Por Victoriano Martínez
Nunca unas precampañas habían arrancado con tal nivel de agresión al carácter ciudadano de los electores como las que comenzaron la semana pasada, por una desesperada voracidad por intentar atraer el voto desde ya, al grado de exhibir que para ellos su interés electorero está por encima de la salud de la población.
La noche del 10 de noviembre de este año tendrá que ser recordada como la de la confesión de las dirigencias, y en gran medida los militantes, de todos los partidos, de que su motivación está en acceder a los cargos públicos y medrar del erario, antes que propuestas diferenciadas para mejorar la administración pública con base en ideologías –su razón de ser.
Todos resultan ser la misma opción, pero no una opción de gobierno. Aun así, tienen el descaro de presentarse con distintas siglas que, la noche del martes, exhibieron que son meros membretes para atrincherar sus intereses personales y de grupo, cual gavillas al acecho de un botín.
Caracterizados por su actitud politiquera, sólo en el caso de MORENA hubo una reacción de la dirigencia y militancia local para rechazar a dos entes impresentables: el PVEM y el diputado federal Ricardo Gallardo Cardona, quien si no ha sido condenado no es porque no haya motivos, incluso acreditados en el amparo que lo liberó en 2015, sino porque ha prevalecido el pacto de impunidad.
Una actitud de indignación entre militantes de MORENA que podría ser la excepción que confirma la regla de que todos son iguales, pero que a la vez podría ser el surgimiento de una rebelión que podría generalizarse en el país como se dejó ver este domingo en la inconclusa sesión del Consejo Nacional de ese partido, con un primer acuerdo de que son los impresentables de aquí no van.
Con el reagrupamiento gavillero, las dirigencias partidistas le dieron prácticamente la puntilla a un sistema de partidos tan desacreditado, que sólo faltaba que, tan abiertamente como lo hicieron con las coaliciones inverosímiles, le dijeran a los ciudadanos que no importa por quién voten porque todos son exactamente iguales: herederos del ADN priísta del Siglo XX aferrados al poder.
Una primera agresión a la dignidad ciudadana que debería ser suficiente para evitar las ofensivas precampañas iniciadas y las campañas por venir. Tras esa primera agresión, tanto precampañas como campañas constituyen un verdadero acto de saña, cual si buscaran deleitarse con su vulgar burla sobre una población de electores que no está en condiciones de defenderse.
¿Por qué castigar a toda la población con unas costosas precampañas que se identifican con la advertencia “propaganda dirigida a los afiliados”, pero que al hacerse de manera masiva representa una burla adicional a quienes ni militan ni creen en los partidos?
Ni respetan el erario que derrochan en propaganda que sólo ellos necesitan pero que a nadie sirve. Ni respetan a la población a la que, a pesar de las circunstancias de alto riesgo sanitario provocadas por la pandemia, convocan a reuniones en las que la primera expulsada es la heroína emblemática de la protección contra el Covid-19: Susana Distancia.
El proceso electoral en curso no sólo exige que las autoridades electorales apoyen a la ciudadanía para que pueda discernir entre el galimatías de partidos que se dicen partidos y todas las opciones existentes para acudir a las urnas, sino también la intervención de las autoridades sanitarias para proteger a la población de precandidatos que de manera criminal convocan a reuniones masivas.
Nunca como ahora las precampañas, y más adelante las campañas, resultarán tan dañinas para la población, porque ahora, además de atentar contra la dignidad ciudadana y los valores de la democracia, constituyen un auténtico riesgo en la salud física de todos.