Octavio César Mendoza
Leo para mi madre en su lecho de vida, porque las palabras son más duraderas y bellas que todo un campo de flores. A sus 86 años sigue recurriendo a ese asombro que la aproxima a la niña de sus recuerdos. Su mirada se entorna cuando el hallazgo de las palabras engarzadas la estremece, y en esos ojos adivino profundas galaxias milenarias. ¿Qué otra cosa es el recuerdo sino ese campo de flores que ahora imaginamos, pero compuesto de estrellas? De la reflexión a la convicción de los paralelismos entre infancia y vejez, mi madre asume que el tiempo presente es una prisión donde el único escape es la imaginación, en los niños, y el recuerdo, en los ancianos.
Así nos lo ha enseñado, a mi madre y a mí, esta extraordinaria escritora cuyo nombre es Beatríz Escalante en “Los pegasos de la memoria”, ficcionario de varia invención que encontré, por indescifrables caprichos del azar, en la biblioteca de su habitación. La misma mujer que me enseñó a leer y a escribir, es ahora la alumna que escucha con atención mi paciente lectura dramatúrgica mientras aguarda las horas venideras como un salario apenas suficiente para sobrevivir por otro día. Y cómo disfrutamos esa renovada tarea de compartir la sabiduría, la belleza y el antiguo significado de la palabra escrita, leída en voz alta, disuelta como pan en la boca, que ella me heredó.
Además de esa afortunada coincidencia que nos explica que la horripilancia de las brujas fue, junto con dicha condición, una invención eclesiástica para apartar a los hombres de las lujuriosas prácticas satánicas, debo mencionar que tuve la propia de crecer en una familia donde cada uno de sus miembros contaba con una biblioteca y una discoteca en su habitación. La biblioteca de mi madre está compuesta por unos doscientos ejemplares, y entre ellos saltó este pegaso de cien páginas, editado por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), en 1999, dentro de la colección “¡Ya leISSSTE?”
Ese sábado que estuve a su cuidado, mi madre y yo adoramos a Beatríz Escalante por varias razones incuestionables: a veces resulta luminosa como el ciego Borges, erudita como el universal Alfonso Reyes, y mágica como ella misma; pero en su creación filosófica-musical, en la cual se vuelven notorias pero deliciosamente agradables las influencias que componen el entramado de su obra, también se percibe el placer de combinar el ejercicio de la memoria con el de la reflexión, porque “Los pegasos de la memoria” es un libro para regalarse el lujo de leerlo a otros; un libro que se va deshojando, deshebrando, deshilando, desnudando; y en ese leer que se delíe nos asemeja, tanto al lector como al escucha, a dos espectros enamorados de una realidad fantástica.
Beatriz Escalante ilustra con el genio de la humildad y educa con la elegancia del pensamiento que fluye con la corrección de un río sobre su cauce. Leerla es atender a la voz de una sabiduría que dentro del presuntuoso stablishment intelectual de la mexicanidad ha deseado dejar de lado a diversas autoras y no pocos autores tan valiosos e importantes como los que más. Sin duda alguna, hay que celebrar a Beatríz Escalante junto a personajes como Inés Arredondo, Elena Poniatowska, Amparo Dávila, Rosario Castellanos, Elena Garro, si de letras firmadas bajo nombre de mujer hablamos. En el cúmulo de estrellas del cielo mexicano de la literatura brilla en solitario Beatriz Escalante, pero con la misma intensidad que las arriba mencionadas.
Al final de una lectura pausada y comentada de un par de horas que se nos escurrieron como agua entre los dedos, yo también regresé a mi infancia junto a mi madre, justo a ese mediodía potosino donde miraba las nubes tendido de panza al sol. Mi madre me dijo que me pusiera a leer. Ella misma recordó esa anécdota este sábado, y yo le devolví mi agradecimiento por incluir en la canasta básica de mi infancia y adolescencia las revistas Vuelta, Plural y Tierra Adentro y, ¡eureka!, eso me hizo descubrir una nueva realidad de mi matrix íntima: mi madre también me convirtió en escritor, y siguen ondeando, triunfantes, las sábanas blancas de su lucha en mi memoria solar.
Lo confieso: yo tampoco había leído a Beatriz Escalante. Qué maravilla que la haya descubierto gracias a esa invención de Dios que llamamos Madre. Qué fortuna poder recomendar la lectura de su obra. Qué gratificante poder escribir de esto y no de policías y ladrones y otros géneros políticos. Eso será la siguiente ocasión, si la hay; porque como dijera la propia Escalante: ¿qué será de nosotros dentro de trescientos años, cuando nuestra memoria se haya borrado de todos los libros de historia? Por lo pronto, sólo quiero agregar un consejo: leeros los unos a los otros, y pidamos un Pegaso para esta Navidad.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es poeta, escritor, comentarista y consultor político. Actualmente ocupa la Dirección General de Estudios Estratégicos y Desarrollo Político de la Secretaría General de Gobierno del Estado. Ha llevado la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secult-SLP en dos ocasiones, y fue asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, en el Ayuntamiento y Gobierno del Estado de SLP, y en Casa de Moneda de México. Ganador de los Premios Nacional de la Juventud en Artes (1995), Manuel José Othón de Poesía (1998) y 20 de Noviembre de Narrativa (2010). Ha publicado los libros de poesía “Loba para principiantes”, “El oscuro linaje del milagro”, “Áreas de esparcimiento”, “Colibrí reversa”, “Materiales de guerra” y “Tu nombre en la hojarasca”.