Carlos Rubio
La oscuridad atrae una sensación de vulnerabilidad, sobre todo si viene acompañada de una ligera ventisca tan fría como la cantera que vive en el corazón de San Luis. Así ocurrió ayer en la Plaza de Armas, cuando el sol se ocultó y el lugar se sumergió en una misteriosa penumbra.
Las lámparas yacían como objetos inertes, incapaces de cumplir su propósito. Las personas caminaban a prisa, sedientos por los destellos de luz que emanaban de la periferia que envuelve al jardín, y que con dificultad lograban llegar a los árboles y arbustos más cercanos, para difuminarlos con una cálida tonalidad.
No había rostro perceptible, era un andar de siluetas; grandes y pequeñas siluetas en movimiento que conforme se alejaban del centro adquirían color y textura. Eran pocos quienes decidían tomar un descanso en las bancas centrales de la plaza, las cuales se encontraban hundidas en un negro mar de sensaciones preocupantes e inquietas.
Con cada minuto transcurrido, aquella nube tenebrosa se volvía más amenazante. Por infortunio, la relación entre la noche y lo inseguro, se ha vuelto más estrecha, certera y peligrosa.
A pesar de la ausencia de luz, se reflejaban las secuelas de un carente rumbo. De un lado, aquellos que fueron retirados de su lugar de trabajo; que comenzaron con un par de sillas y ahora ese espacio se ha vuelto su hogar; quizá el tiempo le otorgó valor a su lucha, pero también los convirtió en un episodio tan recurrente que se volvieron invisibles a simple vista.
En alguna esquina están aquellos que acaban de llegar y aún es incierto su camino a trazar; se han permitido colgar una manta que dice: Movimiento Pueblo Libre en busca de Zoe Zuleica. Una bandera difícil de sostener, sobre todo si no existe un genuino interés, y hasta imposible, si este es político.
En contraesquina, afuera de la Catedral, dos personas se acercaban a los transeúntes y les pedían firmar una hoja, sin decir para qué. Como si su petición les produjera pena o miedo. “Firma por la vida” decían cuando se les cuestionaba. “¡Cuál pinche vida!”, les respondió una silueta andante.
Cerca de unos árboles, un niño jugaba arriba de lo que parece ser un avión, que por momentos se convierte en una motocicleta, pero que al mismo tiempo se mueve como un León. “Migue, no vayas para allá, te vas a perder”, le gritó su madre.
Así como San Luis se perdió y ahora adolece las consecuencias de caminar a ciegas y tropezarse una y otra vez sin parar. Al menos, hasta que decida abrir los ojos, porque hay poca luz.