¿Por quién vas a votar?

Por Victoriano Martínez

Que todos los candidatos hayan dicho una y otra vez que este domingo se tiene que votar por ellos por representar la mejor opción es normal. Que todos, salvo escasísimas excepciones, se hayan dedicado a descalificar a los otros como fórmula para sembrar entre los ciudadanos el ánimo de reafirmar el voto por ellos y no por su oponente, fue un exceso.

La autoproclamación como la mejor opción sólo porque ellos lo dicen no es de fiar por naturaleza. La descalificación del contrincante tampoco, pero cuando menos los señalamientos que se hacen pueden ser tomados como indicios que el ciudadano puede valorar, intentar verificar por fuentes distintas, y sacar conclusiones que le ayuden a decidir su voto.

Si la decisión del voto se basara sólo en lo que dicen los candidatos a su favor y en contra del oponente, la conclusión sería que el Instituto Nacional Electoral y el Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana tendrían que sancionar y descalificar a todos por convocar a la ciudadanía a no votar.

¿Qué diferencia habría si en lugar de guerras de lodo, cada candidato reconociera públicamente las virtudes del oponente y de sus propuestas, y enseguida las contrastara con las propias para tratar de dar elementos al ciudadano para definir un voto informado, razonado y de calidad? Mucha.

Decir vota por mí sin dar razones para ello, los descarta. Descalificar a los otros como opciones para darles el voto es dejar al ciudadano sin alternativas, salvo la que –por respeto al derecho constitucional de votar y ser votado– prevalece en la boleta como recuadro para anotar a un candidato no registrado.

Un panorama para el elector que lo coloca en la mampara ante la boleta en la disyuntiva de seleccionar al menos peor, cual penitencia por haberse desentendido de los asuntos públicos y reafirmación de la sentencia de Platón de ser condenado a ser gobernado por los peores.

Nunca como en esta elección, la más grande de la historia, aplica la alegoría presentada por Platón en el libro sexto de La República o de lo Justo:

Imagínate, pues, al patrón de uno o de varios barcos, tal como voy a pintártelo: más grande y más robusto que todo el resto de la tripulación, pero algo gordo, corto de vista, y poco versado en arte de la navegación. Los marineros se disputan entre sí el gobernalle; cada uno de ellos pretende ser piloto, y sin poder decir con qué maestro ni en qué tiempo ha aprendido. Además, son suficientemente extravagantes para decir que no hay ciencia que no pueda aprenderse, y todos ellos están dispuestos a descuartizar a cualquiera que ose decir lo contrario. Imagínatelos, tras esto, en torno al patrón, acosándole, conjurándole, hostigándole para que les confíe el timón. Los que se ven excluidos, matan o arrojan al mar a los que han sido a ellos preferidos, embriagando luego al patrón, o adormeciéndole haciéndole beber mandrágora, o librándose de él en cualquier otra forma. Apoderándose entonces del barco, arrójanse sobre las provisiones, beben y comen en exceso, y conducen el barco como pueden conducirlo semejantes gentes. Además, consideran como hombre experto, como hábil marino, a todo el que puede ayudarles a conseguir, por la violencia o mediante la persuasión, la dirección del navío; desdeñan como inútil a todo el que no sabe lisonjear en esto sus deseos. Por otra parte, ignoran qué cosa sea un piloto, y que para serlo hay que tener exacto conocimiento de los tiempos, de las estaciones, del cielo, de los astros, de los vientos y de todo lo atañadero a aquel arte; y en cuanto a la ciencia de gobernar un barco con o sin oposición por parte de los tripulantes, creen que sea imposible unirla a la ciencia del timón. En los barcos en que tales cosas ocurren, ¿qué idea crees que haya del verdadero piloto? Los marineros, en la disposición de espíritu en que los supongo, ¿no lo tratarán de hombre inútil, de charlatán vano, que pierde el tiempo en contemplar los astros?

Este domingo habrá que elegir entre opciones que no presentan como alternativa alguna que sea el verdadero piloto, pero desde el conformismo democrático sólo queda aceptar que es lo que hay y asumir la obligación de participar en una elección como la contratación de empleados a los que estamos obligados a vigilar para que no se desvíen de las funciones que les corresponden.

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