Por: Oswaldo Ríos Twitter: @OSWALDORIOSM
¿Qué habría pasado si en la elección de 2018 el PAN hubiera procesado sin odio, mezquindades y venganzas sus diferencias internas?
Probablemente, Margarita Zavala habría sido la candidata. Es cierto, quizá también habría sucumbido ante el fenómeno López Obrador, pero sin duda, habría perdido dando una pelea más competida y hoy Ricardo Anaya sería el líder en el Senado y el principal contrapeso al presidente.
Por supuesto, el PAN tampoco habría visto partir a miles de panistas que se fueron a intentar la fundación de México Libre y a otros muchos miles más que ya no se refrendaron, ni participaron en el partido. Asqueados de pleitos internos, desgastados por el faccionalismo y decepcionados por el autoritarismo de camarillas que al ganar las dirigencias partidistas lo administran como club de incondicionales, aniquilan a los grupos que no apoyaron su proyecto y finalmente, se presentan a la elección constitucional, para perder en toda forma.
¿Por qué las dirigencias del PAN repiten sistemáticamente ese esquema de perder-perder? Simple. Porque les gana el apetito y no el propósito, el lucro personal y no el bien común, la ambición y no el amor a México.
También hay que decir que es un problema de diseño institucional. Generalmente las dirigencias tienen mayorías absolutas que no las obligan a conciliar con los otros grupos para tener gobernabilidad y ello les permite hacer lo que les dé la gana sin necesitar el acuerdo del otro 49% del partido, generalmente dividido en grupos que tampoco coinciden entre sí.
¿El resultado? La mutación de las dirigencias en otro grupo más con intereses particulares, que aprovecha la posición de mando para imponer a sus cuadros en las candidaturas rentables y los cargos plurinominales y que concentra recursos y esfuerzo en mantener el control partidista para ganar la siguiente elección interna.
¿Qué hace el resto de los panistas que no son incluidos? Lo que hemos visto siempre: largarse del partido, apoyar descaradamente a candidatos de otros partidos, quedarse para boicotear desde adentro a los candidatos de su partido, huelga de brazos caídos o reagruparse sin otra cosa en la mente que ganar la dirigencia del partido para vengarse implacablemente del grupo que los desplazó.
Y así hasta el fin de los tiempos.
¿Les suena conocida en sus estados esta historia?
¿Tienen permiso los panistas de volver a hacer lo mismo que sabemos que siempre hacen, cuando en muchos estados son la alternativa más viable para detener la tiranía obradorista?
Si Gómez Morín viviera les quitaba el partido y se lo devolvía a la ciudadanía que está dando valientemente la batalla en contra del gobierno populista y arriesgando todo lo que tienen, a ellos y su integridad, con tal de evitar que los mexicanos vean consumarse el trágico espectáculo de la destrucción de México y el asesinato de la democracia.
En San Luis Potosí, el PAN derrotó al PRI por primera vez en su historia en 2003 y con el paso del tiempo ha quedado claro que fue, y por mucho, un mejor gobierno que los tricolores que estuvieron antes y los que estuvieron después. ¿Si se hizo buen gobierno entonces por qué no ganó ninguna gubernatura después? Ustedes saben la respuesta. División interna, ruptura entre el gobierno y el partido y falta de convicción partidaria para reconocer y defender los logros del gobierno panista como propios.
Por esas razones, el PAN perdió las dos últimas gubernaturas potosinas por diferencias de menos de tres puntos porcentuales. En ambas elecciones, dos de los candidatos que aspiraron y no resultaron nominados, terminaron fuera del partido o haciendo campaña con el candidato del PRI.
Para 2021, las cosas pintan aún peor, si hablamos de conflictos internos y suicidios electorales.
El 3 de octubre, los órganos de dirección del PAN en San Luis Potosí decidieron que elegirían a su candidato en una elección interna, todo bien hasta ahí. Pero apenas dos semanas después, se pisoteó esa decisión y se inventó la propuesta de realizar una encuesta (quien la haga define quiénes son los más populares), para que solo tres de los siete aspirantes se presenten a la elección partidista. Es decir, cortarle las piernas en la mesa a los aspirantes incómodos que pueden ganar la elección entre la militancia.
Más allá de que ya se abrió la puerta de la judicialización, porque claramente negar el derecho de participar en un método de elección estatutario y avalado por los órganos de dirección es una violación a los derechos políticos, en el PAN potosino se ha sembrado la semilla del divisionismo, la guerra fratricida y el fantasma de la derrota.
Afortunadamente, aún están a tiempo de rectificar y entender que sea quien sea el candidato si llega con un partido dividido, perderá. Y que sea quien sea el candidato, si llega con el partido unido, vencerá.
¿Qué se está haciendo a nivel nacional y a nivel local para propiciar ese mecanismo de concertación política que mantenga la unidad, garantice un actuar absolutamente imparcial de las dirigencias y le dé al PAN la fuerza para derrotar a Morena en 2021 y no se les repita el catastrófico escenario de 2018, o el de ayer en Hidalgo y Coahuila?
¿Quién unirá los pedazos del PAN?