Óscar G. Chávez
Existió, según David García Salinas, cronista de las prisiones de México, un rótulo en el área de ingreso en la antigua cárcel de Belén de la ciudad de México que sentenciaba: “Aquí no se castiga el delito, se castiga la pobreza”; hay quienes afirman que en realidad el texto “En esta cárcel ingrata, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza”, se encontraba inscrito con un poco más de oficio poético en la crujía H de la cárcel de Lecumberri, sucesora de aquella. Para el caso es lo mismo.
Algo similar, no escrito pero sí dictado se escucha en nuestro entorno en estos días cuando se detiene y busca sancionar a unos delincuentes no por rateros sino por pendejos según la percepción del gobernador. “No eran buenos ladrones o eran muy pendejos” lógica, inapelable por donde se quiera, mucho tiene de cierto; las pillerías fueron descubiertas por el rastro dejado tras de ellas, de otra manera nunca alguien se hubiera enterado; luego entonces se les sanciona por el descuido en el que incurrieron luego de atentar contra el erario.
“De los errores se aprende”, dicen, y si nos atenemos a la frase es evidente que desde su salida del penal de Ocampo, a la fecha, algo más ha aprendido el gobernador Ricardo Gallardo, quizá no a ocultar adecuadamente aquello que lo pueda inculpar, pero al menos sí a apropiarse de cualquier instancia que pudiera hacer públicos los errores que cometió. Porque igual, podrá señalársele de delincuente, pero de lo otro nunca. “Mírenme dónde estoy, nadie me persigue”, podría decir también el buen ladrón.
Y quizá no es que haya ladrones malos, todo es cuestión de recursos.
Son estos comentarios, breves reflexiones para aquellos que deseen y tengan hígado para analizarlos, indicadores de los parámetros éticos y morales del hombre que gobierna San Luis Potosí. Una ocurrencia más, dirán algunos, pero son éstas las que acaban describiéndolo entero.
También es sabido que el rasero resulta distinto con aquellos que son sus colaboradores, ahí está el anterior director del Instituto de capacitación para el trabajo, Sergio Desfaassiux, quien dejó detrás de él una gran cantidad de rastros de los latrocinios cometidos. Tampoco pueden ignorarse las tropelías cometidas por Ricardo Gallardo Juárez al frente del ayuntamiento de la capital y, le guste o no, las evidentes muestras de la malversación permiten ver que también incurrió en el defecto que su hijo hoy señala, con la diferencia que a él su sucesor en la alcaldía decidió no molestarlo. Menos ahora que el hijo oculta sus errores.
Señalar y culpar al otro es la táctica recurrente en esta administración; al que sea, al de atrás, al de adelante, al de los lados, menos al verdadero. Sexenios atrás también se podía señalar a cualquiera como culpable ya que las responsabilidades siempre eran delegadas, pero ahora hay un gobernador tan centralista y unipersonal en sus determinaciones que resulta imposible repartir culpas.
El saqueo o desvío desvergonzado de recursos públicos posiblemente puedan ser ocultados por un buen lapso de tiempo, al menos mientras Ricardo Gallardo y su camarilla permanezcan en el poder (que confiemos no será prolongado) pero después, ¿se habrá preguntado qué vendrá? Los testimonios abundan.
De nuevo. En San Luis Potosí no se castigan los delitos contra el erario, se castiga el no compartir lo obtenido de sus malversaciones; no se castiga a los integrantes de la estructura delincuencial, sino a los que no consideraron en hacerlo cabeza de la estructura. Se vuelve al aprendizaje y por consiguiente es seguro es que la organización que se dedicó a disponer del fondo de pensiones en breve será superada y mejorada. Recursos hay para rato.
A propósito de recursos: bárbaras las inversiones de Octavio, 132 millones de pesos nada más. Tiene la cara pero no está.
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