Ángel Castillo Torres
La derrota del PRI en el estado de México confirma que el veterano partido de Estado se extingue. El pasado domingo 4 de junio perdió su bastión más importante, la entidad con el padrón electoral más numeroso del país, 17% del total, 12.7 millones de electores. Éste descalabro es la prueba innegable de que el Partido Revolucionario Institucional se hunde. Ya no queda casi nada de aquella poderosa maquinaria electoral que gobernó durante 70 años. Luego de este fracaso solamente gobernará Durango y Coahuila. Este estado de postración debe provocar en los priistas una toma de conciencia para encontrar un camino de salvación. El PRI está herido de muerte y su derrota en el estado de México puede convertirse en antesala de su extinción. De ser un partido hegemónico ha pasado a ser un partido de minorías. Pero a pesar de su menguado peso electoral aún puede sobrevivir si asume el rol de partido bisagra. “Un partido bisagra es aquel que no tiene la fuerza suficiente para llegar al gobierno y debe esperar su oportunidad para que los partidos mayoritarios lo llamen a formar coaliciones para sacar adelante proyectos de ley, como en el sistema presidencial, o para formar gobierno, como en un sistema parlamentario”. (Raúl Pacheco, Publicado en el Periódico Vanguardia, 26 de octubre de 2013).
Su 10 a 15% promedio de la votación que aún pudiera conservar en la mayoría de los estados puede convertirse en una contribución definitiva para ganar elecciones muy competidas en donde el triunfo se define por dos o tres puntos de diferencia entre el primero y segundo lugar. Así que tal vez haya una nueva oportunidad para el PRI después de este desastre. Otros partidos en el mundo que en su época de esplendor fueron igual de poderosos que el tricolor encontraron en este nicho de partidos bisagra un área de oportunidad para colarse a gobiernos de coalición y disfrutar de algunas rebanadas del poder. Pero para conseguir esta oportunidad el PRI debe cambiar radicalmente. Sus líderes, base militante y simpatizantes deben reflexionar críticamente acera de ¿qué hacer?; preguntarse sin rodeos por qué se llegó a este estado de crisis, dejar de auto engañarse y aceptar que hicieron mal las cosas, que abusaron del poder. Que permitieron la corrupción, la impunidad y abandonaron las causas de la sociedad. Ahora que los priistas han probado el amargo sabor de la derrota y los atormenta el terror de desaparecer, sus dirigentes deben aceptar que están frente al abismo y que para evitar su extinción deben iniciar una metamorfosis renovadora para evitar ser arrojados al basurero de la historia.
La crisis del PRI viene de muy atrás, de aquellos tiempos remotos en que se incubó en lo más íntimo de sus entrañas El Huevo de la Serpiente; cualquiera podía ver el futuro de lo que le ocurriría al arrogante partido de Estado si no cambiaba su autoritaria y antidemocrática forma de actuar. A través de la fina membrana de este huevo maligno podía distinguirse al reptil en forma de dinosaurio como expresión de una cultura política que engendró las peores prácticas políticas en el ejercicio del poder. Simulación, abusos, complicidades, corrupción, cinismo, oportunismo, incongruencias doctrinarias y ausencia de democracia interna, acabaron por desprestigiar al PRI. Hoy, en estos tiempos apocalípticos para el tricolor, asumirse como simpatizante o militante de este partido provoca de forma inmediata el linchamiento social. Porque pertenecer al PRI es como traer tatuada en la frente La Letra Escarlata, símbolo de oprobio, manifestación física de pecado y recordatorio de dolorosa soledad. Aunque en estricta justicia es necesario matizar esta afirmación. No fueron los militantes y simpatizantes de base, esos heroicos activistas que durante décadas hicieron ganar elecciones al PRI, los responsables de esta podredumbre institucional, ¡NO!, los culpables del derrumbe fueron sus élites, los malos gobernantes que emanaron de sus filas y los dirigentes estatales y nacionales que a lo largo de los años fueron cavando la tumba de este partido fundado en 1929.
Repercusiones de esta catástrofe en San Luis Potosí
La derrota del PRI en el estado de México provocará un daño colateral en las filas del priismo potosino. Acentuará el desánimo de sus militantes y hará crecer la incertidumbre ya que se vislumbra un negro panorama para este partido en las elecciones del próximo año. Les quedan pocos meses a los líderes priistas para intentar recomponer las cosas. Y la mayor carga de esta responsabilidad será para el primer priista del estado Enrique Galindo Ceballos. Si el alcalde no lee correctamente el mensaje que los electores enviaron desde el estado de México su carrera política puede terminar. Los electores quieren un cambio, una transformación radical de los usos y costumbres de la clase política tradicional. Galindo no debe repetir o solapar las mañas que están llevando al PRI y a sus gobiernos a la tumba, no habrá futuro para su partido ni para su proyecto político si no se asume como heraldo y promotor del cambio. Lo que el partido tricolor necesita en este momento de aprietos son demócratas, no líderes autoritarios que atropellan a sus militantes. En la actual coyuntura política ya no debe haber espacio para reeditar las desprestigiadas prácticas del viejo PRI. Así que en manos de Galindo está salvar o hundir a su partido. ¿Qué escoge, ser el sepulturero del PRI o su redentor? “Ser o no ser, esa es la cuestión”.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es psicólogo y maestro en Ciencias de la Educación. Fue delegado de Villa de Pozos en 2022 y subsecretario de Gobierno de 2016 a 2017. Presidió el Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional en 2013. También fue director general del Sistema de Financiamiento para el Desarrollo del Estado. Ocupó los cargos de regidor en la capital potosina (2007) y de diputado local de la LVI Legislatura (2000). Impartió clases en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.