La inutilidad de un acuerdo de civilidad electoral

Antonio González Vázquez

Al lodo no se le puede pedir que deje de ser lodo; así como a los partidos políticos tampoco se les puede pedir mesura o civilidad.

En tiempos electorales los partidos políticos y quienes los integran suelen comportarse como lo que son: organizaciones que buscan (a costa de lo que sea) el poder público.

La sociedad está en segundo o tercer plano. Los partidos y los políticos ambicionan el poder público, lo demás es discurso, palabrería; la más pura demagogia.

La elección presidencial nos está mostrando la misma historia de siempre: un enfrentamiento descarnado y descarado en donde lo que priva es la acusación con tintes de difamación, la especulación y el rumor en tono de noticia, la mentira y el engaño.

Por supuesto, esto va a subir de tono día con día. No hay ni habrá punto de descanso para partidos y políticos que se dedican a tramar escándalos, a tejer intrigas.

Eso es lo normal en todos los procesos electorales. Los ciudadanos estamos hartos de eso pero al mismo tiempo estamos acostumbrados. No causa asombro lo que está ocurriendo, es parte de la simulación democrática en México.

En ese contexto de incredulidad y desconfianza, el Gobierno del Estado ha anunciado que se buscará un acuerdo con todos los partidos políticos y sus candidatos para que el proceso electoral se lleve adelante sin crispaciones que alienten ilegalidad y desorden.

Así como los cochineros y guerras de lodo son propias de cada proceso electoral, al mismo tiempo forman parte del menú los llamados Pactos de Civilidad, mismos que se firman, los candidatos y dirigentes de partidos se toman una foto y luego reemprenden su cochinero.

En los próximos días, el gobernador Juan Manuel Carreras López y las autoridades electorales atestiguarán la firma de un acuerdo que en minutos, candidatos y partidos van a pisotear.

Así es siempre y ahora no será la excepción. No se le puede pedir al lodo que deje de ser lodo.

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