La leyenda de Polybius, el videojuego maldito

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Polybius. Esta historia monta a galope de esa leyendas urbanas que más nos han intrigado a lo largo de la historia. ¿Un videojuego capaz de enloquecer a sus jugadores? ¿De hacerlos caer en acusados estados de estrés y ansiedad? ¿De epilepsia, de inducirlos al suicidio?

Este relato, a medio camino entre la realidad y la conspiración más paranoica, sucedió en 1981, y al día de hoy, se sigue sin tener pruebas factibles del famoso juego arcade. No hay copias del Polybius, no hay rastro alguno de él. Pero eso sí, existe el recuerdo de muchos aquellos jóvenes que llegaron a jugar alguna vez en las salas recreativas de los barrios más humildes de Portland, en Oregon, Estados Unidos.

Polybius, el videojuego maldito.

De este videojuego, se sabe el nombre de su desarrollador. Un aficionado a estos medios reconocerá el nombre de Ed Rottberg. Fue él quien creó y diseñó Atari y el conocido Battlezone. Eran principios de los años 80, momento en que salió al mercado un juego nunca antes visto hasta el momento: El Polybius.

El arcade fue distribuido por una empresa alemana llamada Sinneslöchen INC. La verdad es que cada elemento de esta historia es digna de aparecer en los “Expedientes Secretos X”puesto que el significado de “Sinneslöchen” en alemán, podría traducirse por algo así como “pérdida de los sentidos” o “borrar los sentidos”.

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Se dice también que fue el propio gobierno de los Estados Unidos, quien hizo el encargo de tal diseño, de tal juego psicodélico. Y así fue. El encargo fue supuestamente realizado, y de la noche a la mañana, en unos barrios casi marginales de Portland, aparecieron unos increíbles videojuegos en los salones recreativos a los que los más jóvenes solían acudir cada día.

El impacto de estas máquinas fue seguramente asombroso. Eran de un atractivo color negro, con el nombre de Polybius reluciendo en la parte superior. Un artefacto casi futurista, prácticamente arrancado del mundo de Blade Runner, para ponerlo al acceso de unos muchachos que no tardaron ni dos segundos en  tomar aquel joystick e iniciar el juego.

¿Cómo funcionaba? Lo normal era siempre que el jugador moviera la nave para destruir a los enemigos. Pero en el caso del Polybius, lo que se movía era la propia pantalla. Una movilidad espectacular donde los gráficos se acompañaban de brillantes luces, de destellos luminosos tan intensos, que casi te impedían parpadear. Era hipnótico y adictivo. Muy adictivo.

Había cola kilométricas a las puertas de los recreativos para jugar con el Polybius. Seducía y era imposible dejar de pensar en él. Pero ocurría algo singular, alrededor de las máquinas, y enfundados en un espectral silencio, estaban también unos hombres de negro, quienes anotaban y en ocasiones, cambiaban la configuración de las máquinas.

A los pocos días empezaron a ocurrir cosas. Los jóvenes que jugaron con el Polybius caían enfermos. Eran incapaces de dormir, tenían pesadillas, vómitos, convulsiones, alucinaciones visuales y auditivas e incluso súbitos ataques epilépticos. Las consultas médicas de Portland se llenaban sin parar.

Se hablaba mucho sobre los mensajes subliminales que los chicos decían haber visto mientras jugaban. Frases e imágenes que aparecían sólo unas milésimas de segundo, textos cortos como Kill yourself“No imagination”, “Conform” Do not question authority.

Y finalmente, llegó la inevitable fatalidad: murió un pequeño de 13 años, quien se desmayó mientras jugaba y segundos después del desvanecimiento, perdió la vida en medio de convulsiones sin que se pudiera hacer nada por él.

No se sabe si esta muerte fue real o es una pieza más de la teoría de la conspiración, pero sea como sea, fue esta pérdida lo que supuso el fin del Polybius. Se retiraron las máquinas en una sola noche y no se dejó ningún rastro de ellas, como si no hubieran existido nunca.

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No se sabe si fue un experimento gubernamental, o una leyenda urbana más. Pero la repercusión del Polyibus sigue muy presente en la actualidad. Incluso es posible que lo hayas visto en algún capítulo de Los Simpson: una singular máquina recreativa a la que señala clara e irónicamente como: Propiedad del gobierno de los Estados Unidos.

 

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