Estela Ambriz Delgado
Por quinto año consecutivo las calles de Matehuala se pintaron de morado y violeta; cientos de mujeres, adolescentes, niños y niñas, acudieron en el Día Internacional de la Mujer para expresar sus demandas de justicia y seguridad.
Desde las 4:30 de la tarde, se comenzaron a reunir afuera de la Fiscalía de Matehuala, la colectiva “Las Camelias” había convocado en redes sociales desde el 29 de febrero para nuevamente salir a las calles el 8 de marzo.
Faltaba una hora para que cayera la tarde y una vez reunidas alrededor de 200 personas, se dispusieron caminar por avenida Roble hasta Benito Juárez, con la constante reproducción de “Vivir sin miedo”, una canción emblemática de la lucha feminista en México.
La parte delantera del contingente se destino a mujeres de la tercera edad, embarazadas, o para quienes iban en compañía de bebés, niñas o niños.
La marcha fue encabezada por una mujer de mediana edad con un vestido largo, blanco, unas alas de mariposa y una corona de flores sobre su cabeza; llevaba una lona con la fotografía de su agresor, Juan Ignacio Velásquez Peña, y la leyenda “violador”.
Junto a ella una madre joven con playera blanca, pantalón de mezclilla y un paliacate morado que cubre parte de su cabello, porta un cartel negro que dice “las madres también estamos luchando”.
Ella lleva a su pequeña hija en un carrito rosa, quien traía puestos unos lentes rojos con forma de corazón, y al igual que su madre lleva un paliacate morado en la cabeza, y carga un cartel que dice “mi mamita me está enseñando a luchar por mis derechos”.
Igual al frente, a los costados de estas mujeres, iban dos jóvenes, una de ellas con un cartel que señala que la violencia sexual que sufren las niñas: en el 74 por ciento de los casos es por un familiar directo, razón por la que una demanda no se da en el 99 por ciento de las veces que ocurre.
La otra joven que encabezaba lleva una blusa blanca ajustada y minifalda, con un cartel en el que expresaba: “no quiero que un día lo corto de mi falda o lo pegado de mi blusa me cueste la vida”.
Mientras el contingente avanzaba por la calle Juárez, se escuchaban consignas como “ni una asesinada más”, y “la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”.
En la segunda fila del contingente caminaban dos mujeres de la tercera edad, una de ellas es la madre de Judith, una joven asesinada en 2015.
La señora, junto con un niño, cargaban una lona con la fotografía de su hija y su fecha de nacimiento y deceso, apenas tenía 17 años, no le permitieron alcanzar la mayoría de edad.
Conforme avanzaban, las personas salían de sus casas, así como de los comercios; algunos grababan video, tomaban fotografías, otros solamente observaban curiosos, otros serios, tal vez molestos, mientras el ya más nutrido grupo de mujeres coreaban “Señor, señora no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”.
Sin embargo, hubo muchas mujeres que se unieron conforme pasaban frente a sus casas o puntos de reunión donde se encontraban con amigas.
Las que no se unían por lo menos mostraban su solidaridad portando carteles fuera de sus casas, y algunas otras personas les proporcionaban botellas de agua, incluso una señora les regaló unos bolis para que se refrescaran.
Frente al consultorio de un conocido pediatra, la mujer vestida de blanco, quien durante el trayecto trajo consigo el micrófono, tomó la palabra y pidió el apoyo de todas para gritar “Escucha idiota, las niñas no se tocan”.
El sentimiento la rebasa al narrar que, cuando era niña, su agresor se aprovechaba de que su familia se iba a trabajar, y en medio del llanto gritó: “Te estoy esperando que le des la cara a mi madre y a mi familia”.
Para acuerparla todas corearon “Tranquila hermana, aquí está tu manada”, seguido del “¡Yo sí te creo!”, “¡Yo sí te creo!”
Al llegar a una pequeña plaza donde se encuentra el monumento dedicado a Ana Claudia Monreal Amaro, Claudia Y., Flor Valeria, Yadira Guadalupe, y Judith Montemayor, se hizo una pausa para interpretar Canción Sin Miedo de Vivir Quintana.
Al llegar una mujer pidió el micrófono para expresar que no quería un monumento, sino salud integral, por lo que exigía justicia social y que se devuelva la casa de salud mental a las mujeres autistas.
Asimismo, en este lugar una señora pidió el micrófono para pedir se alce la voz por el caso de Sanjuana Martínez, madre de familia encarcelada por un delito que no cometió, pidió justicia por ella, un clamor al que todas se unieron.
También la prima de Judith tomó la palabra para expresar que acompañaba a su tía y que se encontraban en la marcha por ella. Pidió a las asistentes no se queden calladas en la violencia, y no permitan agresiones.
“Por Judith, te amamos hasta el cielo… que está aquí presente gracias a todas ustedes acompañándola. Judith escucha, esta es tu lucha”.
Una joven de baja estatura se manifestó por las mujeres con discapacidad y expresó su solidaridad con todas las demandas de justicia que se dieron.
La madre de familia que encabezó el contingente denunció que, a pesar de un intento de feminicidio probado, su agresor sigue impune, pues le permitieron pagar una cantidad como reparación del daño. Sin embargo, para ella y la tranquilidad de su hija, no es suficiente, ya que tiene que verlo diariamente en la universidad.
“Lo tengo que aguantar diario agrediéndome a mi y a mi hija, y negándola (…). Pido a las autoridades tengan un poco más de corazón, pues el dinero no repara nada el daño psicológico y moral, la autoestima, ni mucho menos la tranquilidad. Tres años de lucha, hoy vengo marchando igual con una resolución judicial, pero sin paz mental ni moral, que el nombre de Pedro Alberto Padrón Pérez se escuche y que todas las personas que tienen contacto con él se cuiden”.
Después de algunos minutos, quienes integraron la marcha se reagruparon y continuaron el trayecto hacia la Plaza de Armas, para concluir afuera de la Presidencia Municipal, que ya se encontraba cerrada.
Allí una joven denunció que Rubén Zúñiga Martínez abusó sexualmente a su hermana pequeña y aún sigue en libertad, por lo que entre lágrimas exigió justicia para su hermana. Tema que le pueda suceder lo mismo alguien más, ya que el sujeto sigue en su trabajo en un centro de educación, y posiblemente agreda a otras niñas.
Gritó su nombre en repetidas ocasiones para que la gente pueda reconocerlo, y las mujeres en el lugar, que para ese entonces ya eran alrededor de 300, coreaban “¡Yo sí te creo!” “¡Yo sí te creo!”
Para concluir se colocó un tendedero de denuncias, también hubo quienes plasmaron mensajes de denuncia mediante grafiti; algunas mujeres y niñas, con pintura morada, violeta y negra, estamparon sus manos en la fachada de la presidencia.