Por: Oswaldo Ríos Twitter: @OSWALDORIOSM
Cuando Andrés Manuel López Obrador dé el Grito de Independencia la noche del 15 de septiembre, marcará un nuevo hito en la historia de México: la arenga vacía ante un país ausente.
El Grito de Independencia es la fiesta mayor del calendario cívico y la fecha más unánime del alma nacional.
A lo largo de nuestra historia, han dado el Grito presidentes polémicos, que a pesar de ello, tienen la mínima cualidad de convocarnos a la toral e indispensable cita con nuestro acuerdo primigenio: somos y pensamos distinto, pero somos un solo México.
A través de nuestra historia, al grito de guerra, los mexicanos hemos encontrado la identidad y unidad ante la amenaza del extraño enemigo que osare profanar con su planta nuestro suelo. Pero en el presente algo ha cambiado: la guerra es para los mexicanos un estado permanente y muchos son tachados de enemigos por su presidente, sobre todo cuando no se someten a su demagogia y no renuncian a ejercer los derechos y libertades que les dio justamente la Independencia.
Nunca pensamos que llegaríamos al día en que el Grito de la Unión, lo daría un presidente que los restantes 364 días se dedica a dividir al país, sembrar odio y negar a quien no piensa como él, el “derecho legítimo” de ser mexicano.
A diferencia del Grito del año pasado en el que la sobriedad del festejo le granjeó un sereno reconocimiento de propios y extraños, esta vez el país llega al 15 de septiembre gravemente fracturado, luego de estar sometido durante todos los días a una permanente, sistemática y agresiva campaña de odio promovida por quien debería ser el primer interesado en convocar a la unión de todos los mexicanos.
Es triste, pero en los momentos en que nuestros problemas nos reclaman la mayor demostración de unión, solidaridad y fraternidad, México está más roto que nunca y eso tiene un culpable con nombre y apellidos: Andrés Manuel López Obrador.
Devastó para llegar al poder, lo cual tiene cierta justificación, pero una vez que lo obtuvo, inexplicablemente lo sigue haciendo y quizá con mayor denuedo que antes, lo cual es en directo perjuicio de su responsabilidad, pero sobre todo del bienestar de los mexicanos.
¿Cómo grita “Viva México” un presidente con más de 70 mil mexicanos que murieron por contagiarse de un virus que se propagó por la ineptitud y mentiras del gobernante que lo arenga?
¿Cómo grita “Viva México” un presidente que a pesar de que juró respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes, las modificó para permitir la amnistía de quienes atentaron contra la vida y el patrimonio de las familias mexicanas, mientras en Chihuahua usó la Guardia Nacional para reprimir a quienes solo pedían agua para cultivar la tierra?
¿Cómo grita “Viva México” un presidente que se niega a hablar de los feminicidios, de los desaparecidos, de las víctimas del crimen, de los más de 60 mil homicidios dolosos en su gestión, mientras dice que “el narco es pueblo” y con cinismo niega las masacres que casi todos los días ocurren en un país desgarrado?
Este es el presidente que como candidato pataleó, exigió y gritó por un lugar en la historia sin habérselo ganado, y al llegar al gobierno, demostró que es verdad que a veces la historia se repite, pero solo como farsa. Esto no es transformación, esto que hace es la destrucción de México.
Es probable que la frase “Muera el mal gobierno” no se pronuncie la noche del 15 de septiembre porque se sabe que al presidente no le gusta la autocrítica. En cualquier caso, ante el silencio de los inocentes, retumbará el grito de un culpable.