Este trabajo fue acreedor a una mención honorífica en la categoría de Crónica Deportiva del Premio Estatal de Periodismo 2023.
Joel Hernández Vázquez
A Guadalupe «Bronco» Rosales lo conocí una década atrás. De vez en cuando coincidíamos, entrenando, en el gimnasio municipal «16 de septiembre», bajo la mirada del gran «Lola» Jiménez, entrenador de leyenda, de quien después escribiré.
¡Quiubo campeón!, ¡Quiubo licenciao!
Lupe tiene, así de primeras, un rostro que pudiera resemblar un villano formidable. Una tanda de cicatrices en las cejas, una nariz que ha sabido de derechazos y una peculiar manera de transformarse inexpresivo. Parco de plática. Después, como sucede con la mayoría de los boxeadores que conozco; aparece una sonrisa que ilumina la cara, viene el chanceo, la broma, el albur. Son personajes contrastantes, después de todo; se ganan la vida a golpes. El boxeo es el único deporte que no se juega; es la vida entre los leones.
Nació en Charcas, San Luis Potosí. Lo entrevisté hace unos meses en «Round 6 Boxing»; el mítico gimnasio del Sabritas Loredo en el Barrio de San Sebastián. Me pidió esperarlo para terminar su sesión de sparring. Lo vi guantear ocho episodios duros. Le conté entre cien y ciento setenta golpes tirados por round. Latigazos que doblan costillas; rebota el cuerpo contra las cuerdas para regresar con vuelo el chicotazo, después; eludir contraataque, paso lateral, cambio de ángulo, finta y regresa el martillazo a mano cambiada.
Cálculo de tiempo y distancia en fracciones de segundo.
Empezó a los 11 años. El apodo de Bronco es herencia de su abuelo a quien apodaban igual. Lupe formó parte del Ejercito Mexicano; comisionado al Comité Olímpico Nacional. Años después, en el calor de una discusión de una cena familiar, en el cliché de los terrenos de alguna herencia, sopló el viento de la riña. La fuerza de Lupe no tuvo medida.
Conoció el encarcelamiento.
En el penal de «La Pila», en San Luis Potosí, fue tratado como ídolo; respetado y protegido por presos de otros niveles. Los ídolos no se tocan con las mismas reglas de los mortales. Tv Azteca gestionó un permiso especial para que saliera por unas horas a enfrentar un combate de revancha en Torreón. Su foto esposado (en el pesaje) dio la vuelta al mundo.
Bronco Rosales mudó su residencia a Nueva York y pisó arenas de todo Estados Unidos, importantes victorias lo llegaron a colocar como el ranqueado número tres del mundo; solamente por debajo de Erik «Terrible» Morales y Marco Antonio Barrera. Se vio obligado a regresar a México por complicaciones de su situación migratoria. Para el campeón en ascenso, nuevamente operarían otras reglas; el afamado promotor internacional Bob Arum de Top Rank gestionó ante la embajada norteamericana el visaje para que Lupe regresara a NY y enfrentara otra estrella ascendiente:
Emmanuel «Manny» Pacquiao por una bolsa de $450 mil dólares.
Se gestaron algunas peleas de preparación previas al combate. El destino serpenteó. Situaciones en las vidas de ambos peleadores hicieron que se pospusiera la pelea.
La vida es la ruleta en la que apostamos todos.
Bronco Rosales regresó a México. El legendario entrenador Ignacio «Nacho» Beristáin lo invitó para integrarse como sparring partner, exclusivo, de Juan Manuel «Dinamita» Márquez en sus combates ante Juan Díaz y Mike Alvarado. Con Márquez hacía hasta 12 rounds en fines de semana. En círculos boxísticos se supo que Lupe le había metido las manos, severamente, al campeón. Al grado de lastimarlo en varias ocasiones.
El respeto era muto.
Lupe me lo contó con cierta modestia, inclusive como maquillando la cosa. Eso sí, cuenta que los asistentes se quedaban «cabras» viendo las sesiones y le pedían fotos al finalizar. «Boxear a Márquez se debe hacer cabeceando», me dice haciendo un movimiento ilustrativo, con el estilo hipnotizante de Julio César Chávez, pegadito, para no permitirle contragolpe». Las vueltas que da la vida; años después, Lupe continuó siendo sparring estelar de JuanMa Márquez en las peleas contra Pacquiao. La pelea final, en la que el mexicano fulmina al filipino, la vio por televisión. Cuenta que él sabía que venía ese preciso golpe. «Cómo no iba a saberlo, si yo se lo tenía bien medido». Me guiña el ojo.
Hoy en día, Bronco Rosales disfruta de la vida sencilla y piensa que aún quedan peleas dentro de él. «Soy feliz entre los aparatos, el golpeteo de las peras, la chicharra que anuncia los “rauns”, los aviones, la planeación de las peleas y las fotos con la gente. Para esto nací».
Febrero, 2023.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es abogado, director de Estudio #103, una firma enfocada a la consultoría y litigio en procesos laborales y migratorios. Le ha dedicado 18 años al ejercicio de su profesión en el ámbito privado. En su trabajo destaca la promoción de litigios constitucionales en contra de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí debido a la prohibición de cursar una segunda licenciatura; así como el cobro de cuotas de inscripción. Representó a un grupo de internas en la conducción de la primera demanda laboral relativa a un esquema de esclavitud análoga en contra de una empresa maquiladora dentro del penal de San Luis Potosí.