Por: Antonio González Vázquez
Hace apenas unos meses andaban desatados. Se les veía por todas partes y aunque no lo deseara nadie, se les escuchaba por doquier. No han pasado muchos días desde que se veían fotografías de ellos en las calles, en espectaculares, en panfletos publicitarios, en volantes de campaña. Los escuchaban en la radio y los veías en la televisión, estaban en todos lados y en las redes sociales también. Es que era tiempo de campañas y éstas son el lugar más confortable de los políticos. La verdad es que los políticos todos, tienen la infausta cualidad de profundizar en los asuntos más triviales; su sonrisa es de una codiciosa malicia y sus promesas, digamos 99 de cada 100, son intragables. Luego de que los políticos ganan sus campañas y se transforman en “servidores públicos” llegan a pretender que cualquier banalidad suya sea considerada como una excepción, pero no es todo; luego sueltan sus discursos y sueltan un cierto tipo de lenguaje impúdico. Hay algo que a los políticos (como el de la imagen) no les quita el sueño, ese algo es la opinión de la gente. Que poco se les crea, a los políticos, por su proclividad al escándalo y la corrupción es una realidad incontestable. Para ser honestos, los políticos nos llegan a cansar, aunque de vez en cuando en que por alguna razón que no sabes cual es, te pones a ver que dicen los gobernantes, los ediles o diputados, o bien, que se escribe o se dice de ellos durante sus actividades y más aún, en sus discursos, no puede uno sentirse de otro modo sino como estafado, burlado, utilizado. Al ver a los políticos en las páginas de los periódicos muy metidos en su mundo, nadie puede decir que se trate de trabajadores natos. Seguir la ruta de las noticias de los políticos, de manera particular de los diputados, no es más que una tediosa perdida de tiempo a la que se le puede tener una profunda aversión. Y es que da el caso, como ha ocurrido en días recientes, que luego de atender lo que dicen los diputados, es dable concluir que deben tener ciertos padecimientos internos que los llevan a hacer cuanto se pueda considerar absurdo. El otro día circularon muchas fotos de un diputado (todo hace indicar que es el de la imagen, aunque bien visto, todos son iguales) y tenía todo el aspecto de haber entrado en trance, parecía confesar con su mirada que no tenía idea de nada, pero que estaría dispuesto a servir a la sociedad donde el pueblo dispusiera. Des decir, si en campaña tenían como hábito decir sandeces, ya en el poder, se sientan en la curul y con infinita paciencia esperan a que les aplaudan sus gracias. Parece que no hay más remedio y que alguien se los tiene que decir: en verdad, dan pena diputados.