Mariana de Pablos
El cáncer de mama es una enfermedad que no solo hace latente la posibilidad de morir de las mujeres diagnosticadas, sino que, además, marca un antes y un después en su experiencia de vida de estas personas: el cansancio, la caída del cabello, cejas y pestañas y la posibilidad de perder una de sus mamas son cambios que no solo implican un desgaste físico y material del cuerpo, sino también emocional y simbólico al verse atravesados por una cuestión identitaria y de género: el ser mujer.
Entre la gran variedad de enfermedades y patologías que pueden afectar la salud de las personas, el cáncer ocupa un lugar especial. Este se instala en la realidad como una enfermedad temible dado que se le asocia con la muerte, el dolor y el sufrimiento. El cáncer de mama no es la excepción. A nivel mundial constituye una prioridad en salud, sin embargo, es en los países en vías de desarrollo que el cáncer de mama ha pasado a convertirse en un problema de salud pública grave.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México, durante 2020, el cáncer de mama fue la enfermedad más frecuente (15.3 por ciento) y la primera causa de muerte en mujeres, con un estimado de 29 mil 929 casos nuevos y 7 mil 931 muertes con una tasa de incidencia de 40.5 y de mortalidad de 10.6 por 100 mil. Esto se debe, por una parte, a que generalmente el diagnóstico se realiza en fases avanzadas como consecuencia de la falta de acceso a servicios de salud y a la poca sensibilización para la detección precoz.
De ahí que, durante el mes de octubre, fecha en la que se conmemora el Día internacional por la lucha contra el cáncer de mama, se hagan esfuerzos especiales dedicados al diseño de estrategias de difusión para la prevención y detección oportuna con base en la autoexploración y mastografía, con el fin de tener tratamientos más oportunos y efectivos.
Este es el enfoque con el que usualmente se hace referencia al cáncer de mama, sin embargo, junto a la posibilidad de morir hay también otras cuestiones que envuelven a este padecimiento y se relacionan con la forma en que afecta la vida de quienes lo sufren. Las mujeres diagnosticadas se enfrentan a un panorama totalmente nuevo y diferente, en donde hay miedo a la muerte y al tratamiento, así como preocupación ante la posibilidad de perder su cabello, cejas, pestañas y, especialmente, una de sus mamas.
Es decir que es a través de sus cuerpos que las mujeres viven la enfermedad. Se convierten en testigos y protagonistas de la transformación de un cuerpo que poco a poco deja de ser el de antes, lo cual impacta directamente en las representaciones que estas mujeres tienen de sí mismas, de su identidad y de la forma en que viven un género.
La licenciada en psicología y maestra en Derechos Humanos, Guadalupe Ferretiz, explica que incluso desde antes de nacer, nos es determinado el rumbo del proceso de construcción de nuestra identidad a partir de la asignación de un género que se vive de forma distinta dependiendo del contexto socio cultural en el que nos desarrollamos, pero que tiene en común “este moldeamiento social”. Es decir que “en todo momento se está mandando información de quién eres como sujeto, de la corporalidad que debes tener”.
Entonces, explica Yustin Isabel León Zepeda, autora de la investigación “Un acercamiento a la sexualidad de mujeres que padecieron cáncer de mama” (2018), el que las mujeres pierdan el cabello, no tengan energía, bajen o aumenten de peso, así como que carezcan de uno o ambos senos, las hace sentir que no corresponden con esa corporalidad femenina, con la forma física que debe tener cualquier “mujer”.
De esta forma, las mujeres se enfrentan a un constante desgaste emocional que empieza desde el momento en que perciben que deben hacer algo más para encajar: cómo jugar, cómo vestir, cómo hablar y cómo “deben” ser sus cuerpos para considerarse femeninos. En este sentido, ¿qué pasa con las mujeres que no pueden lograr esos estándares? La doctora Ferretiz responde, “pues deprime, genera ansiedad, hay estrés, hay culpa, una culpa que lleva de la mano la angustia de no poder ser eso que se me pide que sea”.
Alejandra Arias, artista, fotógrafa y escritora que actualmente radica en la Ciudad de México, cuenta que luego de que a una de sus amigas más cercanas le fuera diagnosticado cáncer de mama, es que inició un proceso de acercamiento y sensibilización con esta problemática. De esta forma fue que surgió el proyecto fotográfico titulado “Survive”, a través del cual retrató el sentir y la vivencia de 30 mujeres de entre 20 y 75 años de edad que son apoyadas por la fundación CIMA.
Alejandra relata que lo que le causó mayor impresión fue el proceso de aceptación por el que la mayoría de estas mujeres han pasado: “Varias me platicaron que cuando te diagnostican hay muchas cosas en tu mente, quedarte pelona es una de ellas, fuera de la potencial muerte claro, y que te vayan a operar”.
“Y como que al principio están mucho con esas dudas de ‘¿cómo le puedo hacer para aferrarme a mi pelo?’ o ‘que me operen de tal manera, pero que me pongan un implante luego luego’. Y ya que pasan por la quimio y por la terapia psicológica que lleva este proceso todas, o la gran mayoría, es como ‘ya no me importa estar pelona, no me importa tener una cicatriz, no me importa tener implantes, o sea estoy viva’, y sí es como revalorizar la vida entera”.
Llegar a este punto de paz y de “tolerancia ante la frustración”, como se refirió Alejandra, es producto de un proceso complejo de reconciliación con la enfermedad y de “hacer las paces” con este “nuevo” cuerpo. La maestra en psicología social y acompañante a personas en situación de vulnerabilidad y mujeres en entornos de violencia por razones de género, Fabiola Espinosa, señala que la búsqueda de la autodefinición es una herramienta que puede ser útil precisamente para llevar a cabo estos procesos de reencuentro consigo mismas.
Especialmente en el caso de las mujeres “porque es algo que nos permite expresar el poder de nuestro conocimiento y experiencia y nos ayuda a desarrollar fuerzas que desafíen las estructuras que muchas veces lo que hacen es objetivizar el cuerpo de la mujer como objeto de consumo”.
Si bien se trata de un proceso que puede despertar miedos o preocupaciones dado que se enfrentan a la interrogante “¿qué hay más allá de aquello que me dicen que soy o que debo ser?”, Fabiola señala que el autoestudio y la valoración de nuestras vidas también es un viaje que puede ser muy fructífero y también puede ayudar a fortalecer un “yo” más profundo, lejos de estereotipos y asignaciones de género.
Por su parte, Guadalupe reflexiona acerca de esta primera forma en que las mujeres se enfrentan a la enfermedad y señala que estas imágenes, representaciones y asignaciones de género sobre el cuerpo de las mujeres están tan interiorizadas que en un primer momento cuando hablan de enfermedad, de las primeras cosas a las que se intentan aferrar es a una imagen que las da identidad en el mundo social.
De ahí que haga un llamado a la sociedad a reflexionar sobre cómo cuando se habla del cáncer de mama o “incluso viene la idea a nuestra cabeza”, priman otras cosas que no son la salud. Señala que es necesario hacer conciencia de que esto es resultado de un sistema que exige que las mujeres se preocupen más por aquello que les dijeron que significa ser mujer, lo que significa el cuerpo, el pelo, la apariencia porque de lo contrario “no encajan y hay miedo a ser juzgado, a ser excluido”.
“Y creo que implica deconstruir esa idea de mujer que tenemos. Es decir, la única manera de hacerlo por lo menos desde las mujeres es esa reconstrucción constante y fortalecimiento de su identidad y de quienes son. Eso desde lo individual, y desde lo social, pues seguir en la lucha de resignificar y de dejar de cosificar el cuerpo de las mujeres y de romper con esos estereotipos, con eso que se espera que seamos. Creo que es una lucha constante por no seguir objetivizando y no desdibujar la vivencia y la disidencia en las mujeres”.