economía, o con la supuesta “conexión rusa”; en el caso de Anaya, el objetivo será desplazarlo del segundo lugar, entre más pronto lo logren mejor para así encarar al puntero con una estrategia centralizada. “Hacer propaganda es hablar de la idea en todas partes, hasta en el tranvía”, advertía Goebbels. A esa consigna se apegan todos los días los estrategas del régimen.
Para lograr su objetivo, el PRI y su candidato cuenta con los instrumentos casi ilimitados del poder presidencial y del apoyo de los reinos de la comunicación a través del presupuesto millonario destinado a publicidad (más de 2 mil millones de dólares en los últimos cinco años según el reportaje del New York Times y Fundar). Un presupuesto que permite dictar notas, primeras planas, entrevistas y encuadres noticiosos a modo en muchos de los principales medios del país.
Un seguimiento de los medios de comunicación, de las portadas de la prensa, las columnas de opinión y los mensajes generados en redes sociales, pude demostrar lo anterior, constatable además, por ejemplo, en el monitoreo oficial que realiza la UNAM y el Instituto Nacional Electoral sobre la cobertura mediática en la etapa de precampañas. El último reporte -actualizado al siete de enero de este año-, señala que de seis mil 83 piezas informativas revisadas en radio y tv, López Obrador obtuvo el 41,17% de menciones, seguido por Meade con 33.69% y Anaya con el 25.12%. Sin embargo, la mayor parte de ese total de menciones (el 52 por ciento) son negativas en el caso de Obrador, mientras que para Anaya lo son el 24% y para Meade el 22%. (Véase www.monitoreo2018.ine.mx ).
La integración del equipo de campaña de José Antonio Meade, con Aurelio Nuño como coordinador, apoyado por los voceros Javier Lozano (converso del PRI al PAN y viceversa) y el líder priista Enrique Ochoa, apuntan precisamente a reforzar ese tono pendenciero en curso, cualidad necesaria en la circunstancia actual de la campaña priísta. A ellos se sumaría la presencia del estratega venezolano J.J. Rendón como asesor de la campaña priísta, experto en la llamada guerra sucia o campaña negativa, aunque el PRI se ha tratado de desligar de él.
Con ellos y otros aliados es que ese partido dará la lucha en la campaña presidencial para contrastar en los medios las propuestas y las agendas de Obrador y Anaya. Paso a paso, acompañado del uso de los recursos que dispone el gobierno federal para incidir en la elección.
Pese a todo esto, el contexto actual no es el mismo que prevaleció durante la mayor parte del siglo pasado desde el autoritarismo. Con todas las debilidades del modelo electoral, los partidos cuentan con recursos millonarios y la pauta de miles de spots para hacer campaña, medios de comunicación independientes en los cuales difundir sus propuestas, así como el valor estratégico de las nuevas tecnologías y las redes sociales que rompen el monopolio de la información en los medios convencionales.
La elección presidencial podrá ganarla quien logre realizar una campaña más efectiva, quien logre neutralizar y responder los ataques del contrario con mayor contundencia. Pero sobre todo, quien sea capaz de imponer su agenda y narrativa. Conectar el proyecto político con el electorado es el desafío. Todo ello en un terreno salvaje como será el de la campaña de 2018.