Rio de Janeiro, Brasil (26 de julio de 2016).- El día de Celmo Mantovani parece todavía idílico a las 5:30 de la mañana, cuando el pescador brasileño se asoma al mar frente a Río de Janeiro, con la silueta de la famosa montaña Pan de Azúcar en el horizonte.
Pero la pesadilla para Mantovani y los dos colegas que lo acompañan empieza un poco después, cuando su bote, el viejo El Shanday, ya se ha adentrado en el mar para la faena del día, a pocas semanas del inicio de los Juegos Olímpicos de Río (5 al 21 de agosto).
Los trabajadores de la Colonia de Pescadores Z13, quizá los últimos que pescan en la bahía de Copacabana, son prácticamente invisibles para los turistas que visitan las playas de Río. La Colonia, pegada al Fuerte de Copacabana, es con unas cinco casas austeras posiblemente una de las más pequeñas favelas de la ciudad.
La pesca del día se reparte siempre entre cuatro: dos partes para Celmo como propietario del bote y las otras dos para Bernardito Perreira Reis, de 55 años, y Marcos Ferreiro, de 40.
“Tenemos a los políticos más corruptos del mundo, todos ladrones”, dice Celmo, cuando su bote de motor traquetea ya por las aguas de la bahía. Si bien incluye en su crítica a la presidenta, la suspendida Dilma Rousseff, peor parado sale el actual mandatario interino, Michel Temer: “Ése es peor que ella”, concluye.
Desde su primera parada en el mar se puede distinguir en tierra el Hotel Hilton, entre los edificios de la costa de Copacabana. En el agua flota un trozo de corcho blanco, la señal de que los pescadores tienen ahí una de sus dos redes, de unos 500 metros de largo y tres metros de ancho.
La suben entre los tres, sólo para constatar la primera mala noticia: está casi vacía. O no, si se tienen en cuenta las bolsas de plástico, la basura que abunda en las aguas alrededor de Río de Janeiro.
La pesca “es cada vez menor”, constata Celmo. El mar es su lugar de trabajo desde hace 26 años, con lo que gana mantiene a su esposa y a sus dos hijos. Si la cosa marcha bien, puede llegar a ganar hasta cerca de 900 reales (unos 270 dólares).
Pero estos días no son buenos. La red está esta vez incluso rasgada en varias partes. “Fue otra vez uno de los barcos grandes”, explica.
La crisis financiera también ha afectado al estado de Río de Janeiro, que depende en gran parte de los ingresos del petróleo.
Debido a la falta de ingresos, no hay nadie que controle a los grandes buques pesqueros, que faenan casi en la misma costa, pese a que oficialmente no pueden acercarse a menos de 1.5 millas marítimas a tierra.
“Hace unos días perdí aquí mi mejor red”, se queja Celmo. Los pescadores de Copacabana se respetan en cambio mutuamente, asegura: “Nos repartimos la costa”.
Celmo cree que la situación empeorará incluso después de los Juegos, ya que Río se quedará sin fondos para la policía y la guardia costera, debido a los altos costos del evento.
Sin embargo, lo que más le molesta son las prohibiciones vinculadas al torneo olímpico: “Durante los Juegos no podemos salir a pescar”, reclama. Tampoco hay nada previsto como indemnización, agrega.
En la red aparecen después de diez minutos los primeros peces. Al final son sólo cuatro piezas. El Shaday sigue después su camino hacia la segunda parada.
Muy cerca faena un pesquero con bandera de Brasil, más de una decena de trabajadores recogen la inmensa red industrial del Temperança 1. Celmo y sus colegas hacen lo mismo con la suya.
La red de los pescadores artesanales se atasca de repente y sacude al pequeño bote, que se inclina peligrosamente hacia un costado. Se ha enganchado con las inmensas mallas del pesquero, cargadas de peces.
Celmo se acerca con su bote de motor al pesquero, pero los tripulantes del Temperança 1 lo ignoran. “Aquí sólo rige ya la ley del más fuerte”, lamenta.
Los tres pescadores sólo pueden recoger del todo su red cuando el pesquero termina de faenar y se aleja.
Pero la red, que le costó a Celmo entre mil 500 y dos mil reales (de 450 a 600 dólares), está totalmente rasgada. “Nos la tienen que pagar”, reclama el pescador, ofuscado, y decide seguir al barco.
El patrón del Temperança 1 accede finalmente a indemnizarlo, quizá porque ve a los reporteros en el bote. El pesquero vuelca después tres enormes cestos con pesca fresca en la pequeña embarcación.
No se trata del mejor tipo de pescado, constata después Celmo. Es bastante (“seguro unos 200 kilos”) pero se vende sólo a 5 reales el kilo. No alcanzará para la nueva red, aunque es mejor que nada.
También los pescadores de Copacabana pueden ser vistos como un símbolo de la crisis brasileña.
Fuente: La Jornada.