Óscar G. Chávez
Pronto aprendió la dirigente estatal del Partido Acción Nacional (PAN), Verónica Rodríguez, las mañas del dirigente priista Alejandro Moreno para pervertir reglamentos y militancia y poder perpetuarse en el cargo; lo que antes se criticaba ahora se imita. No debió resultarle complicado, es alumna aventajada del maestro Enrique Galindo; el mismo que se muestra indignado y hasta avergonzado de las triquiñuelas y marranadas que, acusa, se cometen al interior de su partido. Bien lo ha definido Sara Rocha.
Pero como Acción Nacional no es su partido nada obstaculiza el que pueda replicarlas a través de una tercera, agradecida, por cierto, porque fue el maestro quien caballeroso le mostró cómo sacudirse el yugo de Xavier Azuara y con la mayor delicadeza le ayudó a colocarse el que él le ofrecía. De simple empleada pasó a ser accionista.
Además, qué de malo hay en ayudar a una inocente dama en apuros; hasta un reconocimiento deberían de darle. Una suplencia senatorial no es suficiente, pero quizá algo se le pueda abonar ayudándole a apropiarse de un partido, en el que no milita pero sí lo apuntala y posiciona. Además, ese aspecto de monaguillo de parroquia pueblerina hace pensar a cualquiera que el alcalde es incapaz siquiera de mirar mal a algún semejante.
La cosa es más sencilla de lo que parece, pero más compleja que la interpretación de Reynalda con unas copas de más en un palenque. No es la simple reelección de la senadora Verónica Rodríguez en la dirigencia estatal del PAN lo que se disputa, es el control del partido en los próximos años, por dos personajes que ni siquiera son panistas, el multicitado maestro Enrique Galindo, alcalde de la capital, escoba de plata y comendador del aprendizaje, y el deslenguado empresario huasteco (ése que muchos todavía creen es el portaestandarte de Morena y que ha resultado tan echador y carente de propuestas como el propio gobernador) Gerardo Sánchez quien se encuentra apuntalando al agónico Xavier Azuara en un último intento por recuperar el harapo que representa su partido.
Esta rabiosa rebatinga ha llevado no sólo a corromper a algunos de los connotados consejeros estatales del partido, sino a generar discursos –más allá de a quién apoyen o quién esté tras ellos– mal articulados y carentes de sustento en los que se privilegia a los consejeros por encima de la militancia. ¿No es la militancia la que respalda a los consejeros?
Ahí tienen por ejemplo al tetradiputado Rubén Guajardo quien resultó otro dictadorzuelo, argumentando que la militancia no tendría por qué participar en las altas decisiones del partido, que para eso existen los consejeros. Aquí hay de dos: leyó las pragmáticas absolutistas del virrey marqués de Croix o estar tantos años sentado en una curul ya le afectó la capacidad de razonamiento. Siguiendo esa lógica, seguro aplicada en su desempeño como legislador, dirá que el electorado no tiene derechos, que para eso él lo representa. Y todo por no leer Tirano Banderas.
No causa sorpresa que esto ocurra en ese remedo de partido, tampoco el deterioro que ya se veía venir; las ratas siempre saben en qué momento abandonar el barco que hace agua y Marco Gama, Josefina Salazar y Sonia Mendoza habían puesto el ejemplo. Lo que sorprende es que personas con apariencias inocentes, decentes e idealistas, actúen como unos auténticos criminales, capaces de cualquier trapacería con tal de mantenerse en el poder. Y así se escandalizan en tribuna.
Miércoles 30 de octubre. A Consejo estatal, excluyendo a la militancia, la elección interna del PAN; 22 votos a favor(previo sobre con cargo al ayuntamiento de la capital), 10 votos en contra y una abstención (de algún guiñapo sin carácter ni compromiso). No sólo es cuestión de incentivosrepartidos, es la decadencia del partido al que ya hasta en bermudas llegan sus consejeros a las reuniones.
Al lado del maestro y bajo la protección de éste, seguro la senadora lleva todas las de ganar y logrará perpetuarse como quien allí la puso, pero no debería de echar en saco roto queéste, al igual que aquel, la puede bajar de la camioneta en cualquier camino de terracería. No aprenden ni escarmientan.
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