La fetichización de la vulnerabilidad y Tenoch Huerta

Olga Elizabeth Lucio Huerta – Lúminas, A.C.

En 2014 inicié mi formación universitaria en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, recuerdo que durante mis cursos de inducción un par de alumnas más avanzadas, me contaron cual chisme de pasillo quiénes eran los profesores que solían acosar alumnas, quiénes mantenían relaciones sexuales en sus cubículos con alumnas y quiénes eran las “putas” que accedían a este tipo de relaciones desiguales. Claro que, por aquel momento, a ninguna nos había “explotado la tacha del feminismo” como dicen por ahí y aquella advertencia, disfrazada de chisme, nos pareció de lo más normal.

A pesar de la tremenda normalización de la violencia en contra de las mujeres, en 2017 a nivel internacional surgió el movimiento #MeToo y a la par comenzaron a nivel nacional en México diferentes movilizaciones de mujeres universitarias hartas de compartir aulas con los hombres que reconocían como agresores: profesores y alumnos. En ese momento también comenzó la discusión: ¿Es o no es ético que un hombre que se encuentra en una posición de poder entable relaciones sexoafectivas con sus subordinadas, aunque éstas hayan consentido o estén en edad de consentir?

Claro que esta revolución que comenzaron las mujeres tuvo repercusiones a nivel local: varias alumnas en diferentes campus de la UASLP se organizaron; hicieron tendederos, denuncias públicas, protestas, ruedas de prensa y pliegos petitorios, comenzaron a visibilizar que no debía ser tolerado que las estudiantes fueran vulneradas en los espacios académicos. En respuesta a ello, en agosto de 2017, durante la administración del ex rector Manuel Fermín Villar Rubio, en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí se aprobaría el primer Protocolo de entrada para prevenir, atender, intervenir, sancionar y erradicar el acoso y el hostigamiento sexual.

Y aunque fue un instrumento hecho a la carrera y mal, las autoridades educativas jamás aceptaron que esta herramienta, que en su momento fue presumida como única en su tipo, fue la respuesta a la exigencia de las estudiantes universitarias que estaban hartas de la normalización del acoso sexual, hostigamiento y relaciones de poder que los docentes y administrativos sostenían con las alumnas y no una dádiva de las autoridades universitarias o el fruto de la preocupación de estos por la violencia contra las mujeres que se vivía –y sigue viviendo– en las aulas de la UASLP.

Así pues, dependencias públicas y educativas se vieron obligadas a responder a este momento histórico en donde parecía que todas las mujeres teníamos una historia de abuso o violencia que contar, se empezaron a crear instrumentos para persuadir a las mujeres de denunciar por las llamadas “vías pertinentes”.

El “escrache” o como se le conoce ahora popularmente “la funa” empezó a tener más y más detractores, especialmente después de que un famoso músico mexicano se suicidara después de ser señalado públicamente por tener contacto sexual con una menor. Durante la pandemia el caso de Johnny Depp y Amber Head, nos enseñó que hay gente sedienta de señalar a las mujeres como agresoras, como mentirosas dispuestas a destruir la reputación de los “buenos hombres”. Confieso que yo también dije: #NotAllMen, especialmente con los hombres que amaba.

Hace unos días la saxofonista y sobreviviente de intento de feminicidio con ácido Elena Ríos, señaló vía Twitter al actor y activista Tenoch Huerta como un depredador sexual y de quitarse el condón durante una relación sexual.

El señalamiento de Elena hizo eco en mis propias historias de violencia. Reflexioné cómo las mujeres somos educadas desde muy pequeñas para buscar el agrado y atención de los varones, ellos en cambio son educados para interactuar con las mujeres cual cazadores en busca de una presa.

No es casualidad que la búsqueda de placer sexual de los varones esté relacionada al sometimiento físico y/o simbólico. Por eso los varones se excitan sexualmente ahorcando a una mujer, entablando relaciones sexuales con sus alumnas o quitándose el condón durante una relación sexual.

Aunque siempre me he inclinado por el antipunitivismo y sé que la justicia para las mujeres casi nunca se alcanza por vías legales, es necesario reconocer que hay multiples violencias a las que estamos expuestas las mujeres, violencias que son difícilmente comprobables o plausibles en un juicio penal… y aunque lo fueren ¡Diosas! ¿Cuántas mujeres, que al igual que Elena, tienen años cargando con las secuelas de la violencia feminicida y sexual en el cuerpo sin obtener justicia?

Mientras ellos siguen aprendiendo a fetichizar nuestra vulnerabilidad, nosotras nos seguimos organizando, luchando por un mundo más justo y menos violento para las que vienen, por las que ya no están y por las que seguimos.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Olga Elizabeth Lucio Huerta es activista feminista y defensora de derechos humanos, actualmente colabora en Lúminas A.C y en Marea Verde SLP, es pasante en Lengua y Literatura. Cuenta con formación en perspectiva de género, derechos humanos y educación popular.

Lúminas, A.C. es una organización sin fines de lucro dedicada a la promoción y defensa de los derechos humanos con especial atención en las mujeres y las infancias y sus Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA). La integran Olga Elizabeth Lucio Huerta, Gabriela Alejandra Rodríguez Cárdenas, Mónica Reynoso Morales, Fátima Patricia Hernández Alvizo y Maritza Aguilar Martínez.

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