Por Victoriano Martínez
Si el gran caos vial que provocaron en la ciudad tres manifestaciones y los trabajos en un proyecto de construcción con sello de “obra suspendida” fue impresionante, la escena en apariencia insignificante en la Alameda, junto al jardín frente a la calle Chicosein, bien podría ser una muestra del efecto de la negligencia de la autoridad en la vida cotidiana de la gente.
El hombre, un lava carros ya entrado en la tercera edad, se paseaba por la lateral norte de la Alameda frente a varios carros que ya había terminado de lavar mientras cantaba en vos muy baja una canción. Cuando se le acerca uno de sus clientes ocasionales, por alguna razón sube el tono de su canto.
“Yo tengo fe, las cosas cambiarán / yo tengo fe, las cosas cambiarán / yo tengo fe, las cosas cambiarán…”, repetía cual disco rayado esa frase de la canción del argentino Palito Ortega.
“¿Se encuentra bien?”, le preguntó su cliente.
A escasos diez metros al oriente, policías municipales de vialidad enfrentaban a los automovilistas que tenían que ser desviados por la calle de Chicosein para no quedar atorados ante el bloqueo que tianguistas del “Movimiento Libre Solidario” de La Pila instalaron en el cruce de Eje Vial con la calle Manuel José Othón en contra de la actuación de las autoridades municipales.
Un caos vial que, de por sí, lo formaban automovilistas que apenas poco más de un kilómetro hacia el oriente habían superado otro caos vial provocado por la manifestación de los trabajadores del Hospital Central, quienes bloquearon el Distribuidor Juárez por la falta de pago de salarios y de prestaciones.
Fue un bloqueo de alrededor de tres horas que se resolvió con la firma por parte de las autoridades de un compromiso de cumplir lo que, con firma o sin firma de por medio, están obligados a cumplirles a los trabajadores.
Hacia el poniente, en el centro de la ciudad se extendió por varias manzanas la zona peatonal del primer cuadro por los bloqueos a cargo de ruleteros de Villa de Arriaga, de la organización Amotac, quienes reclamaron que les sean reconocidas sus rutas de transporte comunitario en ese municipio y la carretera de Guadalajara.
La protesta tuvo como antecedentes compromisos incumplidos por parte de la autoridad que eran exhibidos en cartulinas como incumplimientos por parte de Alejandro Leal Tovías, secretario de Gobierno.
Unos tres kilómetros más al poniente, por la calle Amado Nervo, una revolvedora de concreto invadió gran parte del arroyo vehicular para realizar trabajos de colado al fondo de una gran excavación que presagia la construcción de un edificio al margen de la legalidad por superar los tres niveles permitidos para la zona.
Un trabajo que sería un inconveniente pasajero de no ser porque en las bardas de la obra son visibles enormes sellos de “obra suspendida”, pero no había ninguna autoridad que impidiera los trabajos a pesar de las quejas de los vecinos. Como elemento agravante –casi burla– junto a los accesos del Colegio Motolinia la constructora ubicó los sanitarios portátiles para sus trabajadores.
Pero el hombre de la tercera edad que cantaba “yo tengo fe, las cosas cambiaran”, testigo directo del caos vial, estaba impactado por el resultado de otras negligencias de las autoridades.
“Está muy feo. Mataron a siete. Siete”, le respondió al fin a su cliente mientras le entregaba el pago de la lavada de su carro. “Fueron tres en el condominio y otros cuatro muchachos en el camino a la Libertad”. “¿Usted vive ahí?”, le preguntó. “Sí, está muy feo, fueron siete”.
Si la causa de la causa es causa de lo causado, autoridades que incumplen con sus obligaciones provocan construcciones ilegales; caos viales por reclamos de derechos tan esenciales como salarios y prestaciones, al trabajo seguro y ordenado; y tan altos niveles de inseguridad, que la gente se ve obligada a refugiarse en una fe que invoca a un milagro de que “las cosas cambiarán”.