Martín Faz Mora
Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo mártir de El Salvador, asesinado en 1980 por un escuadrón de la muerte dirigido por los oligarcas salvadoreños -católicos, desde luego-, que intentaban sofocar las luchas populares en ascenso hacia finales de los años setentas e inicio de los ochentas, ha sido canonizado conforme a los rituales y la fe del catolicismo, el pasado domingo 14 de octubre del 2018.
Su “causa”, como en la jerga católica se conoce al proceso de canonización, fue acelerada con la llegada al papado del primer latinoamericano, Jorge Bergoglio, mejor conocido por su nombre pontificio: Francisco.
El conservador binomio papal previo de Wojtyla y Ratzinger lo mantuvieron, por así decirlo, bajo el tapete y detenido el proceso pues la figura de Romero era lo contrario al modelo de iglesia por ellos impulsada: una Iglesia centralizada y poderosa capaz de tratar de iguales, al tú por tú, a los poderosos para influenciar en temas de políticas públicas conforme a una visión ética conservadora en materia de matrimonio, salud sexual y reproductiva, como temas prioritarios y hasta obsesivos.
Francisco destrabó e impulsó el proceso para colocar a Romero como un ejemplo de vida para el catolicismo, pues tal es el objetivo final de una “canonización”.
Monseñor Romero, un tradicional sacerdote conservador de la época, al entrar en contacto con la pobreza, la represión y el sufrimiento del pueblo salvadoreño, modifica su forma de vida y su trabajo pastoral para asumir un papel profético de defensa de su pueblo y de lucha contra la opresión. De a poco, la oligarquía salvadoreña y hasta sus propios hermanos obispos de El Salvador, le abandonan. No irían siquiera a su entierro con una sola excepción.
Corrían los años setenta, la oligarquía salvadoreña al amparo de la hegemonía norteamericana y la doctrina de la seguridad nacional contra el avance del comunismo, volvía más férreo su control y explotación sobre el país más pequeño y pobre del continente, el pulgarcito de América. Los sectores populares pretendían organizarse para su defensa y la represión aumentaba exponencialmente. Escuadrones de la muerte organizados conjuntamente por terratenientes, empresarios y militares asesinaban con crueldad a líderes campesinos, obreros y estudiantiles, la represión se intensificaba afectando también a sacerdotes, agentes pastorales y catequistas de la Iglesia católica comprometidos con los sectores empobrecidos. La lucha armada, mediante la guerrilla, comenzaba a gestarse.
Esa lacerante realidad y su contacto con ella cambió, convirtió -en un sentido genuinamente religioso-, a Oscar Arnulfo Romero.
Su proceso de conversión es un caso paradigmático de la transformación de una iglesia anclada en la cercanía a los poderes políticos y económicos, desde donde ejerce influencia y se beneficia, hacia una iglesia con una opción preferencial por los pobres, para decirlo en términos del discurso eclesialmente correcto.
Paradójicamente, Monseñor Romero, había sido nombrado Obispo y luego Arzobispo con la abierta complacencia de los sectores conservadores de la oligarquía salvadoreña por considerarlo uno de los suyos, como lo había demostrado probadamente en el ejercicio de su ministerio sacerdotal previo y al frente de la Secretaría de la Conferencia Episcopal Salvadoreña donde criticaba abiertamente a la, entonces influyente, Teología de la Liberación tachándola de “sociología marxistoide”, regañando y riñendo a sacerdotes y agentes pastorales que la impulsaban y que en el contexto de una sociedad empobrecida, explotada y reprimida, no eran pocos ni pocas. Un grupo de curas progresistas hasta elaboró una carta pública protestando su nombramiento por conservador.
Pero Monseñor Romero escuchó, como lo dijo en su última homilía en la Catedral un día antes de su asesinato previamente planeado, “el clamor de su pueblo que sube hasta mí y he visto su opresión” (Ex. 3, 7 y 9). Así, en la homilía dominical del 23 de abril de 1980 radiada a todo el país, había conminado a los integrantes de base del ejército, las policías y los cuerpos de seguridad a desobedecer las órdenes de sus superiores para reprimir y asesinar a la población civil: “…Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado…En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”. (Se puede escuchar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=KLwISDNVQHE )
La derecha civil, empresarial y militar que ahogaba en sangre al pueblo salvadoreño resolvió acelerar los planes para asesinarle, hartas del mensaje y la valiente denuncia que Monseñor Romero encabezaba.
Previo a su canonización, buena parte del pueblo pobre salvadoreño y muchos católicos latinoamericanos y de todo el orbe, llamábamos cariñosamente a Oscar Arnulfo Romero como “San Romero de América”. Le habíamos canonizado sin necesidad del proceso vaticano, hoy se oficializa.
Twitter: @MartinFazMora
http://martinfazmora.wixsite.com/misitio