Primero fueron los Broncos del norte, luego el doctor Nava y Andrés Manuel López Obrador; encabezaron marchas para protestar por los fraudes electorales hacia el final de los ochenta y principios de los noventa, desde entonces esas formas de expresión cívica y política se instalaron en nuestra psique colectiva; para algunos son una molestia; para otros no sirven ni consiguen lo que en ellas se demanda, son una pérdida de tiempo; y para otros es una manera correcta de expresarse y de que se vea, oiga y sienta aquello que se quiere decir.
Yo estuve en la Marcha de la dignidad del Pueblo Potosino que encabezó el doctor Salvador Nava hacia la Ciudad de México para protestar por el fraude electoral en 1991, que logró su objetivo, pues al cabo de 13 días Fausto Zapata renunció.
También estuve en el Éxodo por la democracia que en 1992 emprendió desde Tabasco el licenciado Andrés Manuel López Obrador –ahí lo conocí– hoy dirigente nacional de MORENA, que reclamaba el fraude electoral que hizo gobernador de esa entidad a Roberto Madrazo; el Éxodo no logró su objetivo, pero consiguió algo más grande, que fue mostrar ante la Nación a López Obrador como un líder íntegro, decente e incorruptible.
Resonancia mundial tuvieron esas marchas, igual que las que pocos años antes emprendieron los líderes panistas de Chihuahua, a los que se les llamó los Broncos del norte, y que prohijaron el liderazgo del ingeniero don Manuel J. Clouthier, ese panista honrado y claridoso que junto con los ingenieros Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas y la admirable Rosario Ibarra de Piedra protagonizaron en 1988 la más grande escalada cívica nacional de todos los tiempos, también sin éxito electoral, pero con un resonante éxito social y político.
Desde entonces las marchas han ido devaluándose lentamente; a lo largo de estos últimos 25 años hemos marchado todos y por todo, al punto de que hoy no queremos ni siquiera movernos de nuestros asientos, vaya ya ni siquiera queremos mover el dedo para darle “like” al evento que promueve alguna marcha en las redes sociales.
¿Qué le pasa a la sociedad mexicana y a la potosina que permanece mayoritariamente impávida ante lo que nos está ocurriendo?
Seguro Usted que me lee, o sus padres si es un Millennian y por error o feliz casualidad me está leyendo, participó en alguno de los eventos que en 1991 cambiaron a San Luis Potosí cuando el Navismo tuvo su penúltima participación electoral.
Me dará razón cuando le cuente que en esas expresiones cívicas, fuera en un mitin, en una marcha, en un plantón, era un calor colectivo que nos abrazaba a todos los participantes, que nos movía una solidaridad y un hermanamiento que no se ven desde hace más de dos décadas.
Los participantes de las campañas electorales navistas se disputaban el honor de ir a pegar carteles o colgar estandartes; era una fiesta juvenil el ir a blanquear las bardas para después rotularlas con los motivos de la candidatura del doctor Nava, y los propietarios de las bardas e incluso fachadas de viviendas, se enojaban porque no iban a rotular sus propiedades.
Las calcomanías, playeras, llaveros, destapadores de refrescos –oh, sí, entonces los refrescos usaban corcholatas metálicas que requerían de una palanca especial para retirarlas y poder beberlos– y demás objetos promocionales no eran gratuitos, las personas pagaban por ellos para contribuir a los gastos, a veces pagaban mucho más de lo que realmente costaban esos pequeños objetos; se que aún los conservan como recuerdo de una lucha cívica librada en los tiempos remotos, y que con una nostalgia más encendida que la que hoy plasmo en estas líneas se los muestran a los que quieren verlos, y cada tanto platican con detalles y sonrisas esos tiempos de primavera democrática en San Luis.
Fueron muchas las expresiones cívicas que vivimos, algunas muy intensas, que confrontaron a las familias y enemistaron a muchas personas, pero al final, tras muchos años, el juicio colectivo parece unánime en el sentido de que fueron útiles y transformadoras, por varias razones ya indiscutibles:
Primero, que el liderazgo lo ejercía una persona íntegra, de conducta personal, familiar, social, profesional y política absolutamente intachable, cuyo mayor virtud era que efectivamente nunca perseguía un fin personal, sino a favor de San Luis Potosí; cierto, liderazgo ejercido con errores, pero exentas todas las decisiones de la mala fe que define a los políticos ordinarios. El doctor Nava nunca manipuló su liderazgo para hacerse de poder y con él aplastar a sus adversarios, a quien por cierto nunca despreció ni deseó mal, prueba de ello, su estimación por Fausto Zapata y su respeto a Gonzalo Martínez Corbalá.
Segundo, los fines no tenían partes ocultas, veladas o inconfesables, eran de una transparencia ingenua y por lo mismo desconcertante; los políticos no entendían de qué iba el movimiento porque pensaban en los términos en que ellos toman decisiones, que si un dirigente consigue que la gente lo apoye, es para que él tomara el poder. Los fines del gran movimiento cívico potosino es que nunca pretendió el poder, y cuando lo ejerció lo hizo de un modo inequívoco a favor del interés de todos, incluso protegiendo a quienes nunca estuvieron de acuerdo y lo defenestraban.
Tercero, los objetivos eran puntuales, realistas, transformadores y no sólo quejas; la gente apoyaba esas expresiones cívicas porque lo que en ellas se exigía era posible, necesario y útil; demandar lo imposible en una manifestación humana es para que el poder no ceda, es un duelo de vanidades y conduce siempre a un choque destructivo.
Cuarto, tras los triunfos cívicos nunca hubo un escarnio del adversario, quizás porque todos éramos potosinos, vecinos, compañeros, primos, hermanos, esposos, amigos. El triunfo de la gente era para volver a pactar los términos de nuestra relación social, y eso enriquecía a todas las fuerzas, incluidas las más conservadoras o contrarias al cambio.
¿Ya ve usted porque ahora no marchamos? Es eso, o abulia genuina y perfeccionada por el conformismo y la desilusión; también puede ser que ahora las despensas, los garrafones de agua y las trastes de cocina los regalan los “buenos”, y los “malos” sólo sonríen sin hacer nada. No esperemos otro liderazgo así como el de los noventa, es irrepetible. No marche, quédese donde está, ahí está bien, alimentando nostalgias.
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Leonel Serrato Sánchez
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