Texto y fotografías por María Ruiz
Las sombras se estiraban desafiando los pasos apresurados de los transeúntes, en la avenida Universidad, a lo largo del pasado sábado en donde se erigió un mural que trasciende lo material. No es solo un conjunto de estampas y colores, sino un grito colectivo, un llamado a la memoria y a la justicia.
Las madres víctimas indirectas de feminicidios, junto con Marcela del Muro, periodista documental y directora del proyecto Narrativas Dignas, lograron culminar el “Memorial Colectivo”, un espacio de expresión que conllevó un esfuerzo sobrehumano.
El proceso fue un torbellino de emociones encontradas. Lágrimas y recuerdos se entrelazaron con pinceles y pinturas. Cada trazo llevaba consigo la historia de ocho mujeres: hijas, madres, hermanas. Más que víctimas trágicas, eran seres llenos de vida, sueños e ilusiones.
El aire de justicia vibraba con una energía febril, ahí Esperanza Lucciotto y Susana González, madres de Karla Pontigo y Lupita Viramontes, respectivamente, encontraron en este espacio un lugar para recordar dignamente a sus hijas.
El mural no solo plasma rostros y nombres, sino también la lucha persistente. Cada trazo es un grito contra la injusticia, un reclamo a las autoridades y a la sociedad en general.
“No queremos que nuestras hijas queden reducidas a notas rojas en los periódicos. Queremos que se reconozca su vida, su esencia, su humanidad”.
Este proyecto, gestado desde el corazón de Marcela del Muro y apoyado por las activistas Nydia Morales, Sofía Córdova y Karina Meza, es un recordatorio constante de que, a pesar de los cambios gubernamentales y las dificultades, las familias continúan en la lucha.
“No solo es por nuestras hijas, sino por todas las víctimas. El mural es un homenaje, un testimonio de amor y resistencia. Esperamos que la ciudadanía lo vea y comprenda que detrás de cada trazo hay una historia que merece justicia”.
Marcela, con su calidad humana y su compromiso inquebrantable, ha logrado que este muro sea más que una obra visual. Es un símbolo de esperanza y un llamado a la acción.
“Que la sociedad reconozca a nuestras hijas como lo que fueron: seres llenos de vida, truncados por la violencia. Que el mural no sea solo un recuerdo, sino un impulso para seguir adelante”.
En un momento íntimo y repleto de colectividad, las familias se dedicaron a pegar las imágenes de sus hijas en la técnica de Paste Up. En ese instante, la gente se sumó a este encuentro de empatía sin igual, ofreciendo su apoyo y solidaridad.
Litros de engrudo, tinta en el papel y aerosoles se fundían en un ritual sagrado, un acto de amor.
Marcela, con los ojos entrecerrados por el cansancio, observaba cada gesto, un reflejo de su entrega incansable. Ella había soñado con dar forma a un memorial colectivo, un lugar donde las jóvenes perdidas no fueran solo estadísticas frías.
Las imágenes de las víctimas se alineaban en el muro, con sus rostros mirando al infinito. Cada pegote de engrudo era un acto contra el olvido. El muro se convirtió en un altar, un lugar donde el duelo se transformó en acción.
“Que la sociedad reconozca a nuestras hijas como lo que fueron: seres llenos de vida, truncados por la violencia. Que el mural no sea solo un recuerdo, sino un impulso para seguir adelante”.
El muro de la memoria es un testimonio del poder del arte para sanar, resistir y transformar. Ahí yace el grito que no puede ser silenciado, un llamado a la justicia que resonará por siempre.