Joel Hernández Vázquez
Lo que ahora escribo, es la verdad. Juro que es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Esto que cuento, de una vez por todas, es lo que pasó con «Le Choix» [se pronuncia “Lu shua” -La Elección-]; la tienda fantasma de Plaza Tangamanga. Son ocho párrafos, cada uno tiene el link a la música, en el minuto y segundo, que sirve de soundtrack a las escenas. Algunas cuestiones fueron dramatizadas para efectos narrativos. Sé que ahora sé demasiado. Si esta columna no vuelve a aparecer; a mí también me marchitará el olvido.
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[You Know I’m No Good. Amy Winehouse].
1. Un par de días después de que se publicó la primera entrega de esta serie, salí de la redacción y caminé a mi estudio en el Centro Histórico. Despistado, con papeles y libros en las manos, alguien me salió, de golpe, al encuentro. Con todo aquel papelerío en el piso, recuperé los lentes a tientas y me alisté para el combate, a lo Sherlock Holmes cuando llegaba a las manos. La voz de una mujer me sonrió. «Me llamo Flor». Confundido volví a enfocar la mirada, pero Flor, se había esfumado en el gentío de la tarde noche en la calle de Zaragoza.
[Hava Nagila. Snatch Ost]
2. Más tarde llegué a mi departamento. Fastidiado, dejé las cosas en el escritorio. Antes de colgar el saco de mi traje negro, revisé las bolsas. Una tarjeta. Máquina de escribir. «Soy la flor silvestre que marchitó el olvido». En el reverso; una estampita del conejo con el reloj en Alicia en el país de las maravillas. «¿Quiere saber lo que el tiempo se llevó? Lo encontraré en la tienda Casio. Ocho en punto. Acuda diario; sabe la hora, pero no el día. *Vous avez le choix.» (tú tienes la elección)
3. Al tercer día de pararme ahí, viendo sin comprar los relojes G-Shock, los de la tienda ya me veían raro. En eso, una niña pequeñita, tiró de mi pantalón. «Señor, señor». Eh, ¿mande? «Soy la flor que… mmm… ¿cómo era…? bueno. Tenga». Me entregó otra tarjeta. «Encuéntrame donde no pasa el tiempo. Pide zapatos al entrar». Cuando quité la vista de la tarjeta, la niña se había ido. Las Flores, saben esfumarse.
4. Deduje que se trataba del «Bolerama Tangamanga». Pedí una línea y me calcé los reglamentarios, siguiendo las instrucciones de Flor. Tiré un par, que se fueron por el canal. En ese momento, todos me parecían sospechosos. Decidí dejar de voltear ansiosamente. Podría inhibirla, como las impresoras cuando uno tiene prisa.
Tenía razón. En el bolerama no pasa el tiempo. Me sentí en una escena de Stranger Things, bueno, si la serie hubiera sido antes, claro. Las maquinas que regresan la bola tienen una placa; son modelo «Galaxy 2000». Vestigios de una civilización que, en 1985, tenía expectativas altísimas del año dos mil.
5. Así pasaron veinte, veinticinco minutos. Pedí papas Provi. Pensé que la chica que atendía podría ser Flor. Cuando me las trajo sin mayor asunto decayó mi ánimo. Quizá algo no le gustó. Revisé la mesa, tal vez una nota pegada bajo la mesa donde se anotan los puntos. Nada. Tal vez no vendría. Me senté y exhalé. Detrás de mí, en la fila contigua de sillas; una voz. «No voltee». Me mantuve. «Le contaré lo que paso con la tienda. No voy a repetir. Hablaré, me levantaré y me iré. No voltee, esta es advertencia final. Ahora escuche, señor escritor»
[The Pink Panther. Henry Mancini & His Orchestra]
6. Entonces comenzó. «Todo lo que se ha escrito son pamplinas, habladas populares». La tienda no está maldita ni nada del estilo. «Lo único que le pido es no revelar los nombres de los involucrados, sus identidades no son importantes, importa contar la verdad. La historia tiene una muerte, eso sí. Siga escuchando».
[El Invierno-Las cuatro estaciones. Vivaldi]
7. «Los dueños compraron el local cuando se construyó la plaza, para que la Señora G.R.D.N montara la tienda. La familia se había dedicado exitosamente al negocio de las gasolinerías en Matehuala y habían llevado, en ese tiempo, la primera franquicia de Renault, misma que al cerrar, dejaron con todos los autos adentro, intactos. Hasta el día de hoy».
Me explicó que el misterio era muy sencillo; el negocio principal de los propietarios es muy próspero, lo demás son solo pasatiempos. «Cuando cerraron la franquicia, dejaron todos los autos ahí. Hasta la fecha, intactos, sin mover. Lo mismo la tienda. Hasta unos locales en la esquina de Amado Nervo y Capitán Caldera. Pierden más tiempo desmontando que iniciando algo nuevo».
[California Dreamin’. The Mamas & The Papas]
8. Flor, antes de que se vaya, cuénteme, ¿a qué se refiere con aquello de una muerte en esta historia? «Ah, cierto, eso. Los dueños de la tienda tuvieron su casa, muchos años, en la Zona Universitaria. Exactamente en el lugar donde murió trágicamente, en 1933, la primera piloto de aviones potosina, María Marcos Cedillo Salas. Ahí hay un monumento en su nombre. Señor escritor, este mundo es muy pequeño».
Pasaron unos minutos en silencio, cinco, tal vez más.
Al principio pensé que se trataba de una pausa.
Tuve miedo de voltear.
Después entendí que se había ido.
Flor, se esfumó, por ultima vez.
Febrero, 2023.
joel@estudiocientotres.com
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es abogado, director de Estudio #103, una firma enfocada a la consultoría y litigio en procesos laborales y migratorios. Le ha dedicado 18 años al ejercicio de su profesión en el ámbito privado. En su trabajo destaca la promoción de litigios constitucionales en contra de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí debido a la prohibición de cursar una segunda licenciatura; así como el cobro de cuotas de inscripción. Representó a un grupo de internas en la conducción de la primera demanda laboral relativa a un esquema de esclavitud análoga en contra de una empresa maquiladora dentro del penal de San Luis Potosí.