Octavio César Mendoza
Desde que comenzó a circular el video en el cual se observa a un cobarde sujeto agredir a un niño inocente en un comercio de alimentos, comenzó a formarse una ola de indignación social en cuya cresta iban subidos el victimario, la víctima, y las autoridades, y luego se treparon los medios de comunicación. Hasta el momento, el video se ha compartido millones de ocasiones, y ha hecho eco de una demanda generalizada y lógica de justicia en favor de la víctima y su familia.
La empatía que causa la víctima es antípoda de la repulsión que genera el victimario, porque todos tenemos un hijo, un sobrino, un hermano o un amigo de esa edad o de condición vulnerable cuya integridad y seguridad nos resulta de primordial cuidado; precisamente, de sujetos desalmados como el que se abalanzó sobre un niño indefenso, y que demuestra su talante cobarde y de poca hombría, y que al momento se mantiene prófugo.
La racionalidad nos dice que es así porque, entre el momento de los hechos, el conocimiento de los mismos por parte de la Fiscalía General del Estado y el inicio de la búsqueda del agresor, quien se encontraba a minutos de la central de autobuses, de su casa, de la carretera 57, y probablemente de quienes se hayan involucrado en su evasión, este tuvo el tiempo suficiente para huir del Estado o incluso pudo ser reconocido y “levantado” por justicieros anónimos antes que las autoridades.
El fenómeno viral de la difusión del video ha generado una enorme presión sobre estas últimas, y ha puesto a prueba la eficacia de sus agentes investigadores, cierto; pero también propició la protección inmediata del menor y su madre, merced a la intervención de la Secretaría General de Gobierno del Estado, a través de la Comisión Ejecutiva Estatal de Atención a Víctimas, y demostró que la sociedad potosina comparte, todavía, valores y principios éticos y morales de altura.
Mientras el cobarde sujeto no dé la cara y se entregue, en lo que sería el único acto de valentía de su vida, su búsqueda y presentación ante las autoridades será una tarea constante; pero también generará diversas hipótesis que incluyen el involucramiento de agentes justicieros anónimos y el consecuente castigo de conductas indebidas por parte de grupos del crimen organizado, por haber roto un código de ética fundamental para todo hombre: enfrentar sólo a sus iguales.
Si las autoridades lo atrapan y los jueces lo condenan, en la famosa “chirona” se va a “topar” con los que sí son de su estatura no sólo física, sino también moral e intelectual. La familia y amigos del sujeto también vivirán la pesadilla del temor constante ante la asociación de sus personas y negocios con la del infame sujeto. Y la sociedad, ante la aparición de nuevos eventos de indignación colectiva o sectorial, tomará de pronto nuevos temas para discutir.
El verdadero problema es que las sociedades modernas sufren de violencia por cobardía, esta última la cual se ha instalado como un mecanismo mental donde el abuso, la mentira, la traición, o cualquier tipo de violencia contra el prójimo, se justifican bajo un supuesto universal: si no me descubren, si no me atrapan, si no me juzgan, ya chingué; y chingar, en mexicano moderno, significa convertirse en un chingón: persona empoderada por la comisión de delitos o actos de maldad.
Para prevenir que estas conductas delictivas tengan campo fértil de cultivo, hay que devolver a niños y jóvenes el espacio habitable y sin peligros de una cultura que exalte valores y cualidades éticas y estéticas que nos conviertan en una mejor sociedad; porque si sólo nos une la indignación, y no cambiamos para ser mejores personas, seguiremos exigiendo justicia desde la hipocresía, y seguiremos siendo cobardes al no enfrentar los malestares culturales contemporáneos.
Entre esos males culturales están, además de los defectos colectivos de personalidad, la apología de la violencia “narca” en música, cine, televisión e internet; la elevación de figuras cuya conducta dista mucho de la sabiduría, sobre pedestales de un prestigio infame logrado a costa del sufrimiento de los demás; la mercantilización de cuerpo, y la jerarquización social basada en la posesión de recursos económicos o posiciones de poder, y no sobre méritos y virtudes.
También es fundamental elevar el nivel de responsabilidad en la búsqueda y localización con vida del sujeto de nombre Fernando Medina Ramírez, solicitando la colaboración de las autoridades estatales y federales, incluso de la Interpol, y no señalando con el dedo flamígero sólo al Fiscal General del Estado, o generando dudas acerca de que será muy probable no atrapar al delincuente, lo cual sólo acentuará las sospechas acerca de la impunidad que refleja su “modus operandi”.
Aprovechar la indignación social con fines meramente políticos, es otro acto de cobardía.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Nació en San Luis Potosí en 1974. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México.