Por Victoriano Martínez
El Estado agrede.
Lo hace de muchas formas y en muchos ámbitos.
Hay víctimas de violencia institucional, pero también las hay de violencia física simple y llana.
Así la enfrentó Emmanuel el 7 de diciembre en el retorno, bajo el puente Colorines, a manos de inspectores de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
Cuando agrede el Estado, suele tener una reacción inmediata, más como mecanismo de control de daños que auténtica intención de resarcir el daño.
A pocas horas de la agresión, la SCT emitió un comunicado en el que anunció el despido de los violentos inspectores.
Los inspectores eran los malos elementos. La SCT y su titular salvaban su honorabilidad. Eso era lo que importaba. Ya no.
Doce días después, se abre para Emmanuel la vía que recorren las víctimas durante años: un peregrinar entre dependencias en busca de justicia.
Emmanuel reveló este lunes que no lo han apoyado con sus gastos médicos, que incluyen una intervención quirúrgica. Menos sabe si los inspectores fueron sancionados.
Juan Ramiro Robledo López, titular de la SCT, con una actitud muy distinta a la plasmada en el comunicado del mismo 7 de diciembre, evadió el tema. Prácticamente se limitó a decir que ese asunto “lo lleva la Fiscalía”.
Y, como víctima, Emmanuel se convirtió en papa caliente.
La Fiscalía también tendrá pretextos y formas de darle largas a su asunto.
El camino de la violencia institucional se abre para la víctima de la violencia física… desde el Estado.
Para Emmanuel la ruta apenas comienza. Esa ruta en la que los primeros topes están diseñados para hacer desistir.
Son muchos quienes los han enfrentado. Son pocos –comparados con quienes han desistido– quienes los superan y aún exigen justicia.
El Estado agrede, y tiene muchas formas de salir impune.
El Estado agrede porque esta sociedad no ha encontrado la forma de ponerle un alto.
La de Emmanuel es una historia que se suma a las olvidadas y a las que aún exigen justicia.
Una más que se acumula a las que vendrán, hasta que llegue el día de un verdadero ¡ya basta! de una sociedad hoy anestesiada.