Por Victoriano Martínez
Las fiestas decembrinas se suelen asociar con una época para dar y en la que se reconoce el espíritu de solidaridad acompañado de los mejores deseos para con los semejantes. Un ambiente que permite, como nunca, notar el contraste entre la hipocresía de los altos servidores públicos y el esfuerzo ciudadano que no busca reflectores sino hacer el bien.
Por un lado, personajes que pervierten la política con sus desplantes de politiquería al aprovechar el ambiente navideño para transmitir mensajes con costo al erario para congraciarse con la población.
“Seguiremos recorriendo al nuevo San Luis Potosí para poder llevar vida y esperanza a todos ustedes”, expresó el gobernador Ricardo Gallardo Cardona en su mensaje navideño.
Un nuevo San Luis Potosí en el que su máximo logro es encontrarse con gente ávida de dádivas, con tal condicionamiento que la única esperanza que les despiertan es que a la siguiente recibirán más, al grado de que ya no recibirán una cajita con despensa para 40 días, sino una camioneta cargada despensa.
“Reflexionen sobre lo que hicieron en el año”, exhortó el alcalde Enrique Galindo Ceballos en el mensaje que no quería dejar pasar que lo vieran y en el que, tras hablar por un minuto con diez segundos, se presenta con un “soy Enrique Galindo, presidente municipal de tu ciudad”. ¿En serio cree que no saben quién es después de su reelección?
Más protagónicos no podrían ser. Más hipócritas, tampoco. Podrán hablar de su nuevo San Luis Potosí, pero no eliminar el de siempre, el de la gente verdaderamente solidaria que mantiene sus aspiraciones, luchas y logros que hoy se pueden contrastar gracias a las historias contadas por María Ruiz y Marcela del Muro.
Nada que ver los presuntuosos gobernador y alcalde con el esfuerzo de un hogar llamado Macondo, con 56 personas adultas mayores con muchas historias que contar y aspiraciones tan sencillas que convierten esta época en una verdadera etapa de esperanzas, no puestas en gobiernos chantajistas, sino en la solidaridad de la población.
Un Código Mariposa que surge –como escribió María Ruiz– de la lucha de “una mujer que transformó su dolor en acción, su silencio en voz y su pérdida en esperanza para miles de familias que enfrentarán, en el futuro, el duelo gestacional y perinatal”.
Sí, gracias a Beatriz Martínez Monjarás, quien perdió a su hija Samantha Guadalupe en su vientre y vivió negligencia, violencia obstétrica y depresión, hoy por ley existe el Código Mariposa como protocolo hospitalario y acto de humanidad que difícilmente pudo surgir de personajes insensibles como el gobernador y el alcalde, que sólo ven por sus intereses.
Por mucho que exhorte a la reflexión sobre lo que se hizo en el año, Galindo Ceballos tendría que comenzar con un poco de autocrítica y considerar los resultados de haber ignorado principios básicos de movilidad en la ciudad que han provocado tragedias, por ejemplo, los casos de adultas mayores que murieron atropelladas, una en el centro histórico y otra en Cordillera de los Alpes.
Podría comenzar por reflexionar sinceramente sobre la pregunta que plantea Marcela del Muro en el título de su texto: ¿Quién asume la responsabilidad de las víctimas de siniestros viales? Su poca voluntad para construir una ciudad amable en cuestión de movilidad acumula víctimas.
La más reciente, el pequeño Jhovany, de nueve años, a quien mantienen sedado en el Hospital Central para evitarle el dolor por estar “quebrado de su cadera para abajo. Tiene rota su pierna derecha y un raspón grande en su pierna izquierda”.
La insensibilidad de Galindo Ceballos –y de todas las autoridades que podrían contribuir– hace difícil esperar que hagan frente común para apoyar e impulsar iniciativas como la Ley Santi.
Una insensibilidad que, además, de la que difícilmente se puede esperar la voluntad política, planificación urbana consciente para frenar la gentrificación, sobre todo, con “el reconocimiento de que detrás de cada barrio hay personas, historias y una identidad que merece ser preservada”.
Cuatro historias que en esta época nos recuerdan que entre la población existe la solidaridad que mantiene vivos aspiraciones, esfuerzos, luchas y logros ante los que la voracidad propagandística de la politiquería, con sus frases hechas y huecas, tendría que avergonzarse.