Los problemas de una ecologista con estrés

 

Por: Victoriano Martínez.

Fotografías: Eduardo Delgado.

 

Ser ecologista es difícil. Provoca estrés. Estresado, cualquiera hace una pausa en sus convicciones para fumarse un cigarrillo, ¿por qué no? El estrés puede llegar a tales niveles, que resulta fácil no percatarse de que se está en un edificio declarado libre de humo de tabaco, sobre todo si se acaba de pasar por la exigencia de pronunciar un discurso en contra de una empresa que pretende envenenar el suelo potosino del altiplano. Claro, los empresarios tienen que buscar la forma de deshacerse de sus desechos tóxicos en algún lugar, pero siempre y cuando no afecten a quienes nada tiene que ver con los negocios que hacen. Enfrentar al monstruo depredador de la ecología de un rancho como Palula no es cosa menor. Hace incluso pasar por alto la recomendación que aparece en un muro a la entrada del edificio en el que se está: “Antes de entrar por favor apague su tabaco”. Seguro no entró con el tabaco encendido, pero al salir de la reunión en la que se confrontaron representantes de la empresa Centro de Ingeniería y Tecnología Sustentable (CITSU) que pretende instalar un tiradero de desechos industriales peligrosos en el municipio de Santo Domingo y opositores al proyecto, tanto representantes de los pobladores del lugar como investigadores de El Colegio de San Luis y ecologistas como Sarahi Veloz, la adrenalina y el estrés provocado la empujaron a encender su cigarrillo ya estando adentro. Claro, tiene todo el derecho a fumar porque siente que lo necesita, pero como cualquier ciudadano, y más como ecologista, lo puede hacer siempre y cuando no sólo no afecte a otros, sino que también no incumpla con disposiciones netamente ecológicas como la Ley de Protección a la Salud de las Personas No Fumadoras. Ser ecologista no es tan fácil, sobre todo cuando el estrés impide que el discurso tenga el respaldo de los actos.

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