Abelardo Medellín Pérez
La necesidad de ser visto, reconocido y validado, puede estar justificada cuando se trata del ciudadano individual, pero la historia reciente de San Luis Potosí (y por algunos casos en otros estados) ha demostrado que tal pulsión, llevada al terreno de la gestión pública, es altamente dañina y vergonzosamente absurda.
Esta semana, en redes sociales trascendieron dos inusuales casos vinculados con el trabajo de ayuntamientos al interior del Estado. Por un lado, el alcalde Matehuala Raúl Ortega Rodríguez, realizó un evento oficial en las instalaciones del Tecnológico de Matehuala para inaugurar lo último en desarrollo de infraestructura… líneas de cal en la tierra suelta para marcar cajones de estacionamiento. Del otro lado del estado, en el municipio de Xilitla, el ayuntamiento de dicha demarcación, celebró un evento con autoridades, directores y ciudadanos para colocar, en las instalaciones del Museo Leonora Carrington el más importante desarrollo para gestión de tránsito… una lona con la señal de “no estacionar”; tal fue el alboroto, que los asistentes incluso tomaron turnos para sacarse fotografías con la nueva lona pegada en el portón del Museo.
Acciones así de sencillas, nimias y, a todas luces, consideradas como obligaciones mínimas de la administración municipal, produjeron la natural crítica en redes sociales ante un hecho que los ayuntamientos resaltaron como logros, pero los ciudadanos consideraron promociones superficiales de sus responsabilidades básicas.
Si bien los excéntricos desplantes en los que alcaldes presumen minucias no son extraños en la política mexicana, en San Luis Potosí estos se han vuelto más comunes y se debe en parte a un extraño fenómeno que en todos lados se vive, pero en nuestra entidad se padece desde el poder: la espectacularización de la vida pública.
La administración pública, esa necesaria actividad política que organiza nuestros bienes compartidos de forma comunitaria y ordena la forma en que se desarrolla la sociedad por el bien común, perdió su rumbo desde que las elecciones dejaron de ser decididas por la mejor gestión, y ahora son definidas por la mejor publicación en redes.
En parte, esta espectacularización ha sido acelerada gracias al Show Man potosino por excelencia: Ricardo Gallardo Cardona.
El gobierno del estado a cargo de Gallardo Cardona ha gastado cantidades insanas y opacas de dinero en montar el mejor escenario virtual que el dinero puede pagar. El área de comunicación social dispone de recursos para pagar los mejores videos, las mejores coberturas, las más efectivas publicaciones en redes y cada evento organizado por la Coordinación de Giras y Eventos Especiales debe convertirse siempre en una bien estructurada y funcional simulación de un logro, por más pequeño que sea.
Gallardo no se puede conformar con ir a una calle y entregar la obra, explicar a los vecinos qué se hizo, preguntar opiniones sobre lo entregado, pedir sugerencias para atender el siguiente problema en la lista. No. Gallardo necesita escenarios verdes gigantes, públicos acarreados que carguen letreros de apoyo, presentaciones fastuosas, micrófonos especialmente sanitizados para él, cañones de confeti para el corte de listón, pantallas gigantes para admirar su benevolente imagen, además de una senda segura para caminar de la camioneta al escenario (y viceversa) para con ello asegurar el menor contacto posible con la gente, sobre todo con la gente indeseable, como manifestantes, víctimas de su gobierno o la misma prensa.
Este es el estado de las cosas. Este gobierno se levanta el cuello cada semana pues asegura que ha ayudado a la gente más que ningún otro; en realidad han desecho el aparato del estado, desfondado las arcas públicas y asechado nuevos presupuestos por vaciar, con tal de que cada día, el gobernador tenga una nueva razón para repetir la pasarela que no cesa.
Y es justo esa necesidad crónica de aparentar y desfilar sin importar la magnitud del evento, o lo innecesario de la presencia del gobernador en ellos, lo que ha envenenado a las formas individuales de gobernar que intentan definir los alcaldes en sus propios territorios.
Pareciera complicado hacer una relación entre el hambre bien financiada de protagonismo que tiene el gobernador y los desplantes extravagantes de jactancia que muestran los alcaldes, sin embargo, hay ejemplos muy concretos de cómo el comportamiento público de Gallardo Cardona suele influir poderosamente entre quienes encabezan ayuntamientos y mi ejemplo favorito es, una vez más, de Matehuala.
En el trienio pasado, cuando aún estaba en funciones Iván Estrada Guzmán, al mismo tiempo que el gobierno del estado iniciaba su campaña de renovación de imagen con el slogan de “Ya se nota”, el ayuntamiento comenzó a colocar anuncios en las carreteras con mensajes sobre sus logros y la frase “¡Ya se ve!”, un desafortunado paralelismo que, o se inspiró o llanamente copió la frase emblema del gobierno de Gallardo Cardona.
Así, la falta de un plan de acción claro para llevar el gobierno y los nulos incentivos para hacer un buen trabajo (puesto que al final la elección la podría decidir el número de likes recibidos o de despensas repartidas) han provocado que los alcaldes cada vez estén menos interesados en entregar resultados positivos y más dedicados a ser una calca del gobernador en turno.
El paradigma del control político ha cambiado. Antes, quien se movía no salía en la foto, hoy, quien no sale en la foto, es como si no se hubiera movido.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestrando en Estudios sobre la Democracia y Procesos Electorales en el posgrado de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Ha trabajado como reportero y columnista en los medios digitales La Orquesta y Arco Informativo; actualmente es reportero de Astrolabio Diario Digital. Ha sido acreedor de dos premios estatales de periodismo en las categorías de Artículo de Fondo y Periodismo Regional.