Segunda Guerra Mundial: Vestigios escalofriantes

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Por: Diana López.

 

La Segunda Guerra Mundial fue sin duda, uno de los acontecimientos que pusieron al mundo a temblar. Las diversas torturas que ejercían los nazis en sus enemigos y prisioneros durante su desarrollo es algo que pareciera sacado de una película de terror.

Los testigos y vestigios que quedaron de ella, confirman el trato inhumano y el sufrimiento que muchas personas sufrieron a manos llenas de odio e inhumanidad.

 

 

Quizá el Diario de Ana Frank sea el libro más conocido que retrata la vida de una adolescente que junto con su familia, buscan resguardarse de ser encontrados por cometer el delito de ser judíos. Narra la perspectiva de una niña-adolescente ante la vida y la situación que le tocó experimentar a su corta edad. Lamentablemente, Ana, su familia y el resto de las personas que se escondían fueron delatados y entregados; se les envió a los campos de concentración donde Ana murió sólo unos meses antes de la liberación a la edad de 15 años. Su padre fue el único sobreviviente que regresó de los campos de concentración y al descubrir la pulcra escritura de su hija, decidió publicar su diario.

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Otro escrito conocido es el de Olga Lengyel, quien escribió “Los Hornos de Hitler”. Este libro es más vívido y cruel que el redactado por Ana Frank, pues la mujer vivió en carne propia la experiencia de padecer en un campo de concentración, amenazada y expuesta a la muerte en varias ocasiones. Sufrió el dolor de perder a su esposo, su padre e hijos, siendo la única sobreviviente de esa familia, lo que le dio el valor de retratar los horrores que los prisioneros tenían que pasar durante su estancia en los campos de concentración. Fungió como enfermera y asistente de varios mandos de dicho campo, donde fue testigo principal de las torturas que los nazis aplicaban a los prisioneros, donde eran humillados y asesinados de formas horribles.

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Terribles experimentos sin fundamento también quedan como registro de una guerra mundial devastadora y sangrienta. Desde aquellos que eran de corte químico, biológico y militares, llegaban también a ser realizados sólo por la simple satisfacción y capricho de las extravagancias más crueles de la historia, cuyos conejillos de indias eran niños, adolescentes, mujeres embarazadas, hombres y ancianos por igual…

Un ejemplo (de miles) es el caso de las cabezas pisapapeles que algunos generales nazis llegaron a utilizar…

El médico que realizaba esta práctica era Aribert Heim, quien mayormente experimentaba probando diversos venenos en judíos prisioneros, pero cuyos caprichos eran aún más infames. En una oportunidad, escogió dos jóvenes judíos de 18 y 20 años, seleccionados debido a sus dentaduras bien definidas. Les practicó apendicetomías innecesarias y los dejó morir lentamente. Luego cortó sus cabezas y las hirvió. Una de ellas la regaló como trofeo a un colega y de la otra, extrajo el cráneo, que limpió y pulió para utilizarlo de pisapapeles en su escritorio, junto a una lámpara adornada con la piel tatuada de otro judío asesinado por él mismo.

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Una variante de este terrorífico experimento, consistía en decapitar a la persona, cortar la piel de su cabeza y extraer el cráneo, luego volver a cocer la piel para que volviera a tener su forma; con el tiempo, la piel se resecaba y se encogía, y era utilizada igualmente como elemento decorativo.

 

Mucho se puede decir de la Segunda Guerra Mundial. Sus horrores quedaron marcados para siempre en la historia de la humanidad. Y sus escritos, fotografías, videos y registros deben servir a nuestra población para evitar a toda costa que un episodio así se vuelva a repetir… ¿O es que necesitamos más pruebas?

 

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