Texto y fotografías de María Ruiz
Ahí en su mirada acrisolada, las cientos de mujeres parecían disfrutar del “desorden” y la belleza vindicta que el 8 de marzo trae consigo.
Desde el Barrio de Tlaxcala, un espacio que no conoce la tibieza, sino el consagrado olvido en el que muchas mujeres de la periferia han sido reprimidas, llegaron 14 mil mujeres a tomar los espacios.
En un San Luis Potosí que se ha convertido en un lugar de mujeres insumisas y quienes este Día Internacional de la Mujer se reunieron en más de 14 contingentes para exigir una vez más un alto a la violencia.
Mujeres que buscan acabar con los míseros retratos que han creado sobre ellas, para reescribir su historia, una donde la memoria de su lucha se haga manifiesto y se convierta en rebeldía para otras.
En la hora espejo de las 17:17, la avenida Eje Vial se inundó de consignas de hartazgo y pasos que desde hace mucho tiempo ya no se resignan a las injusticias. La marcha había comenzado.
Los rostros no eran los de siempre y tampoco aquellos rastros de despojos. Eran brujas. Un hervidero de conciencias, de virtudes y facultades humanas, que estaban ahí para exigirle al Estado patriarcal que reconozca sus derechos, pero sobre todo que asuman sus responsabilidades.
A la cabeza del contingente, las víctimas. Con el dolor a cuestas, pero también con una correspondencia de lo que somos y vivimos: feminicidios, abusos, violaciones, explotación, discriminación y desigualdad.
Porque las mujeres se han convertido en un alimento para las fieras, en pedazos de carne, en objetos de dolor. Porque todos los días las instituciones de justicia las observan y prefieren quemarlas en la hoguera.
Es por eso que al unísono grito de “Ya Basta”, caminaron con dirección a la Fiscalía General del Estado (FGE) para revelar el horror que es vivir en la injusticia, en la futilidad, en la desgracia.
Aquel lugar se convirtió en un sitio de reclamos. De pie y con el sol de frente se encontraba Amada Luna Torres, la madre buscadora de Zahily Guadalupe Luna Luna, de 21 años de edad, quien está desaparecida desde el 6 de septiembre de 2021.
Ella, una madre sola, fue la vértebra y protagonista de un discurso en el cual se encargó de ser la voz de su hija. Una joven de la que saben ya no volverá, pues pese a que hay tres detenidos por este hecho, la culpable de su desaparición y muerte no le ha querido dar tregua ni descanso a una mujer que necesita reencontrarse con su hija.
También se escucharon los crímenes de una guerra feminicida que hace más evidente su crueldad y su sadismo; la tortura y las violencias que hoy y siempre han lastimado a las infancias. Como la historia de Karen Lizbeth Mata, una niña que fue dominada por la brutalidad de los hombres que creen que tienen derecho a tomar sus cuerpos, a quitarles la vida. Una historia que confirmó la verdad de estos crímenes, que ellos odian a las mujeres.
Fue ahí que la rabia no pudo ser más contenida y el humo de los aerosoles tapizaron la Fiscalía. Hubo desorden. Omar, José, Alejandro y algunos otros nombres de varios perpetradores fueron imprimados en el suelo. Agresores y también villanos.
La marcha siguió su rumbo y en medio del crepúsculo, llegaron a Palacio Municipal. Se quebraron vidrios, se rompieron las puertas, se pintó la fachada con la voz cansada de las mujeres.
Seres humanas que han sido sujetas al exterminio social. Trabajadoras que expusieron como la administración no es del todo confiable, porque desde adentro también se suprime a las mujeres.
Como una ola rebelde a la luz de la luna, las mujeres volcaron su atención en la Iglesia. Un poder ajeno a sus cambios y necesidades. Un espacio repleto de costumbres que enseña a las multitudes a soportar las injusticias, que devalúan el culto, que criminaliza a la mujer por el simple hecho de serlo.
Entonces los contingentes hicieron un llamado a pensar en las mujeres y su toma de decisiones. A maternar de manera deseada y exhortaron al Congreso del Estado a legislar para que las mujeres puedan acceder a la práctica de la interrupción legal del embarazo. Una deuda histórica que se tiene para que ellas puedan gobernar su propio cuerpo.
Continuaron su camino a Palacio de Gobierno. Las vallas y los gases fueron insuficientes y el bloque negro dejó su marca y se le fue el aliento. Mujeres degradadas y destruidas por un estado feminicida.
“Estamos siendo replegadas”, se escuchó en un manifiesto de ira, con el que también exhibieron cómo las autoridades les han arrebatado los derechos humanos que han conquistado.
Porque “dentro de un sistema genocida es imposible alcanzar la dignidad para todas; hoy, más que nunca, los feminismos son necesarias en la defensa de la vida y la libertad”.
Una postura que todo lo transforma, porque las mujeres siempre han sido agentes de cambio. Porque San Luis Potosí se ha convertido en un territorio de resistencia y de muerte para ellas, todos los días.
Minutos más tarde, los contingentes se abalanzaron al Edificio Central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Todo se salió de control. Ellas ya no querían ser más las víctimas, se convirtieron en hacedoras de justicia.
La máxima casa de estudios se convirtió en una maquila del poder patriarcal desde la academia, donde también se estructuran grandes violencias. Un espacio inagotable de conflicto.
Las mujeres estaban hartas. Hubo pintas y fuego que se transformaron en una imagen demoledora que reveló que a las autoridades escolares no les interesa la dignidad mutilada de sus alumnas.
La intervención duró más de una hora, se agotaron las respuestas. Y en medio del estruendo de algunas explosiones mocrofísicas, las asistentes se fueron desplegando.
Estaban cansadas del silencio, del vejamen. Los gritos, los siseos y los vocablos dejaron de escucharse. Con su mirada y voz como testigo se retiraron, para culminar esta marcha que una vez más se aferró a la exigencia de justicia.