Texto y fotografías de Mariana de Pablos
México está de luto, pues nuestra madre sufre. Cabizbaja, frente a su hijo muerto, deja que caigan libres por su rostro lágrimas de cristal y plata. Su corazón ha sido apuñalado y estrujado a romperse; su lamento es intenso, inconsolable, viaja por el aire y se cuela en cada rincón y cada recoveco hasta llenarlo todo de amor. De ese amor infinito e incondicional que la caracteriza. Hoy se lleva en los corazones de los mexicanos un poco de ese dolor bendito, solo para que ella no lo cargue todo.
Como ya es tradición en México y distintas partes del mundo, cada año el viernes previo al Viernes Santo, las iglesias, los museos y las familias colocan dentro y fuera de sus hogares un altar dedicado a la Virgen de los Dolores, también conocida como “La Dolorosa”. El objetivo de este ritual, señaló la bibliotecaria Patricia López durante la presentación del altar de Dolores de la Biblioteca Rafael Nieto, es rememorar y consolar a la Virgen María en su sufrimiento por la pérdida de su hijo.
Este ritual de exaltación de la Virgen María en su advocación de Dolorosa, que se distingue por su rostro desconsolado, bañado en lágrimas, ocupa un lugar central en el corazón de muchas familias potosinas, quienes han heredado la tradición de generación en generación convirtiéndose “en un símbolo prominente de la espiritualidad Mariana y un recordatorio conmovedor del papel único de María en la historia de la redención”.
Entre los elementos principales que integran esta tradición resalta la colocación de vitroleros o recipientes de vidrio con aguas de diferentes sabores. Patricia López explicó que, originalmente, después de que las familias colocan en sus casas su altar —usualmente al exterior— la gente tenía la costumbre de tocar a la puerta y preguntar “¿ya lloró la Virgen?”. Entonces, la gente salía y recibía a los visitantes con un vaso de agua de frutas.
Estas bebidas tienen un significado simbólico distinto de acuerdo a su color. Según Patricia López, los sabores de fresa, jamaica y sandía representan la pasión y la sangre derramada por Jesucristo. El agua de horchata, es decir, el color blanco, simboliza la pureza; el verde del limón o el pepino representa la esperanza de la resurrección; mientras que los sabores como el tamarindo o el melón, aluden al camino y la tierra que recorrió Jesús cargando la cruz.
Los colores que predominan en estos altares son el blanco y el morado. El primero simboliza la pureza de la Virgen María; el segundo, hace referencia a su luto y tristeza.
Otros elementos son los germinados de chía, cebada y trigo colocados en macetas de barro, que representan la inmortalidad y la resurrección de Jesucristo. También están las esferas plateadas que simbolizan las lágrimas de la virgen, así como 12 veladoras que aluden a los apóstoles.
Un elemento que resalta con fuerza son las naranjas con banderas de papel picado clavadas. Patricia López explicó que la naranja simboliza el corazón de María y las banderas son una forma de representar su dolor, “como encajarle una daga por cada uno de los siete tormentos que padeció”.
En estos altares también hay elementos que buscan consolar el dolor de María como las flores blancas y la manzanilla, dado que se cree que tiene propiedades relajantes; el papel de china, ya sea en las banderitas o en el mantel, pues “el viento mueve al papel y hace un sonido reconfortante, que distrae un poco a la Virgen”.
Otros objetos que también suelen colocarse en el altar de Dolores son aquellos que aluden a la Pasión de Cristo: el martillo y los clavos con los que fue clavado en la cruz; la baraja y los dados con los que algunos soldados “se jugaron la túnica de Cristo”. La corona de espinas; el látigo con el que lo golpearon durante el viacrucis; y la esponja con la que le daban de beber vinagre. También se coloca un espejo que representa a Dios debido a que somos su viva imagen.
La colocación del altar de Dolores es una tradición viva en San Luis Potosí. Al exterior de las casas de las diferentes colonias, las familias viven con devoción su amor por la Virgen María, con quien, en algunos casos, comparten su dolor por la pérdida de un hijo.
Este año fueron colocados altares en distintos puntos de la capital como el Museo del Ferrocarril, el Museo Francisco Cossío, el Palacio de Gobierno, la Biblioteca Rafael Nieto y la Casa de Cultura del Barrio de San Miguelito, por mencionar algunos, lo que anuncia el inicio de la Semana Mayor, una tradición que ha perdurado al paso del tiempo y las generaciones.