Por Antonio González Vázquez
Con su fúsil de plástico en la zurda y probablemente pensando en las grandes batallas que le esperarían en sus sueños como héroe de alguna guerra fratricida, el pequeño se pregunta ¿pero quien carajo es este sujeto?, miren que no se trata a sí a un soldado, yo que estoy listo para salir a dar la vida por la patria y este señor me anda acariciando la cara como si ahora en el Día de la Independencia estuviera para ternuritas. Hoy no solo quiero cantarle a la patria, hoy no me late solo izar la bandera, hoy quiero tomar las armas e irme a la guerra puesto que para eso mi mamá y mi tía me compraron este hermoso fúsil. Ya lo sé, parece un mosquetón viejo e inútil como los que aún traen algunos soldados del ejército, pero da igual, sirve para salir a combatir al enemigo. En esas estaba cavilando el soldadito, bien metido en sus pensamientos, cuando de súbito, como una bomba que viene cayendo desde las alturas se le puso enfrente el gobernador y lo distrajo de sus importantes tareas de cuidar de los suelos de la patria. Empujado por sus generalas, no le quedó de otra sino extender la mano a ese señor que sin pedir autorización y sin saber que eso podría causarle una enorme vergüenza, le pasó la palma derecha por la mejilla, lo cual lo dejó algo perturbado por lo que decidió no voltear a verlo siquiera. Tan a gusto que estaba entre tanta gente en la de Los Bravo, con su rifle tricolor y con su camisa blanca de Battle Zone en espera de los contingentes armados para sumarse a ellos y caminar en el desfile del 206 aniversario del Inicio de Independencia, pero que llega ese señor que ni sé quién es y lo peor, ni general, ni capitán y ni siquiera sargento parece; a mi que me salude un soldado de esos enfundados con su uniforme en color verde olivo, con todos sus perterechos de guerra y su gorra al estilo del Che. Yo quería que me tendiera la mano un soldado y me dijera, “hey, vente con tu rifle, vámonos a la marcha, mira que la plaza está llena de gente”, pero no, que viene y me saluda ese señor Güero que ni conozco ni sé quién es ni qué hace ni cómo se llama ni tampoco sé por qué viene y me agarra habiendo tantos otros por ahí. No se vale, yo que estoy listo para irme a la guerra y dar todo por la patria y nada que el que viene conmigo no es el jefe del pelotón sino un señor risueño y la mera verdad no sé de qué se ríe si yo tengo mi rifle y esto es cosa de honor. Pero ni modo, de seguro ha de ser un político puesto que esos si nomás ven gente en la calle y ahí van a saludar tan hipócritas y platicadores, yo no sé por qué hacen eso, la verdad es que no es para nada gracioso que te ande saludando un desconocido y te acaricie la cara, ni que fuera siquiera tu tío o tu madrina. Hoy mi deber era cantarle a la patria, honrarla y unirme a la tropa, por eso traje mi fúsil con los colores de la bandera, pero mi mamá no lo permitió, solo dijo a modo de consuelo, ándale salúdalo, es el señor gobernador. Yo quería llorar, pero me dio pena, soy soldado y los soldados somos disciplinados y cumplimos las órdenes, aunque no nos gusten.