Ángel Castillo Torres
Desde hace tiempo se profetizaba que el PRI acabaría por entregarse todito completo y sin recato a los encantos de Morena. Para la clase política priista el poder siempre ha sido una tentación irresistible y un potente afrodisiaco que les hace perder la cabeza. Afortunadamente para ellos apareció en escena una Celestina que hizo posible el matrimonio entre el PRI y Morena. Fue precisamente Alejandro “Alito” Moreno, actual dirigente nacional del tricolor, el que hizo la tarea de casamentero. El recientemente sometimiento de los legisladores priistas al aprobar la permanencia de las fuerzas armadas como garantes de la seguridad pública hasta 2028 confirma este matrimonio político entre el partido fundado por Plutarco Elías Calles en 1929 y el caudillo de la Cuarta Transformación (4T).
El PRIMOR ha nacido como una fuerza política emergente beneficiando al presidente de la república. Esta alianza provocará un efecto dañino en el principal partido de oposición, el Partido de Acción Nacional y de rebote acelerará el entierro de ese cadáver insepulto que es el PRD.
El PRI nunca ha desarrollado sentimientos de culpa cuando tiene que traicionar o cambiar de piel. Su flexibilidad ideológica es diabólica. Sobre todo si su instinto de conservación le aconseja que es mejor optar por la servidumbre voluntaria ante un poder presidencial que todo lo concentra y avasalla. El PRI es una iglesia laica en la que se practica una religión que rinde culto al pragmatismo más brutal y cuyo primer y más sagrado mandamiento es: “sólo es verdad lo que es útil” (útil y lucrativo desde luego sólo para las camarillas que lo controlan). Esto explica por qué en distintos momentos de su historia el Partido Revolucionario Institucional ha sabido reinventarse y dar vida a nuevas narrativas que justifiquen su metamorfosis. Lo importante para éste partido es sobrevivir. Por ello es el partido de las mil máscaras. Ha sido socialdemócrata, populista, de derecha, centro izquierda y partidario del Liberalismo Social. Por décadas el PRI se ha identificado con la famosa frase del gran Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
Siempre ha sido un partido virtuoso en el exquisito arte de la mutación; flexible, calculador, acostumbrado a seguir con devoción a los hombres fuertes y carismáticos antes que a su Declaración de Principios.
Por esta razón miles de ex militantes priistas educados en la cultura política que engendró su partido hoy se proclaman orgullosos seguidores de Morena y del presidente Andrés Manuel López Obrador. En el partido del presidente estos tránsfugas se reencuentran con las prácticas e ideales del viejo Nacionalismo Revolucionario; se regodean en las entrañas de un movimiento de masas que sigue irracionalmente a un caudillo carismático.
Es factible presagiar que el PRI jugará a partir de ahora dos roles en la estrategia ganadora del presidente Andrés Manuel López Obrador. El primero como partido satélite y el segundo como partido bisagra. Me explico.
Los partidos satélite o “La Chiquillada”, como los bautizó el jefe Diego Fernández de Cevallos, son partidos testimoniales que no buscan ganar presidencias municipales, gubernaturas y mucho menos la presidencia de la república. Estos partidos son mercaderes de la política, comparsas que prefieren tener espacios dentro de los gobiernos para vivir del presupuesto o para sacarle jugo a las diputaciones y regidurías plurinominales. Aunque también hay algunos de sus cabecillas bastante sagaces que logran conseguir una Senaduría de lista nacional (plurinominales). A cambio de estas pequeñas rebanadas del pastel se convierten en apoyadores acríticos de las políticas públicas y de la agenda legislativa del partido dominante (Morena). Su presencia en el sistema de partidos contribuye a dar la apariencia de un régimen democrático pluralista que ofrece fingidas opciones al electorado. Con su existencia se vende la ilusión de que no existe un partido único, rasgo dominante de los regímenes No Democráticos o Autoritarios.
En cuanto al segundo rol que desempeñará el PRI ahora como partido bisagra lo que quiero decir es que el otrora invencible tricolor negociará con espíritu usurero su presunto 18% de votación nacional que dice poseer, para apoyar en el Congreso de la Unión las iniciativas de ley del presidente de la república, incluidas futuras reformas constitucionales; incluso podría apoyar a los candidatos de Morena, aunque no de manera oficial, como lo hizo Juan Manuel Carreras con Mónica Rangel, la doctora muerte.
Al sumar su secundario, pero importante peso electoral reforzará el dominio del partido en el poder.
Si estos escenarios se confirman, lo que veremos en los próximos años será el triunfo del proyecto de dominación político/cultural del presidente Andrés López Obrador. Con ello el de Macuspana, Tabasco, habrá obtenido una victoria moral, política y cultural sobre el antiguo régimen neoliberal. Y como justo pago a su epopeya, AMLO será elevado a los Altares de la Patria como un santo laico. El tabasqueño habrá conseguido que reinen en nuestro sistema de gobierno las innovaciones creadas por la Cuarta Transformación. Este legado se sumará al que nos dejaron los héroes de la Independencia, la Reforma y la Revolución de 1910. Entonces habrá triunfado una revolución de terciopelo, pacífica y de larga duración.
Conclusión: López Obrador ha sometido a sus adversarios políticos.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es psicólogo y maestro en Ciencias de la Educación. Fue delegado de Villa de Pozos en 2022 y subsecretario de Gobierno de 2016 a 2017. Presidió el Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional en 2013. También fue director general del Sistema de Financiamiento para el Desarrollo del Estado. Ocupó los cargos de regidor en la capital potosina (2007) y de diputado local de la LVI Legislatura (2000). Impartió clases en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.