Mariana de Pablos
Una mujer enamorada. Enamorada de la música, del arte, de la vida. Marina Herrera Aragón Marilú fue un personaje de grandes virtudes y talentos artísticos: actriz de la Época de Oro del cine mexicano, cantante de teatro de revista y la última intérprete de la generación de boleristas en México. Sin embargo, Marilú fue, ante todo, un ser de luz cuyo canto podía iluminar la sala más oscura y el alma más rota. Un ente fuera de esta tierra, que supo amar sin miedo y con el corazón entero.
Por encima de las suaves notas del piano y entre las letras de grandes compositores como Alfredo Núñez de Borbón, Mario Ruiz Armengol y Gonzalo Curiel destaca la aterciopelada voz de Marilú “la muñequita que canta”. Potosina de nacimiento (Cárdenas, 1927-2023) con el mundo como su hogar, supo vivir sus 95 años de estancia en esta tierra de forma envidiable, pues desde los 12 años descifró cuál sería su destino: ella quería cantar.
Desde ese momento y en adelante la vida supo y se escuchó diferente. Entre escenarios, reflectores y aplausos; amores varios, amores profundos; codeándose con personajes como Mario Moreno, Pedro Infante y Joaquín Pardavé; y teniendo una oportunidad tras otra de sentir la pasión, la tristeza y el desamor entre las letras de grandes compositores de esta época, Marilú vivió su mejor vida.
Sin embargo, y por muy contradictorio que parezca en estos casos, no se trató de una figura desvanecida entre los vicios del ego y la fama. Quienes la conocieron la recuerdan –con una sonrisa de nostalgia tatuada en el rostro– como una mujer de increíble bondad, devota a sus seres amados como a su carrera; de corazón tierno y gentil; con un gran sentido del humor y, además, muy moderna.
Una mujer de vitalidad eterna que cantó hasta sus últimos días. Con su partida no solo concluyó un periodo de auge en la historia de la música mexicana, sino que dejó a su paso un sinfín de corazones rotos. De ahí que, a casi un año de su muerte, valga la pena recorrer de la mano de quienes la conocieron y crecieron junto a ella, un poco de su vida.
Un principio y un fin muy acorde
Originaria del municipio de Cárdenas en el estado de San Luis Potosí, Marina Herrera Aragón tuvo su primer acercamiento con la música desde muy pequeña. Como comparte ella misma a sus 91 años en el documental Recuerdos cantados. Marilú, la Muñequita que canta realizado en 2018 por Carolina Kerlow con apoyo de la Fonoteca Nacional, una de sus hermanas era novia del cácaro, por lo que tenía cine diario y la oportunidad de conocer a los artistas y aprenderse sus canciones.
Sin embargo, no fue hasta que radicó en Tampico junto a sus hermanas y su madre –lugar al que fueron a parar luego de la muerte de su padre cuando Marina tenía cinco años– que se dio su ingreso al mundo de la música y las artes escénicas. Pues fue aquí donde tuvo la oportunidad de participar –y ganar el primer lugar– en un concurso de canto para aficionados organizado por la compañía de Don Catarino, quien luego de presenciar su talento, se la llevó a trabajar con él.
Es así que, en 1939, cuando tenía 12 años y con su madre como representante, abandona la escuela e inicia su carrera cantando en teatros de carpa, específicamente en la de El Circo Beas y Modelo donde recuerda haber sido una niña muy feliz. Un par de años más tarde se cambia a la compañía de Don Paco Miller, donde es bautizada bajo el apodo de Marilú. Es con ellos que viaja a la Ciudad de México y se presenta en teatros como el Lírico, el Follies Bergere y el Waikikí; así como en cabarés como El Patio.
En cuanto a su carrera de actuación, filmó un total de 12 películas, empezando por La Liga de las Canciones, al lado de Mapy Cortés. Más tarde firmó un contrato con Filmex y actuó en Los hijos de Don Venancio con Joaquín Pardavé y Sara García. Protagonizó teatro serio y zarzuela e intervino en la obra de teatro Medio Tono de Rodolfo Usigli en el Teatro de Bellas Artes.
Debutó en el teatro El Caracol bajo la dirección de José de Jesús Aceves, en la obra intitulada Ardelia o la Margarita. Durante este periodo coincidió con Pedro Infante, Libertad Lamarque y Emilio Tuero en el Teatro Tíboli.
Intérprete y fanática de grandes autores y compositores, sus favoritos, como ella misma señala, fueron Gabriel Ruiz y Gonzalo Curiel. En toda su vida grabó más de 30 discos, entre CD’s y acetatos y fue dirigida por las orquestas de José Sabre Marroquín, Chucho Ferrer, Alfredo Núñez de Borbón, Gabriel Ruiz y Agustín Lara.
Personaje de este talante debía tener un secreto para su éxito. La voz, el amor por la música y la disciplina son parte de esta fórmula, sin embargo, es en la capacidad de trasladar a la vida las emociones de las letras en el papel muerto, que reside el meollo del asunto. El arte de la interpretación era algo que Marilú entendía muy bien. Marilú no cantaba nada más, sentía la melodía en lo más profundo de sus huesos antes de entonarla.
Recuerdos de amor: carrera artística, amores y familia
Revoloteas mariposa en el sueño de madrugada
y despierto y aun sobrevuelas sobre mi lecho.
Soy una sombra apenas cobijada en tu magia.
Dicen que vives en la muerte,
yo sé que vives en mis sueños.
Marina Azuela.
Fue en sus jóvenes veintes cuando Marilú conoció al primer gran amor de su vida: Antonio Azuela. Hombre de principios claros y rectitud intachable, le entregó su corazón a Marina por un periodo de 10 años, al cabo de los cuales decidieron continuar por caminos separados, pero mantenerse en contacto para procurar el desarrollo de su hija Marina Azuela de seis meses de edad.
En entrevista con Marina Azuela, cuenta que “el matrimonio no les sentó bien” pues su mamá era artista entonces viajaba mucho. “Y mi papá era un poquito tradicional. Entonces cuando se casaron él le pidió que se quedara en casa y mi mamá fue muy infeliz porque mi papá se iba a trabajar todo el día y ella se quedaba solita, y pues no, no se la estaba pasando bien”.
Cuando Marina tenía ya dos años de edad, Marilú conoció a su segundo y último amor de vida. En este caso se trató del reconocido caricaturista David Carrillo, de quien se enamoró profundamente y con quien contrajo nupcias tras un corto periodo de noviazgo. Sobre ello, exclama Marina Azuela con gran alegría, “¡se casaron a los cuatro meses de ser novios! ¡Y duraron más de 50 años!”. Lo describe como “uno de esos matrimonios raros, siempre enamorados, tomados de la mano. Muy acoplados, muy respetuosos de la profesión del otro. Se admiraban muchísimo”.
“Un esposo inmejorable”, en palabras de Marilú. Fue así como Marina Azuela creció con dos figuras paternas completamente opuestas, pero complementarias: “Mi papá Antonio era muy estricto conmigo; para él era muy importante el conocimiento, la cultura, la carrera. Mi otro papá era divertido, lúdico, bohemio”.
Dos años más tarde, nació la hermana de Marina, Gaby, hija de David Carrillo y de Marilú, quien se habría de integrar a la familia ya conformada además por los cuatro hijos del matrimonio anterior de David Carrillo.
Cuenta Marina que Marilú nunca tuvo problema para equilibrar su vida familiar con la artística y además con sus propios estudios. Una cara poco pública de este personaje es precisamente la de su interés por aprender. Marina sobre su madre narra que era una mujer realmente culta: “Estudiaba mucho. Estudió cuatro idiomas profundamente. Y le gustaba mucho leer. Para mi madre era muy importante la cultura, la literatura, los idiomas, que fuéramos bien en la escuela”.
Sin embargo, señala Marina, “Siempre se sintió un poco mal con respecto a su carrera, porque decía que la abandonaba mucho. Le daba mucha importancia a la parte del hogar”. Así, aunque jamás rechazó ninguna oportunidad de cantar y supo empatar su vida profesional con la familiar, señala Marina, “sus hijas y su marido éramos lo más importante en la vida”.
Quienes la recuerdan, sonríen. Miguel Ángel Riva Palacio, antropólogo y último director del Museo Regional Potosino, quien tuvo oportunidad de conocerla en el homenaje que él mismo le organizó en el 2018, y luego convivir con ella en otras ocasiones, la inmortaliza como una mujer feliz: “Muy amorosa, muy divertida. Un altísimo sentido del humor, constante, todo era motivo de hacer un chiste, de reírse, de disfrutar, de sacar el lado positivo”.
“Lo que a mí me ha enseñado mi madre es la bondad, fundamentalmente. A ser libre, independiente, fuerte. Una mujer muy cariñosa, tremendamente cariñosa. Fue muy linda mi mama. Tuve la inmensa suerte de tener una mamá a todo dar. Me dejó todo lo que soy. La volvería a escoger en la próxima vida si tuviera la posibilidad”.
Los últimos años
Cuando Marilú tenía 88 años, David Carrillo falleció. Marina, una mujer madura de 57 años, decidió irse a vivir con su madre porque se deprimió terriblemente, especialmente frente a su repentina soledad. Marilú nunca vivió sola. Estuvo con su madre, la abuela de Marina, hasta los 18 años y después se casó.
Fue un año de luto al amor de su vida. Triste, gris, con el corazón desamparado. Tiempos difíciles. Después de ese periodo, recuerda Marina, “entró a los colores, a un arcoíris de amor en donde todo era bello”.
“Fueron unos años divinos porque mi mamá entró en un rollo de amor, de paz, de agradecimiento. Todo era hermoso, las flores, los colores. En plena pandemia le dije ‘mami a lo mejor ya nos vamos a morir, ¿quieres ir a Acapulco?’ y me dijo ‘claro’. A mitad de la pandemia nos largamos a Acapulco”, cuenta entre risas.
Años felices, cantando y brindando por un día más de vida. “Cantábamos mucho en el jardín. Yo la acompañaba en la guitarra y la escuchas, increíble. Cantó en el teatro de la ciudad a los 94 años con Rodrigo de la Cadena. Muy viejita, ¡pero canta!”.
Marilú no perdía oportunidad alguna para cantar. Si bien, como señala Miguel Ángel, a sus 90 años no tenía la potencia de cuando tenía 20, eso no era impedimento alguno para sentir la letra de las canciones en lo más profundo de su alma y evocar así la alegría de un corazón latente, que lo ha vivido todo.
Así, Marilú tuvo, ante todo, un final muy aplaudido. Sobre ello vale la pena recordar el homenaje organizado por Miguel Ángel, en colaboración con Pavel Granados –pieza clave en el mundo del espectáculo y la cultura mexicana–, en 2018 en el Museo Regional Potosino, pues fue una oportunidad para sanar la herida que dejó el mal recuerdo del homenaje que le realizaron en Cárdenas y además le permitió cumplir con un pendiente: su presencia, por última vez, en su estado.
Cantó hasta las últimas. La música fue su fiel compañera durante este largo trayecto que es la vida. Sobre su partida de esta tierra cuenta Marina:
“Vivía el día al día. Vivía el presente. Nunca tuvo amargura. Y el final de su vida estuvo bien bonito. El 15 de febrero por alguna razón así mágica –mi mami murió el 16 de febrero– empezaron a llegar todas nuestras amigas y amigos a despedirse de mi mamá. Se encerraron dos horas a darle las gracias, a abrazarla, darle besos. La despedida de mi mamá fue muy bonita. Tuvo una muerte muy bonita, muy en paz, muy armónica”.
Se fue con una sonrisa de niña estampada en el rostro. De pronto todos los dolores desaparecieron, los años dejaron de importar, las pérdidas no afligieron más. En este punto de su vida Marilú no tenía a nadie más que a sus hijas, pues sus esposos, padres, hermanas y amigas “ya estaban en la fiesta en la muerte”, como la describe de Marina.
Fue una partida gentil, digna de una reina. La muerte no llegó a despojarla de su cuerpo material, sino que más bien la llevó de la mano, caminó detrás de ella, y le abrió la puerta a su llegada. En donde ya la esperaban una orquesta, un micrófono y sus seres más queridos.