Ciudad de México (01 de septiembre de 2016).- El presidente Michel Temer asumió hoy las riendas de Brasil tras la destitución de Dilma Rousseff mediante un juicio político, sin que ello garantice que el país superará una de sus peores crisis político-económicas.
En una jornada histórica, el Senado brasileño destituyó a Rousseff en un juicio político (impeachment) por 61 votos contra 20, pero en una segunda votación, rechazó inhabilitar a la exmandataria para cargos públicos durante 8 años.
El resultado, anticipado por analistas y politólogos, pone fin de forma prematura y abrupta al segundo mandato de Rousseff, iniciado en enero de 2015, y a 13 años de hegemonía del Partido de los Trabajadores (PT), que ya anunció que será un férreo opositor a Temer.
Aunque los cargos contra Rousseff están relacionados con el manejo de las cuentas públicas en 2015, considerado por la mayoría de senadores como inconstitucional, su destitución está sobre todo vinculada a la recesión económica, el descontento social por la corrupción y la incapacidad para tejer alianzas en el Legislativo.
Menos de tres horas después de la destitución de Rousseff, Temer, quien ejercía la Presidencia interina desde el 12 de mayo pasado, prestó juramento y se convirtió en el nuevo jefe de Estado hasta diciembre de 2018. A su llegada al plenario del Senado, donde se celebró la ceremonia, Temer estuvo arropado por partidos y líderes políticos aliados.
Temer, quien viajó este mismo día a China para participar en la Cumbre del Grupo de los 20 (G-20), dijo en su primera alocución como mandatario que la prioridad será la lucha contra la desocupación, en un país con casi 12 millones de desempleados.
Sin embargo, su mandato será cualquier cosa excepto un camino de rosas, no sólo por la difícil situación económica de un país con casi 12 millones de desempleados, sino también por la ausencia de un aval en las urnas, y las implicaciones de la Operación Lava Jato.
“Habrá contra ellos la mayor oposición determinada que un gobierno golpista jamás tuvo”, dijo Rousseff, en un breve y durísimo discurso pronunciado tras ser destituida.
“Van a capturar las instituciones para ponerlas al servicio del neoliberalismo”, sostuvo la exmandataria, quien aseguró que el “golpe” en su contra fue “racista, misógino, homofóbico”, y anticipó que se “va a atacar cualquier organización progresista” en el país.
Repudio y diplomacia.
La destitución de Dilma Rousseff en Brasil generó distintas reacciones entre sus vecinos sudamericanos: desde el congelamiento de relaciones anunciada por el Gobierno socialista de Venezuela, el retiro del máximo representante ecuatoriano en Brasilia, hasta el “respeto” expresado por el gobierno de centroderecha de Argentina.
Venezuela “ha decidido retirar definitivamente a su embajador” en Brasil, Alberto Castellar, “y congelar las relaciones políticas y diplomáticas con el gobierno surgido de este golpe parlamentario”, anunció la cancillería venezolana en un comunicado.
El presidente Nicolás Maduro, que en mayo llamó a consultas a su embajador en Brasil, condenó en la red social Twitter lo que calificó como “el Golpe Oligárquico de la derecha”.
Ecuador, otro aliado de Rousseff y de su antecesor en el cargo, Luiz Inácio Lula da Silva, retiró a su encargado de negocios, Santiago Javier Chávez Pareja, que hasta ahora era su máximo representante diplomático en Brasilia.
Por su parte, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), formada por Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, condenó el “golpe de Estado parlamentario” en Brasil, que demuestra “que las fuerzas regresivas del hemisferio siguen trabajando con el objetivo de desestabilizar y provocar golpes de Estado en contra de los gobiernos progresistas de la región”.
En una postura más moderada, el gobierno argentino de Mauricio Macri, destacó que “respeta” la decisión del Senado de Brasil de destituir a Rousseff y en el mismo sentido se pronunció el Gobierno de Chile.
Fuente: Zócalo.