Tiempo Contado: AMLO y la espiral del silencio, a cuatro años

José de Jesús Ortiz

Andrés Manuel López Obrador cumplió el pasado primero de julio cuatro años de su triunfo avasallante de 2018. Es un periodo que permite evaluar aciertos y errores, como en toda acción política, registrados en lo que se resume de forma propagandística como el gobierno de la cuarta transformación y que, en el campo de la comunicación, presenta múltiples elementos de análisis.

De entrada, es posible observar un fenómeno de comunicación política poco analizado académicamente, que tiene que ver con la opinión pública y lo que la socióloga alemana Elisabeth Noelle Neumann denominó la formación de la espiral del silencio y los climas de opinión. Si se revisan los principales espacios noticiosos, mesas de análisis, columnas de opinión, las portadas, notas informativas y encuadres (el framing noticioso del modelo de agenda setting) en los medios de comunicación hegemónicos, pareciera que el país está a punto del colapso, “peor que nunca”, en camino de ser “una dictadura”, como se repite desde trincheras opositoras y mediáticas. Otra pareciera ser la percepción que se tiene en el subsuelo social, no en la cúspide, como muestran la mayoría de las encuestas.

Noelle Neumann acuñó el concepto de espiral del silencio para referir a los “medios como creadores de la opinión pública”, a partir de sus procesos de producción noticiosa. En particular, el concepto alude a fenómenos de opinión pública que se presentan en ciertos contextos y en los cuales se vuelve insostenible mantener una opinión en sentido contrario a la de las mayorías (el ejemplo clásico es el ascenso del nazismo en Alemania y el sometimiento de las opiniones disidentes). De acuerdo a este modelo, las personas perciben en el ambiente las opiniones mayoritarias y con ello ajustan las suyas para vivir tranquilamente, se impone así la espiral del silencio. Por tanto, la opinión pública, se vuelve una forma de control social.

Si se trasladan estas premisas a lo que sucede en el debate en los medios y las redes sociales, pero también en el establishment de la intelectualidad, es evidente que cada vez resulta más difícil mantener o escuchar una postura de apoyo al gobierno de la 4T. La opinión dominante en los medios y espacios de análisis va en sentido contrario. El propio López Obrador ha reconocido que en los medios de comunicación son pocas voces de apoyo con las que cuenta, lo que prevalece es un ataque sistemático a su gobierno (sean los programas sociales, el manejo de la pandemia, la construcción del aeropuerto, la refinería, etc.), de ahí su constante cuestionamiento a la mayoría de los medios hegemónicos a los que ubica como expresiones del viejo régimen derrotado en 2018.

Sin embargo y pese a todos esos cuestionamientos, la aceptación Presidencial se mantiene con un porcentaje muy alto de aprobación (del 62 por ciento, según el registro de Oraculus del 29 de junio, que promedia los datos de las principales casas encuestadoras) no obstante los errores y el desgaste propio del ejercicio de gobierno luego de cuatro años.

Como hipótesis, quizá lo anterior se pueda explicar a partir de la misma propuesta de Noelle-Neumann y el concepto de “doble clima de opinión”, en el cual la opinión mayoritaria en los medios de comunicación va en un sentido distinto a lo que se percibe por la población. Por consiguiente, a nivel de opinión pública hay un doble clima de opinión, que se expresa en ciertos contextos, sobre todo electorales.

Pareciera que eso es justamente lo que se ha evidenciado en estos años, donde pese a los cuestionamientos sistemáticos de los medios masivos al gobierno de López Obrador y el discurso que sostiene que el país está peor que nunca, y pese a sus errores de gobierno la 4T (con Morena y sus aliados) han logrado imponerse en la mayoría de elecciones estatales (en 2018 Morena gobernaba cuatro estados, en 2022 son ya 21, contando dos de sus aliados, 65% por ciento del país). Una opinión pública, que de acuerdo a lo que reflejan las encuestas y los resultados de las últimas elecciones, no se corresponde con la prevaleciente en las voces de la mayoría de los medios y en segmentos específicos de la sociedad.

Cuatro años después del primero de julio de 2018, más allá del ruido mediático, el balance sobre el gobierno de la llamada 4T pareciera de contrastes: con avances en el ámbito social, laboral, en la estabilidad económica en general pese al proceso inflacionario de los últimos meses –como parte de una dinámica global–, y el impacto de la epidemia del Covid en la economía mundial; pero también, con errores evidentes, en particular en materia de seguridad o al desmontar programas de apoyo a mujeres, entre otros.

Como un vendaval, el gobierno de Obrador ha sacudido la vida política y social del país con su proyecto político, que puede ser calificado de muchas cosas menos de ser un gobierno que pasará indiferente e inadvertido, como lo fueron todos los anteriores (al menos desde Ernesto Zedillo), meros administradores, gerentes, de las élites económicas, sin un proyecto político más que repartirse el gobierno como un botín.  

Estos cuatro años han dejado también un impacto profundo en los tres principales partidos (PRI, PAN, PRD), algunos de ellos como el PRD reducido a un simple membrete, sin registro en muchas partes del país; pareciera que será el mismo destino del PRI, que en muchas regiones del país ocupa un papel testimonial (como en San Luis Potosí), a remolque del PAN. Una oposición sin liderazgos, que apuesta todo al derrumbe de la 4T, más que a plantear una alternativa para el país.

Según la analista Violeta Vázquez, la Cuarta Transformación, es en esencia un intento por “separar el poder político respecto del poder económico y, con ello, poner al gobierno al servicio de la gente y no de las grandes corporaciones”.  Una transformación sustentada sobre todo en el lopezobradorismo (más que en Morena) como movimiento social y político, y en un proyecto de gobierno largamente construido.

En el caso de Morena, pese a su pragmatismo y eficacia electoral, estos años muestran también su incapacidad para crear una institucionalidad interna, hasta ahora el partido acumula muchos de los vicios de lo que fue en su momento el PRD, con una burocracia anquilosada en los órganos de dirección, al amparo de la imagen de López Obrador. El caso de San Luis Potosí es ilustrativo, aunque pareciera un escenario que se repite en todo el país, con dirigentes alejados del debate público, del movimiento social y sin trabajo organizativo.

En un contexto distinto, la transformación que impulsa el cardenismo en México en los años 30´s solo es posible gracias al apoyo que se tiene de un partido fuerte, que descansa en la organización y movilización social. Adolfo Gilly señala en la Revolución interrumpida que “si el centro de gravedad del cardenismo estuvo en el campesinado y en el ejido, su centro de fuerza fue el ascenso del movimiento obrero”. Todo ello cohesionado en el Partido Nacional Revolucionario y luego en el Partido de la Revolución Mexicana que crea Cárdenas en 1938. ¿Dónde está el centro de gravedad del lopezobradorismo? ¿en la política social?, ¿en el apoyo a los más desfavorecidos? ¿en la política laboral? ¿o en su intento de separar al poder político del económico? Hasta ahora ese centro de gravedad pareciera recaer en este último punto, ante la ausencia de un partido fuerte, cohesionado, que sirva como instrumento para la transformación que plantea Obrador.

Posiblemente el respaldo social con que cuenta el proyecto de López Obrador se explique  no solo por su narrativa eficaz a favor de los más pobres (y de un gobierno que la gente de abajo siente como suyo), sino también a partir del impacto de la política social y laboral, esta última uno de los rubros en los que se han logrado mayores avances al aumentar el salario mínimo en más del 60% en los tres primeros años de gobierno, al desmontar la subcontratación que precariza el empleo y escamotea prestaciones laborales  o impulsar una reforma a la legislación laboral (en el contexto del T-MEC) para permitir la libre organización de los trabajadores. Todo ello impensable en los gobiernos anteriores, que durante décadas precarizaron el empleo, privatizaron el sistema de pensiones, redujeron el poder adquisitivo y desparecieron muchas de las prestaciones laborales de los trabajadores, características propias del nuevo capitalismo asumido como dogma en México.

En el caso de la relación con los medios de comunicación, es ahí donde se libra una de las principales batallas de la 4T, pues es un campo de lucha por imponer la agenda. El de los medios es sobre todo un poder fáctico, compuesto por los grandes reinos de la comunicación, acostumbrados durante décadas a una dependencia orgánica con el régimen. Es natural que al tratar de romper (o acotar) esa dependencia millonaria, la mayoría de la prensa asuma ahora una postura de crítica sistemática al proyecto que encabeza López Obrador, como nunca en su historia la mantuvo con gobiernos anteriores salvo casos excepcionales de periodistas y publicaciones caracterizados por su crítica permanente al poder.

Finalmente, quizá el riesgo principal para la continuidad del proyecto de transformación que plantea López Obrador, más que en la alianza de mera supervivencia de la oposición política, radica en que, ante su fracaso en diversos rubros en particular en materia de seguridad, esa espiral del silencio que se ha formado en los medios de comunicación comience a expandirse más allá, en la piel social de la que habla Noelle Neumann.

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Fue reportero fundador de los diarios El Ciudadano Potosino y La Jornada San Luis, así como la revista Transición. Participó como becario de la Fundación Prensa y Democracia para realizar un programa académico en la Universidad Iberoamericana. Es autor del libro La batalla por Cerro de San Pedro, sobre la lucha social contra la Minera San Xavier. Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Mesoamericana y la Universidad Interamericana para el Desarrollo.

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